Sin embargo –y no obstante- “Tres gordos y un millonario” es
también, una de las comedias de mi pubertad, una película que alquilaba una y
otra vez, porque me resultaba harto divertida, una autentica pasada. Una
película, que viéndola, le entraban a uno ganas de ser obeso (y lo fui… pero
eso es otra historia). Daba gusto ver a los “Fat Boys” marcándose una rapeada,
o ver como asaltan la nevera del hospital y se zampan diecisiete tartas de
nata, mientras hacen alarde de su gordura y apología de las calorías y la
obesidad, también, metiéndose entre pecho y espalda diez pizzas familiares.
Tras muchos años sin volver a verla, anoche me atreví con
ella de nuevo.
Eran los tiempos en que los “Fat Boys” pegaban con más
fuerza, mediados de los ochenta y entre que estaban de moda, y que ya habían
resultado simpáticos en esa película con estrellas del rap que era “Krush Groove”, pues a los señores de la Warner se les ocurrió diseñar una película a
su medida, eso si, gastándose lo mínimo, por lo que esta producción es nimia,
no llegó a costar ni un millón de dólares, pero, estrenándose en cines de
barrio y con pases restringidos –la película fue calificada PG porque tiene un
par de inofensivos desnudos- recaudó poco más de diez millones solo en USA, por
lo que el negocio fue redondo, pero no dejó de ser una peliculita menor y
anecdótica.
A nuestro país llegó en vídeo.
Cuenta como un individuo de pasta, debe un montón de dinero
a unos mafiosos por culpa de su ludopatía, así que estos le dan un ultimátum.
No tiene un duro para pagarles, pero si un Tío multimillonario que está en las
ultimas, pero que gracias a unos excelentes enfermeros, continúa vivito y
coleando. Les despide y contrata a los “Fat Boys” –si, se interpretan a si
mismos- que ejercen de desastrosos enfermeros en su Brooklyn natal, con el fin
de ver, si en su torpeza, cometen alguna negligencia médica y su tío acaba
muriendo, y así, obtener su herencia. Pero, precisamente por la torpeza de los
gordos, estos pierden la medicación del anciano, que era víctima del sobre
exceso, y este mejora considerablemente, con lo que los planes del sobrino se
truncan y, por ende, la cosa se complicará.
Pues resulta, que siendo una película de lo más tonta y
facilona, ha soportado el paso de los años y el visionado estupendamente, si
bien es cierto que se la ve una película de lo más cutrona y baratilla. Casi
toda ella rodada en interiores (que apestan a decorado) y con muy pocos
actores, la cosa se sobrelleva, gracias a su tontuna y sus chistes infantiloides
sobre comida, amén de un intento por parte del director de convertir a los “Fat
Boys” en una suerte de “Three Stooges” contemporáneos que tropiezan, se patean
el culo, se abofetean unos a otros y, en definitiva, le dan al “Slapstick” que
da gusto. Una película, efectivamente, a la medida de los “The Fat Boys”, que
representan la cara más divertida y desenfadada de aquél rap primigenio de los
ochenta. Y la película, en sus ochenta minutos, funciona perfectamente.
Además de los “Fat Boys”, pasean sus culos por la pantalla,
nada menos que Ralph Bellamy (“Entre pillos anda el juego”) en uno de esos
roles de viejo gruñón/amable que hizo en sus últimos años, Tony Geary
(“Aquelarre Sangriento”, “Penitenciaría III”) y Tony Plana (“Tres amigos”,
“Dolor y Dinero”).
Dirige el simpático Michael Schultz, televisivo, decadente,
responsable del telefilm de “The Spirit” interpretado por Sam Jones, y de
películas tales como “El ultimo Dragón” o “Tarzán en Manhattan”, televisiva
como la mayoría de sus trabajos.
Graciosa.