Corren malos tiempos para los justicieros, o eso es lo que uno saca en conclusión tras ver los flojos resultados en taquilla de los dos ejemplos del subgénero más recientes que ha parido Hollywood, "La extraña que hay en ti" y "Death Sentence", esta última aún pendiente de estreno por estos lares. Es una pena, desde luego, y más para un fan de esa clase de películas como es el que firma, sin embargo, podemos consolarnos disfrutando de las dos producciones comentadas porque, y más en el caso de la segunda, se encargan de dejar el listón bastante arriba.
Me moría de ganas de ver "Death Sentence" desde que supe de su existencia. El director de "Saw" y de la más que disfrutable "Dead Silence", dando órdenes a un actor por el que siento especial afecto, Kevin Bacon. Pero antes, tocaba ver el título que la precedió, en el que nada menos que Jodie Foster se encarga de emular a Charles Bronson en sus correrías nocturnas, y todo ello orquestado por un cineasta al que jamás te esperarías tras un film de semejante temática, Neil Jordan.
Curiosamente, "La extraña que hay en ti" está mucho más cercana al espíritu Bronsiano y, específicamente, a "El justiciero de la ciudad" (la primera) que "Death Sentence". Mientras esta segunda gira en torno a la batalla sin cuartel entre la víctima y los asesinos de su imprescindible ser querido, en "La extraña...", aunque también figura ese motivador (obligado en el subgénero), el abanico se amplía. Como "Paul Kersey" en "Death Wish", Jodie Foster acribilla a maleantes anónimos que han tenido la desgracia de cruzarse en su camino. De hecho, el film hace gala de una secuencia de ajusticiamiento en el metro absolutamente idéntica a otra de la peli madre y que, a su vez, se inspira en el hecho real que dio pie a la novela, su posterior adaptación a la gran pantalla y al desarrollo, crecimiento, degeneración y asentamiento de un tipo de cine generalmente muy criticado y denostado por aquellos sopla pollas que van de progres y no hacen otra cosa que mirarse al ombligo sin entender nada de nada. Ni siquiera, a estas alturas, "La extraña que hay en ti" se libró de las predecibles acusaciones de fascistoide, a pesar de que Jordan y la prota se esfuerzan en no caer en el terreno propio del "exploitation" y adornar su propuesta con más profundidad y humanidad de la que uno podría esperar ante semejante empresa (eso hizo que, por otro lado, les llovieran críticas de hipocresía, y se citaban como mucho más honestas en su planteamiento las desventuras del Bronson más macarra). Irónicamente, la peli que más prestigio se supone que tiene, o debe tener, por el caché de sus responsables, es la más radical y extrema en su planteamiento ideológico.
Por su lado, "Death Sentence", se muestra como un vibrante thriller, oscuro, tenso, violento y estupendísimo, que merecía mucha más suerte a la hora de acumular billetes verdes. Es la mejor peli de James Wan, y el amigo Bacon está soberbio en su descenso a la locura y desesperación. Sus reacciones ante los primeros actos violentos que acomete son mucho más creíbles y realistas que los de la Foster. Como decía, "Death Sentence", argumentalmente delimita la acción a unos personajes específicos, la banda que asesina al hijo de Bacon y éste, un buen padre aburguesado que, poco a poco, se va transformando en una máquina de matar nihilista y a la que no le importa otra cosa que la venganza. Digamos que arranca como "El justiciero de la ciudad" y lentamente va mutando a un "Taxi Driver", hasta el clímax final, muy deudor del de la peli de Martin Scorsese, sobre todo en su gráfica (muy gráfica) y arrebatadora ultra-violencia.
La "ideología del vigilante" queda más velada que en "La extraña que hay en ti" en el momento en el que Bacon no decide acabar con la chusma de las calles, si no que se centra única y exclusivamente en aquellos que le han agredido a él y su familia. Es, en esencia, una cinta de acción, aunque con un contundente baño dramático.
Un detalle que, extrañamente, parece haber pasado inadvertido a la mayoría de críticos y cronistas (sobre todo Españoles, cómo no), es que "Death Sentence" está basada en una novela de Brian Garfield, es decir, el autor de "Death Wish", el libro que lo empezó todo. El mismo Garfield, nada contento con la adaptación que de su novela había hecho Michael Winner exaltando la violencia y el juego de la venganza como algo "bueno", decidió escribir su propia secuela a "Death Wish" con una intención muy clara: Demostrar que el papel del justiciero no tiene nada de heroico. Naturalmente, en pleno apogeo del Bronson más carnicero, nadie quiso llevar esa segunda epopeya a la pantalla conscientes de que estaban ante un planteamiento más negativo de lo habitual en el tipo de películas que, por entonces, reinaban en la taquilla. Quizás todo eso explique por qué, a pesar de su baño de sangre y de ese Kevin Bacon transformado los últimos 25 minutos en un especie de "Punisher", en esencia "Death Sentence" no hace un retrato favorable de la imagen del vigilante. El film nos muestra que la violencia solo lleva a más violencia, y que actuando de la manera que lo hace el protagonista de la función, únicamente lograremos agrandar la herida y convertirnos en exactamente aquello contra lo que luchamos. No por nada, Garfield tuvo muy buenas palabras con respecto a la peli.
Resumiendo, que “Death Sentence” está de puta madre.