En un principio la idea resultaba de lo más sugestiva:
Un cura recibe a un individuo en confesión y este le dice que está intentando
reunir a todo el equipo que participó en la película; sabemos así que el cura
participó en el pasado en una película. A partir de ahí un flashback nos
transporta a los años 80 y ahí somos testigos de la historia de este cura y su
relación con el cine. Resulta que es un cineasta amateur que con el fin de
sacarse unos duros y así poder pagar la mitad de su boda (la otra mitad la paga
el suegro), contactará con un empresario que le propone rodar una película
porno. Este, auspiciado por la actriz principal para hacer una película
pornográfica, pero también artística,
decide rodar una versión hard de “La novia de Frankenstein”. El cómo se
desarrolla el rodaje y los problemas que
le trae con su familia el estar rodando una porno, componen el grueso de la
trama. Un halo de posmodernismo mal traído hará el resto.
Se trata de una coproducción urguayo-argentina de
factura técnica más que digna que, sin embargo, se las propone mucho más
divertida de lo que realmente es. No estamos ante un bodrio tamaño, no nos
aburrimos en exceso, pero la colección de clichés (un tipo con una camiseta de “Corrupción
en Miami” cuando, probablemente, en aquella época no existía todavía ese tipo
de memorabília, o el típico frikardo que trabaja en un vídeoclub), recurrir a
la nostalgia y el estereotipo de lo que se supone que fueron los 80, irritan lo
suyo. No ayuda el hecho de que, pese a
ser una comedia, hay una carencia de humor terrible. Y transcurriendo en el
mundo del porno, el nivel de blancura que se impone durante toda la película
(no sale ni una mala teta) es algo con lo que tampoco se cuenta a priori.
En definitiva, una película que de primeras expone
unas expectativas que no se ven cumplidas en ningún momento. Todo lo contrario
que la colombiana y muy discreta “El man del porno” que parece que va a ser
un bodrio y al final es una película muy divertida y estimable.
Dirige Carlos Ameglio, quien hace más de una década,
tuvo su momento de prestigio con una extraña película titulada “La Cáscara”,
que sentó bastante bien a los consumidores habituales de cine de autor que, por
otro lado, hoy ya no la recuerdan. Y ahora Ameglio se reinventa con una comedia
de tirón comercial.
Mediocre.