Se trata de un telefilme que existe, a parte de para rebañar
los posibles rescoldos que dejaran las dos películas para cine interpretadas
por Jim Carrey,
para cerrar una trilogía aprovechando que Carrey ya nunca más volverá a
interpretar a Ace Ventura, y para llenar esos huecos muertos entre
programa y programa de los canales infantiles de las televisiones por
cable de
los USA. Posiblemente sea más una cuestión de conservación de derechos
del
personaje por parte de la Warner, que un interés real en que las
aventuras del
detective de mascotas sean continuadas
por el hijo de este.
Aquí la gracia –y la mala hostia- están en que Ace Ventura
está muerto. Murió en el triángulo de las Bermudas en una mala ejecución de su
profesión. Sin embargo, antes, le dio tiempo a echar un polvo a su novia,
dejarla preñada, y que de esa relación saliera un niño obeso y repelente que
continuaría con su estirpe (aunque este parezca más hijo de Chris Farley que de
Jim Carrey). Así, Ace Ventura Jr., obsesionado con proteger y encontrar
mascotas, el día que decide ser un niño normal, se percata de que un oso Panda
del zoo ha sido robado, y que la principal sospechosa es su mamaíta. Así
pues, se pone manos a la obra para poder
sacar de la cárcel a su progenitora, y de paso, rescatar al osito.
Menuda chorrada más grande y estúpida.
No menos estúpida es la idea de inventarle al niño todo un
árbol genealógico de la familia Ventura, en el que abuelos y tatarabuelos se
dedicaron a lo mismo que él y su padre, y todos tenían la pinta y peinado
característico de los Ventura; esto es, pantalón de pirata, camisa Hawaiana y ese
tupé, que le sale al niño como por arte de magia a mitad de la película
–literalmente; no tiene tupé, de repente le aparece, y se convierte en el
primer sorprendido- y que le queda al jodio niño como una patada en los
cojones. Y poco más, por lo demás es tan sosita, que recién vista apenas la
recuerdo. Y sí, me he aburrido bastante.
El niño gordo, repelente y en absoluto gracioso –cualquier
otro lo hubiera hecho exactamente igual-, qué a día de hoy es un machote de 22
años, se crió delante de la pantalla y le hemos podido ver, además de en esta
chufla, en “¡Olvídate de mí!”, paradójicamente, junto a Jim Carrey, “Hasta que
el cura nos separe” junto a Robin Williams, y ahora que es mayor, se prodiga
cada vez menos. Da un poco igual, la verdad.
En cuanto al director, David Mickey Evans, es el responsable
de las secuelas más chungas de “Bethoveen” (la 3 y la 4) directas a vídeo, de
la película Disney para lucimiento del cómico Sinbad “Un negro en la Casa
Blanca” y mierdas por el estilo. Sin embargo, hay una película muy bonita “La
fuerza de la Ilusión” con Elijah Wood de pequeñín, cuyos créditos dan la
autoría de la dirección a Richard Donner. Dícen las malas lenguas, que el 70%
de esa película la dirigió el propio Evans, quién además firma el libreto. Sin
embargo, en la película no se le acredita como es debido en las labores de
dirección. Simplemente, no sale. Aunque da un poco lo mismo: David Mickey
Evans, así como su carrera, son lo más mediocre que puede dar el cine de las
dos últimas décadas.