Durante 2019, y estando la Warner y la New Line de por medio —aunque de manera muy condescendiente con el asunto, eso sí—, y, seguramente con la fiebre del revival como detonante, se conciben deprisa y corriendo un par de productos para ser explotados en las nuevas plataformas digitales que, a su vez, suponen el regreso a la pantalla de una de las consecuencias de “Gremlins” más recordadas por el público. Se trata del regreso de los Critters. Por un lado tenemos una serie de 9 capítulos “Critters: A new binge” que cosechó críticas de lo más desfavorables incidiendo en el hecho de que los efectos infográficos con los que contaba la serie, serían malos incluso si se hubieran utilizado en los 90. Y por otro lado, tenemos la secuela que nos ocupa, la quinta parte de la franquicia de “Critters”, que cosechó críticas algo más tibias (no mucho más) y que llevaría el título de “¡Critters al ataque!”.
Y dicen que la película es mala. De acuerdo, es mala. Pero todos esos fans y cascarrabias parecen olvidarse de que las películas originales de la franquicia ¡también eran muy malas! Lo único, que tenían su gracia. Con esto quiero decir que “¡Critters al ataque!” juega en terreno de sobra conocido y se prodiga, no ya solo como una digna secuela (que lo es) si no como una de las mejores entregas de la saga desde la primera parte. Y es que suceden dos cosas en concreto que honran a esta secuela. La austeridad de presupuesto es notoria —de hecho está rodada en Sudáfrica para así abaratar costes— y, aun así, se las apaña para sacar el mayor provecho posible a los efectos especiales y prescinde de naves espaciales ostentosas y rayos láser destructores que sirvan de espectáculo visual. Amen de que en esta quinta parte los Critters son, directamente, marionetas. Y se nota descaradamente… pero por algún motivo, eso funciona. Asimismo no se ha escatimado en la cantidad de gore que se nos muestra; “¡Critters al ataque”! es violenta y sangrienta. Los Critters, a pesar de la ausencia de movimientos (que casi hace que nos recuerden a “Hobgoblins”) son más voraces que nunca y, gracias a eso, se le regala al espectador un buen puñado de escenas llenitas de mordiscos y fluidos corporales rojos, verdes, viscosos y coloridos, por lo que la película se convierte en una fiesta. De hecho, sería la primera película de la saga calificada para mayores de 18 años (ahí es nada).
Sin embargo, la ausencia de argumento es más palpable. Y si me apuran, hasta eso me parece acertado puesto que cuando me siento frente a una película de los Critters lo que quiero es ver a estos haciendo fechorías, el resto me da lo mismo porque es paja. Así que, la cosa va de una adolescente que le toca cuidar a un grupo de niños cuando de golpe y porrazo se topa con una especie de bola peluda blanca en el bosque. La bola está herida, así que los niños la curarán y cuidarán. Lo que no sabían es que, mientras, miles de bolas peludas se están comiendo al resto de los habitantes del pueblo. Por otro lado tenemos a una caza recompensas que, como es tradición, intentará dar buena cuenta de esas otras bolas de pelo. Y no hay más. La película entera es una excusa para que en un momento dado los Critters se los coman a todos. Perfecto.
¿Qué será la bola peluda blanca que han encontrado los niños? Vean la película para descubrirlo.
Por otro lado, esta secuela, aunque hace guiños a todas y cada una de las películas precedentes, también parece lanzar guiños a “Gremlins” tomando un tono que, por momentos, se asemeja más al de la franquicia de Spielberg que a esta —tenemos hasta detallitos “mowai” con mochila incluida—, mientras que los Critters que nos presenta son los que hemos visto en las anteriores películas y, para diferenciarlos, se nos muestran con heridas de guerra sufridas en anteriores entregas (hay uno tuerto y lleno de cicatrices, otro calvo que se quedó sin pelo en una anterior entrega por efecto de un disparo...), todo ello servido con mucha habilidad para enganchar al público millenial que es al que va verdaderamente destinada esta película.
El acierto de “¡Critters al ataque!” es que nos muestra elementos por todos los fans de la saga reconocibles, pero huyendo del posmodernismo y la nostalgia, haciendo un reciclado absolutamente moderno que funciona porque mantiene la esencia. Y quizás por eso el fandom se ha cebado con ella.
Se rescata a Dee Wallace que, convertida en toda una cazacritters, repite en el rol que se le asignara en la película de 1986, sólo que se le cambia el nombre por un problema de derechos entre la Warner y Domonic Muir, el guionista de la primera película, por lo que aquí, en lugar de ser Helen es, sencillamente, la tía Dee.
Dirige, con más pericia que torpeza, Bobby Miller, director jovencito que hasta que ha rodado esta secuela de “Critters” no había realizado más que cortometrajes.
En definitiva, la película está francamente bien. Es divertida, cafre, cortita y le deja a uno un buen sabor de boca.