Se estilaba en Norte América, a mediados de los 80 con el
incremento de crack y cocaína en las calles, el uso de las cintas de vídeo
para prevenir a los posibles
consumidores potenciales (¿los usuarios de los video-clubes?) sobre los efectos
devastadores del consumo de drogas, por lo que se lanzaban en VHS documentales o películas destinados a esta labor, y que evocan directamente a las películas
de propaganda antidroga de los años 30 y 40 (y 50 y 60), que se concebían con
idéntica mentalidad. Ya saben, las películas de Dwain Esper y todo aquello. Por
supuesto, el material que se ofrecía siempre era de una calidad ínfima, de un
contenido entre lo exagerado y lo sensacionalista que más que alentar a los
jóvenes para que no se drogasen, casi parecía que se estaba haciendo mofa de la
situación per se. Claro que todos esos vídeos, a día de hoy son las joyas de la corona de los coleccionistas de rarezas en VHS.
Así, bajo esa premisa, nos topamos con este “A Nightmare on
drug Street”, mediometraje de 40 minutos de duración dirigido por una tal Traci
Wald Donald —que nunca más volvió a dirigir— que nos narra en forma de
episodios el cómo tres jóvenes de edades comprendidas entre los 11 y 16 años
acaban muertos de la peor manera por culpa de las drogas. Así, tenemos a un latino
de 16 años, que tras fumarse un canuto y tomarse unas birras, se mata en un
accidente automovilístico causado por el consumo de estas drogas. En la segunda
historia una joven de 14 años asiste a una fiesta donde un tipo algo más mayor
le da un par de rayas de cocaína, esta se vuelve tarumba con esta droga y, tras
arruinarse —porque en seguida se vuelve adicta— muere de sobredosis (en la
autopsia le encuentran cocaína, pero también todo tipo de pastillas). Y en la
tercera y última historia, tenemos a dos individuos que instan a un tercero a que consuma crack. Hasta ahí
todo bien… salvo porque los consumidores de crack son ¡¡¡niños de 11 años!!!.
El niño (negro, para más señas) decide meterse un pipazo para el cuerpo y
cuando llega para casa, lógicamente, sus papás lo notan, así que al chaval no
se le ocurre otra cosa que meterse en el baño y llamar por teléfono a sus
amiguitos para que le cuenten que puede hacer para contrarrestar los efectos de
haber fumado crack. Y le dicen que para que se le quite el pedo ¡¡que se fume
otra pipa!! El chaval hace caso a los otros niños y se enchufa un segundo
pipazo. Cuando sale del cuarto de baño completamente colocado y sus papás
preguntan que qué le pasa, le da un infarto y muere ante nuestros ojos. Luego,
los fantasmas de los tres protagonistas, nos darán unos cuantos consejos a
nosotros, tontos espectadores, por si necesitamos la ayuda de alguien en el
caso de que consumamos drogas. Dan ganas.
Como ya he dicho antes, todo muy exagerado, muy pasado de
rosca y, por lo tanto, extremadamente divertido, aunque sea de manera
involuntaria.
Ahora, la película es tosca y cutre; como hay un mensaje que
dar al espectador, y únicamente por eso existe esta cinta, se descuida en
exceso todo lo demás, por lo que no hay ni transiciones entre historia e
historia y al espectador le cuesta distinguir cuando acaba una y comienza otra.
Todo material de derribo sin más interés. Lo interesante es saber que esto
existe, y que existe solo para decirle a la audiencia que si se droga, morirá.
Todo muy bizarro y muy loco.
Por supuesto, al principio del film, los tres protagonistas
nos indican que lo que vamos a ver es una verdadera película de terror y con
estructura de film de terror transcurre toda ella, resultando especialmente
hilarante el título de la película, que tomando prestado el del uno de los
grandes éxitos de la época “A nightmare on Elm Street” (“Pesadilla en Elm
Street”) cambia sin ningún sentido la palabra “Elm” por la palabra “Drugs” y ya
tenemos una pesadilla en la calle de las drogas. Para descojonarse de la risa.
En el reparto, la única cara semi-conocida, sería la de
Raymond Cruz, que luego aparecería, siempre en calidad de secundario, en
mogollón de películas (“Gremlins 2”, “Buscando Justicia”, “Alien:
Resurrección”…).