“Un ruso en Nueva York” se estrenó en cines de forma discreta (127.000 espectadores, dice el ministerio), pero, yo no fui consciente de su existencia hasta que en plena vorágine del éxito de Robin Williams con “Good Morning Vietnam” que le convirtió en estrella internacional, la alquilé con plena consciencia de la intervención del actor en el film. También, por aquel entonces llegaron a los videoclubes otras películas suyas anteriores que no habían llegado a nuestro país, por ejemplo, “El mundo según Garp”, para aprovechar el tironcillo que entonces tenía y rascar las posibles virutas.
El caso es que, aunque a día de hoy no soporto una película como “Good Morning Vietnam” que incluso me pone de mal humor, de niño debió gustarme, porque tras verla, corrí a buscar más películas de Robin Williams. Así, dí con “Un ruso en Nueva York” a finales de los 80. Recuerdo que me pareció una película muy aburrida y deprimente, me decepcionó soberanamente lo poco desatado que estaba Robin Williams y pronto olvidaría el film definitivamente. Hasta que un reciente acercamiento al cine de su director, Paul Mazursky, me la recuerda y comprendo por qué odié tanto aquella película en su momento. Si el Williams que yo tenía en mente por aquél entonces era un Williams accesible cuyo humor -pese a algunos ramalazos picantotes- estaba destinado a agradar a toda la familia, “Un ruso en Nueva York” es justo lo contrario. Se trata de una comedia muy adulta, con cierto contenido social, para un público muy concreto que es el que arrastraba Mazursky a los cines en aquella época, que es el intelectual progresista estadounidense. Vista hoy, me parece otro puto coñazo, pero entiendo que es una película que se adapta por completo a la idiosincrasia del director y, a ese efecto, es totalmente coherente con su cine. Sí, es un puto coñazo, pero no tanto como me lo resultó cuando era niño. Con todo, ha estado bien reencontrarse con ella en mi mediana edad.
Cuenta la historia de un circo moscovita que tiene una actuación en Nueva York, por lo que todos viajan a la ciudad de los rascacielos. Uno de los miembros le cuenta a otro que pretende desertar y quedarse allí en busca de la libertad que no tiene en Rusia, con lo cual, y aprovechando media hora turística que la dirección del circo les concede para comprar en Bloomingsdale, aprovechará para intentar escaparse. Pero finalmente se raja y acaba siendo su compañero el que, de manera un tanto caótica e improvisada, acaba desertando. Escapa de la dirección del circo en esos grandes almacenes y, durante la persecución solicita asilo político, cosa que los Estados Unidos le concede. Así, el espectador será testigo del día a día de un inmigrante ruso en Nueva York, con sus pros, sus contras, sus relaciones sentimentales y el amor a la patria lejana cuando uno no puede regresar.
Típico melodrama con toques de comedia a la Mazursky que con un presupuesto medio logró un pequeño éxito de taquilla al involucrar en el reparto a un Robin Williams que ya era toda una estrella en los USA. Cine maduro y reflexivo que a veces entra y otras no. En esta ocasión, le ha costado entrar.
Robin Williams tuvo que prepararse a conciencia el papel porque la mitad de la película está hablada en ruso y la otra mitad en Inglés, y este tuvo que aprender ruso en un curso intensivo, al menos para salir al paso en la película. Asimismo, como su personaje era un saxofonista de circo, si vio obligado a tomar clases para aprender a trastear con este instrumento.
Por otro lado, la película, por lo que cuenta, y que la comunidad rusa de Nueva York siente un gran respeto por la misma porque les identifica, es de culto para los emigrantes rusos, llegando incluso a tomar el título original de esta, “Moscow on the Hudson” para dar nombre a una serie de productos alimenticios a la venta en un popular supermercado que se llama igualmente como la película.
Mazurky, tenía en la cabeza, años después, realizar una secuela en la que nuestro protagonista era ahora un importante empresario neoyorquino que explotaba a sus trabajadores inmigrantes, pero se descartó la idea de llevarla a cabo porque en pleno 2001, año en el que, más o menos, fue ideada esta secuela, Robin Williams era una megaestrella de Hollywood y, solo su caché, podría ser mayor al presupuesto del que podía disponer Mazursky, así que nunca se rodó.
Por lo demás, decir que como novia italiana del personaje interpretado por Williams, tenemos a una jovencita y coqueta María Conchita Alonso que debutaba en la pantalla grande.
Ya, extraoficialmente, la Columbia, que distribuía la película, fue acusada de plagio por el ilustrador Saul Steimberg, ya que el póster con el que se estrenó “Un ruso en Nueva York” en cines presentaba una ilustración que, obviamente, recreaba y/o copiaba (se ve que sin ningún permiso) la portada que Steimberg dibujó para el nº 26 de la revista New Yorker. El estudio se defendió acogiéndose al derecho de parodia, sin embargo, los jueces fallaron a favor de Steimberg que ganó el litigio. Columbia tuvo que pagar al dibujante y retirar ese póster de la carteleras, sustituyéndolo por el que todos conocemos con Robin Williams bajo la bandera estadounidense con una hamburguesa y Coca-Cola.
Por curiosidad, o por revisitarla, se le puede echar un ojo. Pero en definitiva, se trata de una película un tanto densa, como todo Mazursky.