viernes, 2 de agosto de 2019

MI FIRMA EN LAS PAREDES

Por supuesto, tarde, mal y nunca, llegó a nuestro querido país la cultura del Hip-Hop. Los chavales de los barrios periféricos se enteraron de que algo en Nueva York se cocía y, a través del cine y los documentales, empezaron a imitar aquella forma de vida. Sin embargo, la manifestación más genuina del Hip-Hop en nuestro país es la de aquellos años 80, que con la desinformación y la ilusión por lo nuevo, era una asimilación de esta cultura auténtica y fresca. Es en los 90, casi entrados los 2000 cuando todo se fue a tomar por el culo cuando un grupo de chavales de clase media empezaron a utilizar esta cultura para lo que a ellos les convenía, la politizaron y convirtieron el movimiento DIY más original y creativo del pasado siglo, en poco más que una pantomima sectaria ejercida por deficientes mentales.
Pero la película que nos ocupa, “Mi firma en las paredes”, T.V. Movie de finales de los ochenta emitida en 1991 al auspicio del programa “Crónicas Urbanas” es una rara avis misteriosa y desperada. Porque se trata de la evolución natural de la llegada de Hip-Hop a España, quiero decir, que “Mi firma en las paredes” es una consecuencia de todo esto y una mezcla  a la española de “Style Wars” (de la que incluso utiliza extractos, yo diría que robados) y, sobretodo “Wild Style” de la que toma prestada el formato de documental ficcionado. Sin embargo, finalmente retrata una parcela del arte urbano completamente ajena al Hip-Hop, y estrictamente española ya que se centra en unos individuos que en el argot graffitero de les denomina “Flecheros” y cuyo origen podemos encontrarlo a finales de los setenta, mucho antes de que la cultura del Hip-Hop llegara a España y se hicieran los primeros graffitis al estilo neoyorkino, e incluso en sectores urbanos que están más cercanos al Heavy Metal o el punk y el Rock que otra cosa. Además, el graff estilo Hip-hopero se daba más en las periferias, Móstoles o Alcorcón, donde se pintaba con conciencia de estar haciendo una cosa copiada de los americanos, mientras que los flecheros, más comunes en Madrid centro, pintaban de manera natural sin estar adscritos a ningún movimiento reconocible. Entre Flecheros y B. Boys, había serias rivalidades.
Aquellos tipos, los flecheros, firmaban de una forma muy característica, con una rubrica que acababa en forma de flecha y sin ninguna formalidad estética porque sencillamente se trataba de marcar el territorio, pero al final, sus firmas se iban volviendo ambiciosas, se iban elaborando más y al final se convertían en auténticas piezas de graffiti ortodoxo, sin sus artífices planteárselo siquiera. Por supuesto, estos flecheros tienen un líder espiritual, un veterano y un ejemplo a seguir (e imitar), el mítico Muelle. Durante los 80 y casi hasta el día de su fallecimiento, Muelle dejó su impronta en cientos de  paredes de toda la piel de toro, convirtiéndose en un tipo muy famoso que incluso llegó a registrar su firma por si a alguna corporación empresarial se le ocurría utilizarla sin su permiso.
Muelle no es el personaje principal de esta película, tan solo un secundario, pero se le da a su presencia una gran importancia en el mismo.
Por otro lado, el hoy actor y director Daniel Guzmán (“Aquí no hay quien viva” entre otras series y películas), resulta que a finales de los 80 era un flechero de lo más activo y popular. Si tienen ustedes entre 30 y 50 años y son de Madrid recordarán su firma, Tifón. Bien, pues Daniel Guzmán sería el protagonista de esta cinta, junto a otros dos muchachos cuyas firmas son Momo e Indio (según fuentes, dos muchachos que eligieron para actuar, pero que en realidad no pintaban las paredes) y, curiosamente, después de esta película se dedicó a la actuación de manera profesional y no le fue nada mal, así que, prácticamente, le debe todo al graffiti.
La cosa va de un tipo con aires de intelectual (hacen ver como que es una especie de Henry Chalfant de pacotilla) observa y reflexiona (en off) sobre ese fenómeno tan extendido en las grandes ciudades que son las pintadas. Por otro lado, tres chavalitos hacen sus pintadas, roban botes, se pican con los B. Boys y, en definitiva, se nos cuenta su día a día a la vez que se nos muestran declaraciones de la gente de la calle e imágenes de todo tipo de manifestaciones artísticas urbanas, saltando de la ficción al documental  según le viene en gana al director. Y por último, se hace un pequeño retrato del flechero más popular de la historia, el Muelle, que nos cuenta alguna anécdota  y al que nunca le vemos la cara.
La cosa está en que es un documental que se aprovecha del filón de algo que ocurrió a finales de los ochenta, que es la explotación comercial de esos tempranos B. Boys que empezaron a hacer sus cosas, como pasó con los raperos del “Rap in Madrid” a los que se les prometió el oro y el moro, y cuando dejaron de interesar, fueron pateados por la discográfica. Pues esto lo mismo, solo que al final la jugada ha salido bien porque, a posteriori, resulta un documento histórico que retrata la idiosincrasia de lo que viene a ser una expresión artística —la de los flecheros— totalmente autóctona y extinta, de la que no quedaría constancia de no ser por esta película y por alguna que otra fotografía.
Ahora, al margen de los flecheros, en su incursión  al mundo del graffiti neoyorquino, así como a la cultura Hip-Hop, se hace desde un total  y absoluto desconocimiento y la película corre el riesgo, por momentos, de convertirse en  algo totalmente ridículo. Y es que, al fin de al cabo, no se trata más que de el encargo que alguien de Televisión Española le hizo al director Pascual Cervera, responsable de la película de culto “El rayo desintegrador”, que para cuando hizo esto ya tenía 60 años y que, seguramente, los graffitis, los flecheros, el Hip-Hop y la puta madre que los trajo a todos, le importaban tres pimientos. Y se nota, además, que es la película de un señor que no entiende en absoluto las dinámicas sobre las que nos está documentando. Sin embargo, sin él proponérselo, creó el único documento sobre unos chavales y un estilo, que a día de hoy ya no existe.
Más allá de eso, como película, tira a floja. Pero como documento, está muy bien.