viernes, 16 de agosto de 2013

HÉROES DE CARTON

El encontrar, gracias siempre a una serie de contactos, una película de Martín Garrido  Ramis, es un acontecimiento para mí, porque, aunque desconozco el motivo, su irregular cine, nacido siempre desde la marginalidad, orgulloso de no pertenecer al cine del sistema, tiene algo que me fascina. Y a eso añádanle que todas y cada una de las películas de Garrido, son autenticas rarezas.
Garrido no es  ni un gran autor, ni un gran director. Es más bien mediocre, pero no lo suficiente como para tenerle en cuenta únicamente en ese aspecto, como sí pasaría con muchos de sus coetáneos.
Es su condición de “outsider”, de hombre que ha rodado sus películas por cojones, sacando el dinero de dónde podía y a base de cabezonería, en un lugar tan poco dado al cine como es Palma de Mallorca, y el hecho de pasarle el testigo a su hijo, también a su modo “outsider”, lo que le hacen un tipo interesante para mí. Añadan que ese entusiasmo y esa cabezonería no son flor de una primavera, Garrido lleva más de 30 años siendo un director marginal.
Así que me enfrenté al visionado de “Héroes de cartón” con entusiasmo.
Sin embargo, al ser esta su película que, tanto estética como narrativamente, más se asemeja al cine estándar, al estar despojada de la locura y desbarajuste de “¡Que puñetera familia!” o al carecer de la sordidez y poco conocimiento de lo que se está haciendo de “Mordiendo la vida”, si que podemos decir que estamos ante una de sus películas más flojas, menos personales, pero ¡ojo! no por ello menos interesante.
Quizás sea su película más barata, e intuyo, que no consiguió distribución más allá de algún que otro festival.
Cuenta la historia de cuatro desgraciados que viven de alquiler en la casa de un anciano, al que le van a dar un dinero para que deje esa casa y con el que se meterá a una residencia de la tercera edad, por lo que sus cuatro inquilinos se quedarán en la calle. No tienen trabajos fijos, ni oficio ni beneficio, así que pensando en que pueden hacer, un día les visita la taquillera del cine local del pueblo en el que están, animándoles a que si van a robar el cine un fin de semana de estreno, se llevarán un buen botín. Esto les dará unos buenos beneficios para empezar sus vidas, por ejemplo, en Cuba.  Así que planean el atraco.
Partiendo de la base de que la película está francamente entretenida y se deja ver la mar de bien –cosa esta que tenía muy difícil, puesto que se compone básicamente de eternos diálogos- lo que no demuestra Garrido es un derroche de originalidad, porque la historia de cuatro desgraciados de buen corazón, que planean un robo, está más vista que el tebeo. Por nombrar una referencia similar, solo de nuestro cine, diré “Atraco a la 3”, pero si nos ponemos a pensar referentes internacionales, la lista sin duda crecerá.
Lo que pasa es que todo lo que aparece dentro del cuadro de la acción, es tan pobre, tan cutre y tan chabacano, que acaba ganándose mi simpatía. Porque la película se resuelve en poco más de tres escenarios naturales, a saber; un caserío, un cine viejísimo y totalmente desprovisto de glamour, que al no verse nunca el patio de butacas, incluso, pondría en duda que ese lugar fuera realmente un cine, un destartalado piso, una sala de fiestas y un cementerio.
Exceptuando la presencia de dos actores profesionales, Antonio Mayans y Fernando Palacios, que dicho sea de paso, ambos están muy bien, la presencia del propio director, que además posee grandes nociones de actuación, su mujer y su hijo, el resto del reparto se compone de actores no profesionales, que dotan el resultado de una extraña frescura, máxime si para ambientar alguno de los muchos diálogos que tienen estos personajes se comete la excentricidad de meter a uno de ellos en una bañera en un patio, a la que se le ha customizado con una tablita,  atravesándola, donde se le coloca su vinito, y patos nadando. Como peninsular, esta marranada lo que me trasmite es que se trata de un hecho habitual entre los Mallorquines más arraigados a su tierra…
Fuera como fuere, lo que quiero decir es que todas estas carencias de medios, el reducido reparto de no profesionales, las referencias cinéfilas tan concretas que aparecen todo el tiempo (realmente, Garrido es un cinéfilo "old school"), y la chabacanería general, dejan claro al espectador que está ante una película amateur, con todas las características de las películas rodadas por aficionados (exceptuando las nociones del director, que las tiene, al menos, a estas alturas de 2002), solo que en lugar de usar el vídeo, el súper 8 o el 16 mm. han tenido la oportunidad de rodar en 35 mm.
Pero no piensen en esto como algo malo, en absoluto. Garrido rueda sin artificio alguno, sin filtros ni trucajes, y todo sucede dentro de la cámara, sin  post-producciones  ni etalonajes informáticos durante el montaje, por lo que estamos, seguramente muy a pesar del director al que, sin duda, le hubiera gustado echarle algo más de pasta al asunto, ante un ejercicio de cine puro, que no requiere más que de una cámara y unos actores actuando, lo que está soberanamente bien.
Estamos ante otra película de Martín Garrido y, por lo tanto, ante una película especial, porque si he de decir el por qué me fascina un director mediocre, que no ha rodado nada destacable, ni para bien, ni para mal, he de decirles que posee una cualidad de la que muy poquitos cineastas pueden presumir; y es que consigue que cada nueva película suya sea única.
Por lo demás, estamos ante una producción de 2002, que parece que esté rodada en los ochenta, cosa tampoco deja de parecerme meritoria.
Me va este tipo de cine, que quieren que les diga.
Para enriquecer los datos técnicos, diré que Mayans hace las veces de jefe de producción, y que la música original está compuesta por Leonardo Dantés, que a  juzgar por su debut cinematográfico, debería dejar de hacer esas canciones tan horrorosas y centrar todo su talento y energías a la cosa del cine.