Doña Macabra y su hermana, son conocidas en el barrio porque
practican la brujería (o eso creen los paletos de los vecinos) y porque se
especula que en el caserón dónde viven, se esconde un gran tesoro. Un
matrimonio emparentado con las dos viejas, les engañan para instalarse en su
casa con el único fin de encontrar ese
tesoro. Doña Macabra, que descubre sus intenciones, prepara su venganza
sangrienta.
El resto de la película el matrimonio se las tendrá que ver
con las putaditas que Doña Macabra les va dejando.
Lo que me llama la atención de la película, es que, siendo
blanca como es –una comedia mexicana de los años 70- a veces, porque no se
tiene medida, o bien por la ingenuidad de la época, las bromitas y trampas que
la señora va dejando al matrimonio, si que llegan a ser verdaderamente macabras…
es decir, que por un lado son tonterías tipo luces que se apagan, cortinas que
se menean, pero por otro, le dan corriente eléctrica a un acuario, para que
cuando la mujer de ese matrimonio meta la mano, se electrocute. O bien,
encuentran en su cama manos cercenadas y ensangrentadas, cuya sangre, el
matrimonio llega a probar para comprobar si es sangre de verdad o no.
Por otro lado, una pantera ataca al marido, haciéndole graves heridas, y para
rematar la faena –spolier- este acaba muerto porque le explota la dinamita que
está usando para hacer un boquete y encontrar el tesoro. Todo ello servido con
vivos colores setenteros e iluminaciones psicodélicas que le dan un tonillo,
efectivamente, macabro (y pop).
Se deja ver perfectamente. Entretenidilla y graciosa.
Dirige el cotarro Roberto Gavaldón, artesano mexicano de los
de oficio y prestigio (no un chungo como los Cardona) que entre muchas
cosas dirigió aquel “Don Quijote cabalga
de nuevo” al servicio de Cantinflas y con Fernando Fernán Gómez.