“Bouca de ouro” es una extraña película Brasileña de los años sesenta –pizca más o
menos la época de José Mojica Marins, aunque no venga este dato muy al caso
para lo que ahora nos interesa- que deambula entre el género noir y el drama,
que con pocos dineros y pocos efectismos –y entendiendo el portugués muy de
aquella manera- consigue en el espectador un desasosiego y una sensación de
agobio, en parte por el como está filmada y lo que cuenta, en parte porque no
acaba de cuajar del todo, que como fuere, no queda exenta de interés.
Cuenta la historia del delincuente “Boca de Oro”, conocido
así por los implantes bucales que lleva (obviamente de oro), por haber sido
arrojado al water por su madre nada más nacer, y por querer un ataúd de oro
para cuando se muera, que resulta ser asesinado en extrañas circunstancias.
Cuando un periodista quiere resolver el caso de este
asesinato, desde un total desconocimiento, contactará con la novia de este para interrogarla intentar averguar a través de los testimonios de esta por qué ha muerto, y quienes le han matado. Le pedirá que le
narre algunos de sus crímenes y así ver si alguna de sus tesis resultan esclarecedoras.
Durante la entrevista, la joven relatará distintas versiones de lo narrado
según le conviene a ella, con lo que al final todo se enrevesará más dejando al
periodista, y al espectador, tan liados
(de forma voluntaria en el guion) que uno ya no sabe lo que está pasando ni
como se resuelve el asunto.
Basada en una obra de teatro del mismo título escrita por
Nelson Rodrigues, “Boca de ouro” nace casi por accidente. El director Nelson
Pereira dos Santos, un director clásico Brasileño de corte artesanal, andaba metido en la producción de otra
película que por unos motivos u otros, nunca llegaba a arrancar por problemas
de toda índole. Y abortó el proyecto. Como
tenía la necesidad vital de rodar, e instado por el actor protagonista,
Jece Valadao, cuñado de Nelson
Rodrigues que iba a aparecer en el proyecto truncado, se pone manos a la obra
con la adaptación de “Bouca de Ouro”, sin caer en la cuenta de que no tenía
dinero suficiente para poner en pie la película. Sin embargo no era una película que
precisara de grandes gastos.
El productor, Jarbas Barbosa, tenía en su poder un coche
Impala cuya aparición era vital en la película. Pero tenían el coche, más no el
dinero para rodar. Así que vendió el coche, ese dinero lo destinó a
la producción, y cuando necesitaron el coche para la película, lo pidieron
prestado. El caso es que entre unas cosas y otras, la película finalmente llegó
a buen puerto.
Rara e ignota donde las haya, es más interesante el hecho de
que este film exista y rule por ahí, que el visionado del mismo, siendo, en
cualquier caso interesante echarle un ojito si es que somos cinéfilos curiosos.
Más allá de eso, no me aventuro a recomendarla. En realidad es un tostón.