viernes, 26 de julio de 2013

EL INCREIBLE HOMBRE MENGUANTE

Siempre he dicho que procuro no ver películas anteriores a los años setenta, que no me gustan los clásicos ni el cine en blanco y negro, que son un coñazo. Pero anoche revisando mi videoteca, tuve que meterme la lengüita en el culo. Cuento en mi colección con algunas joyas anteriores a la década se los setenta, y  todas ellas me entusiasman. Es más, llevo en mi brazo derecho, tatuado, un personaje de cine de terror creado en los años 60, que es uno de mis favoritos de la historia, Zé do Caixao… Así que debo corregir una afirmación mía: Odio las películas anteriores a 1970 salvo honrosas excepciones, y en  contextos fantásticos.  Porque en contextos fantásticos, si que me gustan los clásicos- aunque a rasgos generales, no me gusten los clásicos-. Como la obra maestra que revisé anoche, “El increíble hombre menguante”, que a pesar de tener cincuenta y tantos años de antigüedad, permanece más vigente y tiene más ritmo que la mayoría de películas facturadas ahora, los trucajes, maquetas y demás, también son mejores que los de las pelis de ahora y en definitiva, el entretenimiento y el espectáculo, también es mayor.
La peli cuenta la historia de un individuo que estando de vacaciones junto a su pareja, recibe un baño de algo que podría ser una especie de niebla alienígena.
Después de aquello, cada día que pasa irá menguando un poco, hasta convertirse en un ser diminuto que tendrá que sobrevivir en el más hostil de los entornos: Su propia casa, y enfrentarse a los más horrorosos monstruos: Su mismo gato o una tarántula que campa a sus anchas por la casa.
Indiscutible clásico de la ciencia ficción basada en la novela “El hombre menguante”, segunda del famoso Richard Matheson, que, probablemente, supere con creces a la novela en la que se basa, precisamente por el saber hacer de un director tan poco personal (y tan profesional) como Jack Arnold, director de, entre otras, “La mujer y el monstruo” o la serie “Vacaciones en el mar”, o unos efectos especiales revolucionarios, sufragados a base de un ajustado presupuesto.
Pese a que el guión era obra del propio Matheson, este estaba bastante disconforme, tras haber firmado por la concepción del mismo,  con como quería las cosas el productor, que en un afán de hacer la película lo más comercial posible, le metió la palabra “Increíble” en el título, estructuró el argumento de manera lineal – y no en flashbacks como estaba estructurado en la novela- y metió a Dios de por medio en el argumento. Todo esto a Matheson le horrorizaba, con lo que completó su trabajo de escritura lo antes posible, para desentenderse del proyecto. Así pues, se contrató a un nuevo guionista para que puliera el argumento, pero las cláusulas hacían figurar en los créditos tan solo a Matheson, así que, no se sabe quien es el otro guionista, y verdadero culpable del tratamiento final, que es el que confirió a esta película todo ese rollo entre la épica y  la serie B que es el que la ha convertido en clásico.
Fuera como fuere, se convirtió en todo un éxito, además de ser una de las películas de ciencia ficción  más famosas del mundo y de todos los tiempos. Tal fue así, que un poco después se planeó una secuela protagonizada por la esposa del protagonista (a la que también le cae encima un poco de la niebla aquella…), pero se trataba de una cosa tan mala, que rápidamente abortaron con el asunto.
Sin embargo 30 años después, en los ochenta, ese mismo guión se lo encargaron a Joel Schumacher, que rodó en clave de comedia “La increíble mujer menguante”, película para lucimiento del talento cómico de Lily Tomlin, que se convirtió en uno de los grandes fracasos de la historia del cine.
Una película imprescindible para los amantes del fantástico. Me sorprende comprobar in situ, como no se ha quedado en absoluto anticuada, para nada desfasada, y como se folla a las memeces esas de “Cariño, he encogido a los niños”.