lunes, 30 de diciembre de 2013

BLOOD FEAST

A día de hoy, "Blood Feast" (1963) es mundialmente re/conocida como la primera película abiertamente "gore" de la hitoria del cine. En realidad, antes que sus responsables, Herschell Gordon Lewis (director) y David Friedman (productor) -y Allison Louise Downe (guionista)-, el cine asiático y fugazmente el terror italiano ya habían mostrado material notoriamente truculento. Pero en todas aquellas muestras primerizas el "gore" era algo fugaz, un complemento, nunca el protagonista. Eso no llegó hasta que, ahora sí, Lewis y Friedman, dos hombres de negocios puros y duros, más interesados en los billetes verdes que en la creatividad (y ya ni digamos el arrrrte), se dieron cuenta que el frasco de las habichuelas ya no estaba tan lleno desde que el tipo de cine que solía ser su especialidad, no tenía tanto éxito. ¿Y de cual se trataba?, pues de "nudies", "nudie cuties" o de "roughies". Dicho de otro modo, de todo aquello que, aún mostrando tetas y demás actos eróticofestivos, podía estrenarse en pantallas de cine comerciales sin escandalizar demasiado, ni meterse en marrones legales. Por entonces ya existía la pornografía, pero era algo totalmente marginal, clandestino, y así lo sería hasta los años 70. Aquellos que querían pajearse tranquilos sin que la policía les cortara el rollo tenían que conformarse con ver las películas esputadas por gente como el tándem Lewis/Friedman.
Dada la desesperada situación (y saturación de mercado), ambos buscaban otra fórmula
de idéntico potencial lista para ser exprimida. ¿Y si en lugar de "sexo", ofrecían la violencia más destroyer, gráfica y explícita nunca antes mostrada en una pantalla?. El fin era exactamente el mismo: llamar la atención, regalar la vista con aquello considerado inmoral y semi-prohibido y lucrarse durante el proceso. En lugar de follar, la audiencia vería asesinar. Y ya que el mete-saca no podía mostrarse con todo detalle, iban a recrearse enfermizamente y coloridamente en los actos más truculentos y despiadados (aunque sin olvidar a las mozas de buen ver muy ligericas de ropa, of course). Es decir: pornografía. En la pornografía nos importa un güevo lo que pasa entre polvo y polvo. En el "gore", es tres cuartos de lo mismo. Miren los "slashers", o las películas alemanas consideradas extremas. Pasamos a cámara rápida o pensamos en la lista de la compra cuando los personajes hablan o pasean, pero nos paramos y nos deleitamos gustosamente cuando se nos muestra el acto salvaje, la mutilación.
Aunque el talento de H.G.Lewis como cineasta sea muy limitado, no se trataba ya de que el hombre desconociera el modo de facturar bien las películas, es que a él tampoco le interesaban demasiado las partes que no incluían hemoglobina. No por una cuestión de gusto personal, sino porque el material salpicante era el que la gente pagaba por ver. En sus películas "gore" no hay ritmo, ni suspense, casi ni progresión narrativa, solo una serie de excusas para mostrar la chicha, pa ver cómo el asesino de rigor se pasa tres pueblos con la chica bonita, algo que no tardaría en generar acusaciones de misoginia, ya que en todas las producciones sangrientas de Lewis las que reciben son siempre mozas. Sin embargo, calificarlo de tal cosa es un tanto excesivo, ya que la implicación del cineasta con su material es pura y formalmente mínima, muy superficial (de hecho, el guión de "Blood Feast", y tantas otras de parecido calado, lo firmó una mujer, la esposa de Lewis en la época, la mentada Allison Louise Downe). Es un negocio, es dinero, no hay ninguna otra intención detrás, ningún mensaje, ninguna reflexión, ni buena, ni mala.
Lo sé, sueno como un crítico de cine amigo de Garci, pero no se confundan. Que acepte sin remilgos el binomio "gore" = porno, no significa que lo condene. Es un acto de honestidad. No me importa reconocerlo. Tampoco me excita sexualmente, pero sí me fascina y, muchas veces, noto cómo se me dispara la adrenalina y rebobino para volver a ver el hachazo o el aserramiento. Eso sí, siempre, siempre, teniendo bien claro que se trata de trucajes, de mentira. Jamás me verán con una guarrada real entre manos, ni aunque sea un "mondo". Cualquiera que acabe DE VERDAD con la existencia de un ser vivo en una puta peli solo merece que lo cuelguen de los cojones y le aporren la cabeza con un bate de beisbol... y a aquellos que lo ven, lo gozan y lo permiten, igual. Así se lo digo y así se lo cuento.
Una ricacha quiere montarle una fiesta de cumpleaños a su mimada hija (la guapísima chica "Playboy" Connie Mason, realmente incapaz de actuar, como muchas veces reconocieron sin tapujos los mismos Lewis y Friedman), así que contrata los servicios de Ramses, egipcio de grandes y pobladas cejas que es puro histrionimo desbocado (el culpable, Mal Arnold, años después actuaría en uno de los subproductos ultra-"trash" de Donald Farmer, en concreto "Vampire Cop"), para que monte un banquete. Lo que no sabe la señora, es que el colega va por ahí asesinado a hermosas jovencitas a las que destripa con el fin de meter sus pedazos en una olla y cocinar el delicioso manjar con el que celebrar la resurrección de su querida diosa Ishtar. Suerte tenemos de un policía de lo más enrollado -y pederasta-, que se flipa por los encantos de la moza homenajeada y anda dispuesto a cazar al malvado Ramses.
