Con la era de los virales de internet ya bien avanzada, y concretamente en los USA —los americanos, aunque los adoro, para algunas cosas son muy tontos—, se extendieron por Youtube una serie de vídeos de “avistamientos” de payasos terroríficos que, estáticos detrás de unas zarzas, o saludando a los conductores a un lado del arcén, aterrorizaron a los internautas, sobre todo en edad adolescente, durante un determinado periodo de tiempo que todavía da sus últimos coletazos.
Todo empezó con un vídeo captado por una cámara de seguridad casera en el que podíamos ver a una niña durmiendo plácidamente en su cama y cómo un payaso de aspecto desasosegante salía de debajo de esta para, después, dejar un muñequito al lado de la niña dormida y dirigirse a cámara y plantarle una mirada a esta tras la que habría un abrupto corte. Este vídeo se hizo viral y poco después se descubriría que este payaso, al que llamaron Wrinkles, era un actor al que los padres contrataban para asustar a sus hijos cuando se portaran mal. Wrinkles iba a las casas de los niños y aparecía en medio del jardín sin hacer nada. Al mismo tiempo, aparecieron por todo Naples, en Florida, pegatinas con el teléfono del payaso para su contratación y, a partir de ahí, la susodicha moda de los vídeos de payasos terroríficos en internet.
Este documental, engañoso en su afán de ser original, nos sumerge en el día a día del actor que vive en la piel de Wrinkles asustando a los niños, un viejo medio vagabundo que vive en una furgoneta y que en sus ratos libres va a clubs de striptease. Combina la historia de este pobre diablo con entrevistas a niños a los que les ha afectado de manera especial la presencia de este payaso —una niña negra está absolutamente perturbada por la presencia del clown y no quiere bajo ningún concepto que vaya a verla a casa, a lo que su padre le dice que “Ya sabes, si te portas bien, no tiene por qué venir…”—, padres que han contratado sus servicios y psicólogos que aseguran que esta práctica es poco menos que maltrato infantil.
Todo muy interesante hasta que, en un torpe giro argumental, el documental nos cuenta que todo lo mostrado hasta ahora es mentira y que el tal Wrinkles no es más que la invención audiovisual de un performer (a la Banksy) que generó todos estos vídeos para colgarlos en la red contratando actores y sin que en ningún momento, el payaso Wrinkles asistiera a casa de ningún niño a asustarle en la vida real. El teléfono con el que se le podía llamar para contratarle daba a un contestador automático en el que los usuarios dejaban sus mensajes. Aquél contestador se colapsó de llamadas que le amenazaban de muerte, o bien decían amarle, o bien, sencillamente, sólo trataban de contratar al payaso para asustar a alguien.
El resultado del documental no es muy satisfactorio, primero porque inicialmente te hace creer una cosa y después resulta ser otra, da la sensación de que, al final, el espectador no es más que otra pieza en el perverso jueguecito performático del artista anónimo que generó estos vídeos del payaso Wrinkles y, por ende, esta leyenda urbana y, en segundo lugar porque tras un giro tan brusco como el que da, el espectador se queda exactamente igual en lugar de sorprenderse. No funciona. Y eso es porque, en el fondo, el documental está bastante mal desarrollado, mostrado todo de manera muy tosca y apresurada, currándose mucho la parte que es ficción y pasando a toda leche la parte del documental que es real. Cuando la película finaliza, quizás uno se haya quedado confuso, pero no lo suficiente para que a los dos minutos del visionado, este se nos olvide por completo.
Dirige el documentalista nominado al Emma Michael Beach Nichols cuya carrera deambula entre el documental festivalero y el televisivo.
Al margen de esto, decir que la idea de contratar aun señor para que vaya disfrazado de payaso siniestro a asustar a los niños, me parece absolutamente perturbadora.