miércoles, 9 de octubre de 2013

VIVIR EN SEVILLA

La película más famosa – y ahora contaré por qué- de García Pelayo es “Vivir en Sevilla”. Lo que ocurrió con ella es un claro ejemplo del por qué odio tanto las gentes de este país en el que me ha tocado vivir.
Gonzalo García Pelayo, que debutó con cierto éxito con “Manuela”,  decidió cambiar de tercio para su siguiente película. Para ello, en “Vivir en Sevilla”, cuenta con actores no profesionales, y, adelantado a su tiempo, opta por pasarse aquello de “planteamiento, nudo y desenlace” por los santos cojones rodando una cosa muy original y distinta. Nos cuenta un par de historias de amor, la de una pareja normal y corriente, Sevillana, que se separa, y así, ella se va con un hombre mayor e intelectual, y él se va con una turista. Pero no nos lo cuenta de forma estándar, no. Aprovechando la frescura de los no actores, lo hace a base de entrevistas, no solo a los protagonistas, si no a todo tipo de gente de Sevilla (“El niño del taller” o el “Roquero Semanasantero” y demás personajes, intuyo, populares en Sevilla), aunque esto no venga a cuento con la premisa principal, que mezcla con escenas ficcionadas aparentemente rodadas con cámara oculta de la naturalidad que desprenden.
Dice Pelayo que en realidad “Vivir en Sevilla” es la crónica del rodaje de “Manuela” y, por lo tanto, necesitaba contarlo utilizando ese lenguaje cinematográfico.
Añadan a eso una serie de secuencias de corte contemplativo – Si el prota le mira el coño a su pareja, este lo hará en primer plano y durante un montón de minutos- ya sea de actitudes humanas o de paisajes, que componen, con el resto de la ficción, una película claramente experimental y artística. Nada nuevo por otro lado, obvia es la influencia que en el director ejerce cierto cine de Godard. Vamos, que el rollo en 1978, ya estaba visto.
Bien, el caso es que la película me ha parecido un ejercicio de libertad asombroso, que gracias a la frescura y el ambiente Sevillano, casi decadente,  se borra cualquier atisbo de pedantería intelectual (y esto pasa en cualquier película del cine andaluz), que por otro lado tendría si fuera de Madrid o Barcelona.
El caso es que esta película fue un fracaso, porque estamos en un país de PALETOS.
Cuando se estrenó, en Madrid, quizás ciudad mas acostumbrada al cine experimental y/o de arte y ensayo en aquella época, se ignoró y apenas duró en cartel, porque a nadie le interesó. Pero en Sevilla, el público, menos dado a un cine más puro, y por culpa de la ignorancia, al ver cómo estaba estructurada, directamente, iban al cine a reírse de ella. Con semejante título, a saber qué pensaban los sevillanos que iban a ver. Entonces, como sus cerebros no alcanzaban a comprender que se trataba de otra forma de expresión artística, reírse era su modo de defensa natural ante lo desconocido.
La crítica tampoco ayudó mucho. Eso sí, en círculos más o menos especializados, estos hechos y que se trata de una película única dentro del cine español, casi marciana, la han convertido en una obra de culto.
García Pelayo continuó por estos derroteros en su siguiente trabajo, como veremos más adelante, y con la que pondremos fin, en AVT, al repaso de su filmografía completa.