Contado así, todo suena muy llamativo y "espectacular". El problema es el cómo. Y resulta que Herschell Gordon Lewis y David Friedman eran unos chapuzas de tres pares de cojones. "Blood Feast" es rematadamente cutre e incapaz. Actores terribles, desencuadres, torpes movimientos de cámara, desenfoques, sonido de lata, raccord masacrado, montaje desalmado, efectos especiales de feria (básicamente tripas sacadas del mercado y maniquís impregnados de una rojísima sangre parida con productos de cosmética).... todo ello muy amateur, en el mal sentido. No olviden que hablamos del cine "exploitation" de los años 60, de cuando incluso estas películas, genuinamente independientes y en algunos casos prácticamente caseras, podían encontrar su pequeño hueco en las carteleras y, especialmente, los auto-cines.
"Blood Feast" es, ante todo, un producto entrañablemente risible. Te partes el ojal viéndola, lo que incrementa su indudable encanto. No sé hasta qué punto, consumida en su estreno, pudo resultar realmente impactante para las plateas adultas. En un ataque de romanticismo podemos pensar que todos salían escandalizados, o usaban las famosas bolsitas para vómitos que se regalaban en algunos cines con la entrada, pero lo más probable es que la peña se la tomara a cachondeo. Eso no quita que fue original en su concepto y, sí, innovadora. Ver cuerpos troceados y mutilados de aquella manera, y disfrutarlo a todo color, no era desde luego más de lo mismo, a pesar de lo increíblemente mal ejecutados que están los asesinatos, y lo absurdos que son, como cuando Ramses arranca la lengua de una chica ¡¡con las manos desnudas!!. Fascinante. Aún faltaban muchos años para la llegada del "boom"  de los efectos de látex, del maquillador como la estrella de la función y de la revista que todo lo impulsó, "Fangoria".
Cuando el "exploitation" puro murió, todo este cine, y todos sus responsables, fueron rápidamente olvidados. Y casi nadie se acordaba de ellos ni los reivindicaba hasta su recuperación gracias al floreciente mercado del vídeo en los 80. Ahí sí, ahí comenzó la mítica respecto a Herschell Gordon Lewis, "Blood Feast", el "gore" y la madre que los parió. Claro que, antes de eso (y de que Lewis se retirara del cine y se dedicara con mucho éxito a escribir sobre merchandising, economía de mercado o no se qué polladas) la carrera del cineasta aún esputó un puñado de obras de la más truculenta baja estofa como "Wizard of gore" o la demencial "The gore gore girls", que fue la primera peli clasificada X por su bizarra combinación de sexo y violencia. Fíjense que también entonces H.G. seguía siendo pionero utilizando la etiqueta "gore" incluso en los títulos de sus películas, treta esta que era puro gancho para todos los aficionados a las salpicaduras (y que a mi, de chaval, me volvía totalmente loco de placer).
Una vez recuperada y reivindicada la labor del amigo Herschell, lo demás es ya pura historia, historia compuesta básicamente de remakes no legales ("Fonda Sangrienta" y "Bloodsucking Pharaohs in Pittsburgh", ambas comedias), remakes sí legales ("2001 Maniacos", su segunda parte y el otro "Wizard of gore"), documentales, reconocimiento mainstream y secuelas. A mediados de los 80, Fred Olen Ray anunció un "Blood Feast 2", con Michael Berryman en el reparto, que nunca se llevó a cabo. Esto únicamente lo consiguieron los mismos Herschell Gordon Lewis y David Friedman, juntos de nuevo, en el 2002 con la peli que representaba su verdadero "return", "Blood Feast 2, all u can eat", a la que, seis años después, siguió "The Uh-oh show". Ambas rematadamente malas (o directamente horrendas) y en las que se apuesta mucho más abiertamente por el humor, por el cachondeo y el delirio. Cierto que, salvo "Blood Feast 1" que intentaba ser seria, Lewis ya solía tirar de la risa, aunque fuese en pequeñas dosis (de hecho, hasta cierto punto "2000 Maníacos" es la primera "comedia gore" de la historia. Y "The gore gore girls" se pretendía genuinamente una coña, solo que estaba tan mal parida y era tan retorcida, que nadie lo notó) pero ese humor era siempre extremadamente negruzco. En sus últimas producciones -especialmente "The Uh-Oh Show", pues aún "Blood Feast 2" a ratos resulta un tanto perturbadora- el cineasta parece especialmente interesado en desmarcarse del lado más mal rollero y enfermizo del tipo de cine que él mismo ayudó a crear. O casi directamente creó, con ese anti-clásico altamente recomendable, tanto por su condición de curiosidad, de pieza de estudio antropológico como de amplio generador de carcajadas que es "Blood Feast". Y es que la edad no perdona, amiguitos.