La película es una vuelta al Chucky más aterrador, al de
las primeras entregas, y es seria a más no poder. En este caso,
esta seriedad no funciona, porque si en las dos ultimas entregas de la serie me
estáis vendiendo una comedia con “La novia de Chucky” y la infravalorada “La
semilla de Chucky”, ahora lo que quiero ver son más aventuras, gracietas y
chistes de esta familia de muñecos que
os habéis empeñado en formar… pero se nos quita cualquier atisbo de comedia en
pro de una vuelta a lo que el personaje fue en los ochenta. Habrá quien lo
agradezca, pero en mi caso, no.
Para justificarlo, Don Mancini, director y creador de la
criatura, traslada la acción, cronológicamente, a justo después de la tercera
parte.
Una muchacha en silla de ruedas recibe un paquete por
correo. Dentro de él va un Good Guy que acaba cargándose a su madre de modo que parezca un suicidio. Para que Chucky tenga víctimas
frescas, hacen que, tras esta muerte, venga toda la familia de la muchacha, con lo que el muñeco acabará siendo propiedad de la
sobrinita de esta.
Chucky se los andará cargando de maneras más o menos
ingeniosas, hasta que hacia el final la película se pone un poco
interesante cuando se nos narra a modo de flash backs el por qué Chucky está en esa casa, y se nos va preparando para
que todo lo que ocurra en adelante tenga conexión con lo hechos acontecidos en
“La novia de Chucky” y continuar con la saga, así que vemos que Tiffany (ternesca, pero aún muy apetecible Jennifer Tilly) se dedica a enviar a Chucky por
correo a según qué personas. Contar más, sería hacer spoliers, pero sí que les
diré que si quieren saber que pasó con el niño Andy tras su paso por el
ejercito. En “Muñeco Diabólico 3” lo sabremos aquí, y que queda, al menos, una
película más de la saga para que conecte con “La novia de Chucky”… Vamos, un lío
que a los fans mas avanzados hará gracia, pero que descolocará a los
nuevos, a los que se engancharon a la saga, precisamente, con la cuarta
entrega, y que ni saben de la existencia de sus tres predecesoras de los
ochenta y noventa.
Un batiburrillo de conceptos que se aprovecha de los
elementos primordiales de la saga, y que a mí, tan fan como soy, me ha dejado
muy indiferente. Incluso, si no fuera porque verdaderamente me esperaba muy
poco, diría que me ha decepcionado, no ya porque no continúe con el humor de
las dos anteriores, sino porque como película de terror, no funciona en
absoluto, como sí lo hacía la primera de la saga a la cual pretende imitar.
Ergo, callo los rumores diciendo que, ni se trata de un
remake de la primera, ni es una vuelta al viejo Chucky (porque a las primeras
de cambio, vuelve al actual, como verán…), ni el diseño del muñeco es
totalmente diferente… porque su nuevo aspecto (pelo largo, cara distinta,
aunque más parecido al de las primeras entregas que al Chucky de Ronny Yu)
resulta ser un disfraz a base de capas de látex que lleva puesto que, en un
momento de la película, alguien le quita y vemos al Chucky de “La novia de
Chucky” con sus cicatrices, y sus trozos de plástico arrancado del ojo, aunque,
curiosamente, le faltan las grapas…
Don Mancini intenta todo para ganarse a los fans de ambas
trilogías…. pero solo consigue que, según avanza la película, nos den ganas de
darle al stop.
Los asesinatos y el gore,
sin ser un asco, no son nada del otro mundo, y en definitiva nada que ofrecer,
ni a los fans de la saga, ni a los que no lo son.
En el reparto tenemos a la guapísima Fiona Douriff, que si
son algo avispados sabrán de quien es hija, además de la anteriormente mentada
Jennifer Tilly y Brad Douriff, una vez más “as the voice of Chucky”, volviendo a hacer acto de presencia en su forma humana como Charles Lee Ray, y de paso nos cuentan que es lo que este estaba haciendo cuando fue masacrado por Chris Sarandon en
la primera parte… ahí es nada.
El caso es que con todo esto, se podía haber hecho algo muy
guapo, pero…