viernes, 28 de julio de 2017

GOTHIC

Aunque nuestro país fue uno de los poquísimos que estrenó  “Gothic” en cines –y que vieron poco más de 160.000 espectadores-, mi relación con la película no comienza en los cines, sino, como podrán imaginar ya que en este blog es una obviedad, en el videoclub.  La historia no es nueva por aquí; mil y una veces me topé con la carátula en las estanterías, y mil y una veces no la alquilé del miedo que me daba lo que en ella aparecía. Y es que el póster era potente. Un pequeño diablillo haciendo dios sabe qué, sobre una indefensa damisela. Mi imaginación le daba mil y una opciones a aquella imagen. Pensaba, por supuesto, que se trataba de una película dónde un pequeño diablillo con malas pulgas hacía mil y un fechorías. 
Claro, que esa potente imagen que da vida al póster y posterior carátula, inspirada en una pintura de Fuseli, “The Nightmare”, tan solo aparecía unos segundos en pantalla. Porque en realidad la película no trataba de un diablillo asesino como fantaseé con la carátula en mis manos, y mi decepción con “Gothic” fue mayuscula. Lo comprobé a los pocos años, cuando ya  bastante entrado en la adolescencia, volví a alquilarla y comprobé que se trataba de una película de horror de época, que daba muy poquito miedo y que nada tenía que ver con lo que yo quería que fuese, esto es, una suerte de “Leprechaun”, antes de que las películas sobre este duende existieran. Me pareció, como casi todo lo de su director, el megalómano Ken Russell, un soberano coñazo insoportable.
Sin embargo, ahora con 40 años decido volver a verla con mayor conocimiento de causa, mayor predisposición al aburrimiento y menos prejuicios, y resulta ser una película cuyo valor radica, quizás en la estética, en la cuidada ambientación y en lo curioso de su trama, y sin llegar a aburrirme del todo,  maldigo el nombre de Russell ya que si bien tiene cuidado en todos estos aspectos, es un absoluto negado a la hora de crear atmósferas y terror. Se excusa en el hecho de que es un terror clásico y no contemporáneo… pero no hay excusas que valgan. Lo cierto es que por ese lado, flojea.
Así, el señor Russell se saca de la manga una ficción en la que unos señoritos aficionados a la literatura fantástica como puedan ser en matrimonio Shelley o John William Polidori, se reúnen en la mansión de Lord Byron con el fin de ponerse hasta el culo de Éter o Laudazo y meterse ellos mismos el miedo en el cuerpo contándose historias de miedo, y que a su vez, esto sea el gen para escribir sus nuevas historias. En estas, que esta reunión sirvió a Mary Shelley para escribir “Frankenstein, o el nuevo Prometeo”, y a Polidori para escribir “El Vampiro”. Y el resto es historia.
La producción costó cerca de los cinco millones de dólares y no recaudó ni uno. Un fracaso absoluto al que se le confiere el estatus de culto, gracias al nutrido grupo de seguidores que defienden la película y el cine de Ken Rusell.
En cuanto a la película a rasgos generales, pasable, sin más. Con sus pocas virtudes y sus pocos defectos, y sin nada verdaderamente destacable, porque, lo mejor de la película, es el póster.
En el reparto, como Lord Byron tenemos a Gabriel Byrne , como Percy Shelley tenemos a Julian Sands y como Mary Shelley a Nastasha Richardson, rostros todos ellos muy populares a posteriori en producciones de todo tipo de finales de los ochenta y principios de los noventa.