La película es de lo más tonta; El Cónde Drácula logra
enamorar a una joven que le servirá para
engendrar un hijo muy deseado. Poco después ella muere, y el hijo de Drácula,
Ferdinando, resulta ser un jovencito un tanto trasto. Llegan hasta nuestros
días, y huyendo del bolcheviquismo, Drácula y su hijo acaban escapando,
separando sus destinos durante el viaje, a París. Allí Drácula se desenvolverá
a sus anchas en el mundo del cine, y chupando la sangre de bellas jovencitas,
mientras que Ferdinando no se adapta a su condición de Vampiro, queriendo
convertirse en humano a toda costa. La cosa se complicará cuando ambos se
enamoran de la misma mujer.
La comedia Francesa es característica por ser más serena,
menos desmadrada que otras muestras Europeas y aunque queda claro desde el
principio que “Drácula, padre e hijo” es una comedia paródica sin mayores
pretensiones, el cómo se va desarrollando la acción hace que por momentos no
parezca una comedia, si bien es cierto que el comportamiento del conde Drácula
es el de un padre abnegado que lucha para que su hijo sea como ha de ser un
vampiro, y le sale rana, es tan propio de la comedia, que casi da pena que esta
no haya salido un pelín más alocada. Vamos, que es de ritmo agradable, está
bien filmada, pero no esbozamos ni una sola sonrisita mientras la vemos, a
pesar de que los gags son numerosos, muchos de ellos, filosóficos o de
contenido político. Muy a la Francesa.
Al final, lo más interesante es poder ver a Christopher Lee haciendo de Drácula en una
comedia, sin más. Por ver la gracieta. Aunque tampoco sería la primera parodia
en la que Lee hace de vampiro, sin ir más lejos, hizo el caricáto en los años
50 en “Agárrame ese Vampiro”, italianada del director Steno, antes de
convertirse en un director habitual de las películas de Bud Spencer.
Pasable, sin más.