Años después, en mis años de estudiante, solía ir al centro
con un par de amigos a hacer pellas. Y como nunca pedían el carné, algunas
veces nos metíamos a pasar la mañana en las sala X sita en Tirso de Molina (y
que juraría sigue ahí), donde descubrí que aquella primera película porno
que vi en mi vida era la que estaban proyectando en 1992. Solo éramos tres o cuatro -la mayoría viejos- viéndola. Si se tocaban, no lo notábamos. Y ya fue
una cosa nostálgica, el toparme con ella por segunda vez y el
descubrir que su título era “Una rajita para dos”. Seguimos visitando aquella sala X hasta que un día me levanté para ir al servicio y me siguió un
señor chino, que con la mano llena de monedas de 500 pelas, me hacia gestos
obscenos. Avisé a mis compañeros, nos fuimos de allí y no volvimos más.
Así que, sí, yo he visto “Una rajita para dos” en pantalla
grande.
Años mas tarde, y en plena fiebre “jessfranquiana”, descubro
que es el director de esa primera película porno. Una de las más famosas de cuantas rodó en
el ámbito del cine X y cuya dirección atribuía a Lina Romay bajo cualquier seudónimo. En este caso “Lulú Laverne”.
Dos espías femeninas llevan ocultos en sus anos microfilms con
contenidos secretos (las píldoras de las que hablaba antes), y que follan con
argentinos y otros individuos de mal vivir, mientras sueltan todo el tiempo chistes y chascarrillos más o menos efectivos.
Lina Romay apenas sale, Emilio Linder folla con ímpetu,
logrando alzar el rabo mejor que sus compañeros, poniendo acento Argentino (es
Argentino) y, aunque sostenga que sus planos porno son insertos
–verdad en muchos casos- aquí, siendo plano generales, está claro que es él quién folla. Y Antonio Mayans, que nunca mojó en un film de
Franco, interpreta a un maricón impertinente que, ante los celos, interrumpe
las sesiones eróticas de Linder, llamando por teléfono para preguntar
tonterías. Está entretenidilla, como todas estas que hizo Jess Franco.
La película se rodó antes de que fuera legal en España el hacer porno
y/o distribuirlo, así que se exhibió en algunas salas de manera clandestina.
Luego ya se regularizó la ley, y se habilitaron las salas X , consiguiendo
reunir a más de 88.000 espectadores, lo que la sitúa como una de las películas
X españolas más taquilleras de la historia. Y a eso habría que sumarle los
espectadores que la vieron de manera clandestina. En vídeo sería uno de los
títulos más alquilados de aquella época, no ya del porno, sino en general,
lo que la convierte en un absoluto clásico de nuestro país. Con
todo, no es, ni de lejos, la mejor o más divertida marranada de su
director.
A mí el porno no me gusta, no me ha gustado nunca. Lo veo
aburrido, un arte menor y a la hora de, al igual que Onán, derramar mi semilla,
tampoco me funciona. Prefiero usar la imaginación. Quizás todo esto sea por el
trauma que me dejó esta maldita película en la que los ojetes peludos
predominan, al igual que las pollas flácidas.
Entrañable.