Michael Rappaport, actor estandarte del cine indie de los 90
al cual habéis visto en películas como “¡Hasta las narices!”, “Semillas de
rencor” o “Copland”, hace su debut como director cinematográfico con este
documental laureado en Sundance y con críticas unánimemente favorables, en el
que se repasa la carrera de A Tribe Called Quest, uno de los grupos más
influyentes de la golden era del Hip-Hop. Los Tribe, fueron muy populares en
los 90 por ofrecer una propuesta muy distinta a lo que se estilaba en el rap de
entonces, vinieron con unos ritmos mucho más elaborados que los de la media,
con samplers de jazz y el soul más oscuro, y ejecutaban unos rapeos elegantes y
tranquilos en los que hablaban del amor y el buen rollo, amén de tener
conciencia afrocentrista y ser caballerosos con las mujeres en tiempos en el
que el rap destilaba machismo y misoginia, ganándose un lugar muy elevado en el
olimpo del Hip-Hop. Entonces comenzamos el visionado un tanto impávidos ante lo
que parece un documental de cabezas parlantes con entrevistas a los Tribe, en
el que se habla de sus comienzos, sus orígenes, su éxito y el espectador piensa
que está viendo un documental más sin nada que aportar y un vehículo de
lucimiento para los artistas que retrata. Sin embargo, al llegar a su cuarto
disco en 1996, el documental pega un giro y se centra, ya casi en exclusiva
hasta que finaliza, en la turbulenta relación existente en los dos rappers
principales de la formación, Q-Tip y Phife Dowg. Para esas fechas, ellos ya
eran súper estrellas que alternaban con la creme de la creme de la cultura
neoyorkina y llenaban estadios. Esto resintió la relación entre ellos porque
Q-Tip se había convertido en un megalómano egocéntrico y controlador que
relegaba a un seguidísimo plano a su partenaire que, afectado por una diabetes
severa, y, preocupado por su salud, no toleraba los ninguneos constantes a los
que Q-Tip le sometía a través de sus ataques de megalomanía. Cuando la
enfermedad de Dawg le impedía llevar un ritmo alto en las giras, Tip, en lugar de
comprender la situación se lo echaba en cara dejándole en evidencia delante del
público. Lógicamente, la banda se disolvió dejando a deber un álbum de su
contrato inicial de seis discos en 1989.
Si su último álbum databa de 1998, para 2011 año en el que
se realiza este documental, los Tribe eran lo suficientemente relevantes como
para ser contratados para importantes giras que, cuando andaban cortos de
pasta, aceptaban para tirar adelante. Fue peor el remedio que la enfermedad,
porque en esas reuniones los ataques de ego de Tip fueron constantes y los
cabreos y crisis diabéticas de Dawg fueron en aumento, por lo que ofrecían
conciertos de mierda en los que el público era partícipe de sus diferencias. Y
en una de estas últimas giras, la cámara de Rappaport registras estas crisis,
estas rabietas y los arrebatos megalomaníacos de Q-Tip. Nunca llegaron a
reconciliarse.
Con todo, la enfermedad de Phife Dawg fue en aumento y todo
se quedó en stand by.
Para cuando se estrenó este documental, A Tribe Called Quest
llevaba desde el 98 sin sacar un disco y debiéndole a la discográfica una nueva
referencia para concluir su contrato. Lo que pasó a continuación, que no está
en el documental, es lo siguiente.
Aún llevándose los dos raperos como el rosario de la
Aurora, les llamaron en 2013 para hacer
una aparición en el programa de Jimmy Fallon. Por lo visto durante esa
actuación surgió la química y, entre bastidores, Tip y Dawg limaron asperezas.
Parece que Tip estaba más tranquilo y con el ego menos subido, consecuencia
seguramente de la edad, pero Dawg estaba con un riñón trasplantado y con muy
poquitas fuerzas, asistiendo a diálisis cuatro días por semana. Sin embargo,
decidieron grabar en secreto un nuevo álbum en el estudio casero de Q-Tip
(estudio este que se había elaborado con
artículos de colección, poseyendo Tip en el mismo preamplificadores que
pertenecieron a The Ramones o una grabadora que había sido de Frank Zappa,
entre otros artilugios) y reunir de nuevo a la banda. Pero, Phife Dawg estaba
para entonces muy enfermo y falleció a causa de complicaciones con la diabetes
con el disco a medio terminar. Quizás lo más normal sería que ahí se hubiera
quedado la cosa, que Q-Tip hubiera llorado la muerte de su compañero y seguir
con su carrera en solitario, sin embargo, si Phife Dawg murió en Marzo de 2016,
en Noviembre aparecía en el mercado el último disco de la formación, “We go it
from here… thanks 4 your service” que completaba el sexto disco que tenían por
contrato y que se explotó como disco póstumo. Obviamente, muchos acusaron a Tip
de explotar la muerte de su compañero y sacar tajada de la misma, cosa que este
desmiente totalmente ya que afirma que era un disco grabado para volver a la
palestra. Como fuere, y en tiempos en los que, no ya el rap, si no la música en
general se mueve a través de redes sociales, el último disco de los Tribe
alcanzó el disco de oro por la venta de más de 500.000 unidades físicas. Habían
pasado 18 años desde el lanzamiento de su anterior disco y los fans recibieron
este con los brazos abiertos, siendo considerado por la crítica especializada
uno de los mejores discos de la década de los años 10 del nuevo milenio.
Volvieron por la puerta grande, solo que ya no estaba uno de sus miembros más
destacados. Por otro lado, Q-Tip afirma que tienen material descartado de ese
disco y material inédito como para sacar dos o tres discos más, pero que, este,
sería el último disco de A Tribe Called Quest y que el material inédito y
descartado, descansaría en las bobinas analógicas. Cuatro años después, eso se
ha mantenido.
En lo que concierne al documental que cuenta parte de esta
tortuosa historia de amistad y enemistad, como digo, que comience como un
documental al uso digno de cualquier canal temático para luego desembocar en
las trifulcas de estos dos, convierte a “Beats, Rhymes and Live, the travels od
A Tribe Called Quest”, en una película rara, misteriosa y desperada de mucho interés para los fans que no sabían
de la misa la mitad y en la que podemos ver momentos verdaderamente tensos y
donde podemos escuchar declaraciones muy desagradables por parte de ambos
miembros. No se podían ni ver. Lo cierto es que está muy bien, es un docu muy
valiente —Phife Dowg todavía vivía cuando se rodó— y un documento absolutamente
imprescindible para comprender muchos de los problemas que se viven dentro de
un grupo musical que vendía el amor y la felicidad a su público, cuando ellos
eran víctimas del absoluto odio y la envidia más vil.
Michael Rappaport, siempre metido en proyectos interesantes
tanto delante como detrás de la cámara, como neoyorquino de pro, se declara fan
de toda la golden era del Hip-Hop de los 90 (y en particular de los Tribe),
supo de donde escarbar haciendo este documental sobre sus ídolos y aprovechó
para irse con ellos en la gira de 2008 y sacar las tomas más sorprendentes de
esta película. Un tipo listo.
Ahora, si no son ustedes seguidores del Hip-Hop… igual este
no es su documental.