lunes, 1 de abril de 2019

COLEGAS (1991)

El éxito internacional de Spike Lee y su estupenda “Haz lo que debas” abrió la veda para que el cine independiente abordara los problemas raciales y la vida en los barrios como tendencia que se extendería, sobre todo, en la primera mitad de los 90 y que, aunque destinada a un público compuesto por minorías étnicas, al final serían películas que se exhibirían en festivales independientes donde el público mayoritario suele ser blanco.
Se impusieron los dramas con pandilleros de por medio (“Los chicos del barrio” o “Infierno en Los Angeles”) que ganaban prestigio y ponían a los directores negros en el mapa y, en el otro lado, y casi siempre producidas y distribuidas por New Line, y mucho más minoritarias, comedietas ambientadas en barrios suburbiales cuya trama amable, cachonda y descerebrada, dejaba siempre sitio para una moraleja y cierta conciencia social. A este segundo grupo pertenecen películas como la trilogía de “House Party”, “Todo en un Viernes” y secuelas, o la que nos ocupa, “Hangin’ with the homeboys”. Todas estas película llegaban a nuestro país de tapadillo en formato videográfico, se distribuían pocas copias que la mayoría de las veces iban a parar a los videoclubes mejor surtidos o, en su defecto, a los de barrio periférico haciendo que el aficionado a este tipo de películas tuviera que patearse algún que otro establecimiento para dar con ellas, si es que acaso sabía de su existencia. Y los que se enteraban de estos lanzamientos lo hacían porque eran mayormente aficionados al rap y estas películas eran populares entre esta fauna —entre la que, por suerte o desgracia, me incluyo—porque el protagonista era algún rapero o la banda sonora tenía miga. Así que, ignota como pocas (y agradezco enormemente a Joan Nastyrocker el que me haya facilitado una copia ya que yo ni tan siquiera la conocía) y adscrita a este subgénero de comedias raciales indies, llegó “Hangin’ with the homeboys” bajo el poco imaginativo título de “Colegas”. Y no la alquiló casi nadie.
El film, con los ojos puestos, por supuesto, en la obra maestra de Spike Lee y optando por una estructura narrativa en la que los acontecimientos transcurrirán solo en una noche (como en “Jo ¡qué noche!” o “Los jueces de la noche”), cuenta de manera desenfadada y tontorrona como cuatro amigos del sur del Bronx, dos negros y dos portorriqueños —aunque uno de ellos, acomplejado, se hace pasar por italiano— se meten en todo tipo de problemas de índole racial, sexual y violenta, la noche del viernes en la que se reúnen para irse de juerga. Y punto pelota. Al amanecer, los supervivientes a esa noche se van a casa y santas pascuas. Un argumento de lo más sencillito para una película dónde impera el humor blanco, los diálogos que pretendiéndose dinámicos resultan ridículos, y la moda noventera de los barrios humildes compuestos a base de americanas con hombreras, zapatillas de baloncesto fardonas y collares de cuero con el mapa de África colgando (vamos, como en “Haz lo que debas”). Y es que esta película intenta, por encima de todo, no ser clasista, ni tan contundente como las otras películas del género. Y lo cierto es que al final el espectador se enfrenta a una entretenida comedieta de consumo rápido, que verá, olvidará y posiblemente no vuelva recordar jamás, pero que deja un buen sabor de boca durante el visionado porque se trata de una película muy amable.
“Colegas” trataba de lanzar a dos actores emergentes de etnia negra y latina como eran Chris Rock y John Leguizamo. El primero no pudo aceptar el papel por problemas de agenda (estaba rodando un clásico del género, “New Jack City”) y el segundo se convirtió en uno de los protagonistas tocándole interpretar el papel que menos atractivo le resultaba de los dos que podía encarnar, un chaval bobalicón e inocente que no convencía a Leguizamo porque le extrañaba mucho que un muchacho del guetto fuera tan tontorrón. Pero “Colegas” era una película para la que su director Joseph B. Vasquez, se había inspirado en sí mismo y sus vivencias adolescentes, por lo que consiguió apaliar la rabieta de Leguizamo cuando Vasquez le aseguró que ese papel lo había escrito basándose en sí mismo, siendo un completo inocentón y habiéndose criado en una de las zonas más duras del Bronx. Y Leguizamo aceptó ese papel. De hecho, la película se rodó nada menos que en South Bronx, por lo que el rodaje estuvo lleno de inclemencias debido a que ese barrio se encontraba en su momento de mayor represión y problemática social con el crack campando a sus anchas por cada esquina, y siempre había disputas con los vecinos y los yonkies. De hecho, un vagabundo rajó la cara con una navaja a Joseph B.Vasquez en el metro, una mañana antes de incorporarse al set. Vasquez, pagó su cabreo con el equipo resultando una jornada de trabajo infernal para sus integrantes. Vasquez era, además de director, actor y quedar con la cara marcada de por vida condicionó su carrera, por lo que se le avinagró el carácter y se volvió intratable. Lo mandó a tomar por culo todo y promocionó la película de mala manera insultando a todo el mundo durante su estreno y dando las gracias a la ciudad de Nueva York por las buenas drogas que en ella se podía encontrar. Y es que la historia de este director, que escribió el guion de “Colegas” en tres tardes, es bastante triste.
Vasquez era hijo de dos yonkies que le abandonaron en casa de su abuela y se crió en un ambiente violento y desestructurado. Estudió cine, que era la única forma de la que podía evadirse de su realidad, y tras trastear con el cortometraje en formato súper 8, llegó a hacer su primera película en 1990 “The Bronx War” que fue una carta de presentación para la industria del cine independiente, pero en 1991, tras “Colegas” y el incidente con el vagabundo, perdió la cabeza poco a poco y su conducta violenta le alejó del mundo del cine porque nadie quería dar trabajo a un individuo tan violento e irracional. Mientras se le rechazaba, el director se sumía en una profunda depresión que aderezaría con alcohol y narcóticos. En 1992, llegó ha hacer una película más que pasó inadvertida, “Street Hitz” y los trabajos dejaron de llegar, hasta que en 1994 se le ofreció hacer una película portorriqueña, “Manhattan Merengue” que él concibió para que fuera un gran éxito y con lo que se encontró es con que no se llegó ni a estrenar. Esto motivó que se mudara con el dinero que tenía ahorrado a Hollywood en busca de nuevas oportunidades, al fin y al cabo tenía un buen currículum, pero allí, su salud mental se deterioró más y más, llegando a ser detenido por correr desnudo por las calles y creyéndose Jesucristo. Cuando no, aparecía en medio del porche de su casa completamente inconsciente y todo cagado y meado.
Con su propio dinero inició la producción de una nueva película, pero esta se suspendió a los pocos días de rodaje, al llegar Vasquez al set completamente enajenado y amenazando a los actores y al equipo con un arma cargada.
Durante ese tiempo, en el que convivió en una casa que alquilo y donde metió a vivir con él a toda suerte de vagabundos, yonkies y prostitutas, se le diagnosticó VIH y acabó sus días pobre, sin familia ni amigos, falleciendo en un hospital de San Diego víctima de las enfermedades derivadas del Sida. Murió a los 33 años, tan solo cuatro años después de “Colegas” que rodó con 29 añitos, película que cosechó, por otro lado, buenas críticas y una buena taquilla.
La verdad es que quizás era más interesante su vida que las películas que realizó y bien merecerían estas vivencias un biopic. Como fuera, “Colegas”, siendo como es una película del montón, completamente instrascendente, es su mejor legado y, en contra de su día a día, una película blanca, de buenas intenciones y rematadamente amable. Cosas de la vida.