El clásico por antonomasia de Curtis Harrington, director de algunos capítulos de las famosas series “Dinastía”, “Los Colby”, “Hotel”, “Los ángeles de Charlie” o “Más allá de los límites de la realidad”, resulta ser una “explotation” de “El exorcista”, con incuestionables toques de autor y, también, incuestionables toques de inutilidad. No en balde, Harrington en sus ratos libres rueda cortos de corte experimental, aunque para ganarse la vida tenga que rodar títulos populares. Una especie de Javier Aguirre a la americana.
Pero “Ruby”, no es el típico título que expolia a saco la película de William Friedkin, no. Harrington crea una historia propia con gángsters de los años 30 metidos de por medio, un sentido homenaje a los “Drive-in” (o sea, autocines), y luego ya, en el ecuador de la película (y en plenos años 50), mete el plagio de “El exorcista”. Casi parece como si tuviera en mente una película, y por exigencias de la producción, colocara ahí la posesión con calzador. De hecho es lo que menos importa en la película.
Ruby es una cabaretera que anda con unos gángsters, que echaban a un pantano a sus víctimas para que se hundieran en el fondo. Uno de ellos, del cual Ruby estaba enamorada, muere en un tiroteo. Años después, como propietaria de un autocine, contrata a todos los gángsters que han salido de la cárcel para que trabajen allí. Un buen día, en la cabina de proyección, se suceden una serie de misteriosos asesinatos. En casa, Ruby no hace más que ver apariciones y la figura de su amado en plan fantasma, hasta que este acaba manifestándose, poseyendo el cuerpo de su hija fea y sordomuda. Para sacarle ese espíritu del cuerpo, su noviete contacta con un doctor especializado en lo paranormal. Las consecuencias serán trágicas, obviamente.
Es curioso como Harrington, cuela en la película planos de lo más artísticos en una película con un innegable tufo setentero y de serie B que se las promete, en el planteamiento, mucho más terrorífico de lo que en realidad es. Digamos que salvo un par de escenas en las que la niña es poseída, no da miedo en absoluto. Incluso, la niña sin ser poseída da mucho más miedo de lo fea que es la condenada.
Sin embargo, Harrington, incapaz de crear terror a pesar de los evidentes esfuerzos, si que logra dotarlo todo de un halo enrarecido y misterioso, que visualmente, da puntos a favor a la película, pareciendo finalmente más una película experimental que una de género pura y dura. Y por consecuencia, y salvo momentos muy puntuales en el autocine (dentro de una máquina de refrescos está ensartado un cadáver, y una oronda muchachita al ir a por su refresco, consigue un vaso lleno de sangre, que lógicamente, se bebe), el visionarla completa de cabo a rabo, resulta harto de aburrido, con momentos realmente insoportables. Claro que la película también tiene momentos divertidos, involuntariamente, por supuesto.
También se aprovecha de la popularidad que recibiera la actriz Piper Laurie, tras su aparición el año anterior en “Carrie”, sin embargo, y aun apareciendo su nombre como reclamo en el cartel, en él solo aparece la niña fea poseída, en un intento de intentar parecerse lo máximo posible al poster de “Carrie” precisamente. Digo yo, que el público picaría de todas, todas.
En un papel secundario, tenemos a un clásico de la serie B como es Stuart Whitman, prota de “Campeón II”, título con el que explotarían aquí en España el éxito de la lacrimógena “Campeón” y que nada tenía que ver, si no que era una peliculita titulada “Run for the Roses” o de películas como “Trampa Mortal” o “Guyana, el crimen del siglo”.
En definitiva, con algo de paciencia, al final resulta hasta curiosa y todo.