El pequeño-pero-notorio éxito del slasher "Noche de paz, noche de muerte" esputó toda una serie de secuelas (hasta 4) que, como es habitual en este caso, hicieron su Agosto en los video-clubs y a medida que crecía la numeración después del título, decrecía el vínculo narrativo con la peli madre, aunque mantenían su esencia, es decir, "historias de terror con la Navidad como fondo temático". Curiosamente fueron las dos aportaciones de Brian Yuzna las que más se apartaron de la fuente original y, ya de paso, las dos últimas antes de que cerraran el chiringuito. En la cuarta fue director, y en la quinta, que es la que tratamos ahora, fue productor (y co-guionista), relegando la dirección a Martin Kitrosser, de extraño y colorido currículum, donde destacan sus aportaciones en funciones de guionista para la saga "Viernes 13" (además, las mejores: tercera, cuarta y la reivindicable quinta).
La movida va de un chaval que presencia cómo su padrastro muere por culpa de un juguete robótico con malas intenciones, algo que le traumatizará notablemente. Pero no, ni crecerá, ni se convertirá en un Santa Calus psycho... no van por ahí los tiros. El caso es que el crimen está directamente relacionado con una tienda de juguetes comandada por un abuelete de sospechoso nombre (¡Joe Petto!) y su rarísimo hijo aparentemente idiota (¡Pino!... anda, cuanta sutilidad). Hay un personaje más que entra en acción... es guapo y decidido, así que sabemos desde buen principio que será el héroe. El tipo sospecha del juguetero, pero a pesar de sus investigaciones, el niño sigue recibiendo inesperados regalos asesinos que se despachan a todo secundario que se cruce por allí.
"Silent Night, Deadly Night 5: The Toymaker" (o "Juegos Diabólicos" en la España) juega con un buen montón de ideas interesantes, aunque no logra desarrollar ninguna lo suficientemente bien. Esa especie de versión oscura de "Pinocho" se queda a medio gas. Los juguetes asesinos podrían haber dado mucho más de sí (como la caratula hace sospechar), y no aportan gran cosa. Encima, la truculencia anda bajo mínimos (realmente solo hay un crimen que podamos tildar de genuinamente sangriento). Todo ello envuelto en un look soso de cojones, más propio de un telefilm. Sin embargo, las buenas intenciones logran que, dentro de lo que cabe, podamos sufrir del show bastante dignamente e incluso, haciendo un leve esfuerzo, logremos medio-entretenernos. El clímax es tan desquiciado, como rutinario y plomizo. Pero vamos, vale la pena ese "sprint" final, porque luego ya salen los créditos.
En el reparto destacan el amigo Mickey Rooney de juguetero alcoholizado, el raruno Clint Howard en un papel enano (compensado por el hecho de que era el absoluto prota de la cuarta parte dando cuerpo al mismo personaje, Ricky, que es como se llama el hermano del asesino de la primera y eje central de la dos y la tres... ¿un guiño/coña o cierto intento de unir todos los films aunque sea por los pelos de un calvo?) y, finalmente, el hijo de Brian Yuzna que, sí, no era una leyenda urbana, realmente se llama Conan.
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