Unos pre-púberes que sienten una terrible curiosidad por el
sexo y que viven en una urbanización a las afueras, deciden coger todos sus
ahorros y largarse a la ciudad para contratar a una puta y verla en pelotas. Y
así lo hacen.
Por una serie de vicisitudes, esta puta acaba yéndose con
los niños a la urbanización escapando de sus chulos, e instalándose en la casa
de uno de los niños; el padre cree que es profesora de matemáticas –en niño lía
las cosas- y ella cree que él sabe que es prostituta, por lo que se acaba
enamorando de él, al tratarle este como la señorita respetable que él le cree,
y no como la meretriz callejera y maloliente que en realidad es. La cosa se
complicará, cuando el padre del niño descubra que es una vulgar ramera y no la
coqueta profesora de matemáticas que él cree que es.
Una buena muestra del tipo de comedia romántica que se
estilaba en los 90, así como también lo es de un subgénero que se dio mucho
dentro de la comedia romántica: el de furcias de buen corazón que acaban
enamorándose de un señor ajeno a su universo sórdido y carnal. El estandarte de
ese subgénero, “Pretty Woman”, esta “Un regalo para papá” (“Money Milk” en su
versión original (¿), una peliculilla del montón.
No obstante, estando Kathleen Kennedy y Frank Marshall en la
producción, y situándose en el tiempo tampoco demasiado lejos de la década de
los ochenta, además de película de
prostituta aspirante a princesita, es un film deudor de los clásicos juveniles
de los ochenta. La primera mitad de la película, la más soportable, es
totalmente una consecuencia de la era Spielberg. Niños de barrios residenciales
que salen a vivir aventuras en sus bicicletas decoradas con banderines; como
“Los Goonies” o “Cuenta Conmigo” y que acaban metidos en problemas. Unos
primeros 40 minutos funcionales y divertidos, se echan a perder en el momento
en el que la prostituta irrumpe en la casa del niño, y a partir de ahí,
con Ed Harris haciendo de padre viudo y
poniendo caras de buen tipo, todo lo que sucede nos importa un bledo. Y se va a
tomar por el culo tan ricamente, toda la película.
Rozando ya los años en los que se impondría la corrección
política imperante hoy en día, al menos
aquí vemos como la puta les enseña las tetas a los críos –sin que el espectador
las vea, por supuesto- en un alarde de
inofensiva pederastia a cambio de dinero y, más impensable todavía, vemos como
los críos se echan, incluso, un cigarrito tras verle las tetas a la ramera,
cosa que para 1994, año del que data la película, sería algo que veríamos ya
muy poquitas veces.
Por otro lado, advertir a todos esos pajilleros que se la
zurran con pan de molde, y por ende con Melanie Griffith, antes de llevar el
nombre de Antonio en el brazo, que
interpreta a la vivaz prostituta, que efectivamente, el erotismo no buscado es
más excitante que la sucia pornografía; no hay nada de sexo en la película, ni
tan siquiera una intención de que lo haya, sin embargo, es muy sugestivo ver lo
suelta que va la Griffith en la película, sobre todo con camisón de estar por
casa. Como va sin sujetador con aquello bamboleante, en su inocencia, resultan
esos planos más pajeables que los que sale ella vestida como una puta
provocativa, que da cierta grimilla, en parte por esas piernas con menos carne
que la pata de un canario. Pero aún así, la Griffith, era mucha Griffith. Qué
mujer.
El autor del libreto, John Mattson, batió el record de
dinero recibido por el guion de una comedia, recibiendo por parte de Paramount
la friolera de millón y cuarto de dólares, lo que suponía un pastón para un
guion de una comedia de estas características. En esta tesitura, los ejecutivos
quisieron contratar a Michael Finell para que produjera y Joe Dante para
dirigir la película, pero recibirían muy poco dinero por hacerlo, así que estos
rechazaron la oferta, recayendo así la dirección en manos de Richar Benjamín
(“Esta casa es una ruina”) quien se movía por estos parámetros como pez en el
agua.
La película resultó demasiado cara, y no recaudó en taquilla
lo que debería. Aquí en España de hecho, la vieron en cines poco más de 166.000
espectadores, que son bastante pocos para una película Paramount.
Ante este dispendio, se rumoreó –y seguramente algo de
cierto había en esto- que la película fue el proyecto personal de una serie de
ejecutivos de Paramount aficionados a las putas. Y al recibir el guion, este les
llegó al corazón, porque se trataba de una película sobre el único tipo de
mujer que conocían: las putas. Es decir, una película sobre putas, hecha por
puteros, ni más ni menos.
Por lo demás, puro fast food: la ves, te medio entretiene, y
a dormir.
Por cierto, además de ñoña, decir, para, que nunca en una
película estuvieron los protagonistas
tan espantosos. Tanto Melanie Griffith,
como Ed Harris, parecen muñecos de cera. Sin embargo, a la hora de ser nominada
la película a los Razzie, fue el guion el que se llevó la palma, sin embargo
quién se llevó tan preciado anti-galardón fue “Los Picapiedra”, espantosa a
todo efecto.
También se pasea por la película con muy poquito que hacer,
o decir, Malcolm McDowell.