lunes, 14 de junio de 2021

NO DESEARÁS AL VECINO DEL QUINTO

“No desearás al vecino del quinto”, aun con su fama de chabacana, es una película importante para el cine español porque, por un lado, tenemos la que durante más de 30 años se erigió como el mayor taquillazo de la producción patria con casi cinco millones de espectadores (hasta que llegó alguno y la reventó) y, por otro, tenemos aquí la piedra angular del denominado “landismo” —subgénero de la comedia española  a la que se adscriben todas esas películas de humor cafre y cañí, llenas de tópicos sexuales y políticamente incorrectos que, indefectiblemente, estaban protagonizadas por Alfredo Landa— que tantos y tantos títulos dio a nuestra cinematografía. Se trata de una buena muestra de lo que, por aquél entonces, era el gusto del español medio cuando se decidía ir al cine. Los gustos hoy no han cambiado demasiado, el modelo “8 Apellidos Vascos” viene a confirmarlo porque, siendo justos, y aunque sean otros tiempos, ambas comparten similar intención y resultado.
No obstante, “No desearás al vecino del quinto” sería un film de carácter festivo, colorido, de simpática apariencia  a la que los años han perjudicado severamente y, si la vemos hoy, nos enfrentaremos a un ladrillo insulso que poca justicia le hace a otros títulos del “landismo”, sin lugar a duda alguna infinitamente más divertidos y edificantes, pero menos conocidos y considerados. “No desearás al vecino del quinto” es una mamarrachada.
Cuenta la historia de un par de hombres en un pueblo de provincias; El primero un individuo que, para evitar problemas con los maridos celosos de las clientas de su boutique, finge ser homosexual, por lo que su negocio es prospero, mientras que el segundo es un ginecólogo muy atractivo al que le va como el culo, porque los maridos, celosos como son, no permiten que sus mujeres vayan a la consulta de un hombre tan guapo que, para más inri, ha de tocarles los bajos.
Cuando por trabajo el ginecólogo acude a Madrid, se encuentra en una discoteca a su vecino homosexual, el de la boutique, sólo que bien acompañado por dos jovencitas con las que se morrea alternativamente. Cuando este le explica que lo del homosexualismo es una tapadera para que le dejen trabajar tranquilo, ambos se harán amigos inseparables ya que allí, en Madrid, no solo nadie les conoce, sino que, aprovechando el ginecólogo su estancia, y alegando que está harto de pasarse las tardes jugando al parchís en casa de sus suegros, se sumergirá, junto con su nuevo amigo, en una vorágine de sexo descarnado y juerga, que incluye orgías y demás variantes propias de la libertad sexual. En definitiva, el tema de la película gira en torno a la dificultad masculina para obtener sexo. Va de que en España no se folla, hablando en plata.
En pleno 1970, con el régimen franquista en pleno apogeo, tanto la temática como el mensaje no eran del todo oportunos, por lo que poco le faltó para no estrenarse por culpa de la censura. Sin embargo, la pericia del productor, el genio de José Frade, supo capear la situación, estrenándola sin mayores problemas. La cinta fue mostrada al censor con la más variada amalgama de títulos, a saber: “Yo engaño sin daño”, “Es cosa de hombres” o “Ama a tu prójimo… y verás” Todos fueron prohibidos salvo el que todos conocemos que, en el fondo, es tan picarón y provocativo —y propio de la época— como cualquiera de los otros. 
La película es también una muestra de lo relativo e impredecible que es todo en la vida, porque cuando se estrenó en Madrid, “No desearás al vecino del quinto” fue un fracaso absoluto; de hecho, se estrenó el 26 de Octubre de 1970 en varios cines de la capital para dos semanas después desaparecer de la cartelera debido a la floja afluencia de público y dejar paso en las salas a algo más comercial. Sin embargo, cuando cuatro meses después se estrenó en Barcelona, arrasó, y el boca a boca se puso en marcha. En Sevilla fue un éxito apoteósico y esto se fue contagiando al resto de regiones donde se iba estrenando, por lo que las salas de Madrid se vieron obligadas a reestrenarla, esta vez sí, con el enorme éxito por el que es conocida. Y el merecimiento es doble, ya que acercarse a los cinco millones de espectadores con tan solo 35 copias exhibidas, en contraposición a las 300 o 400 con las que se estrena hoy en día una película media, supone un gran mérito y muchas, y agradecidas semanas en cartel.
Por la parte actoral, decir que Alfredo Landa no está demasiado memorable, al igual que ninguno de sus compañeros. En especial, el coprotagonista Jean Sorel. Resulta que el director, Ramón Fernández, venía de trabajar en otra película en Italia, por lo que al contactar con el productor Frade para hacer esta, gestionaron todo para que la película se materializara en coproducción. Fernández estaba prendado del actor, Jean Sorel, que había trabajado recientemente para Visconti, así como para Dino Risi, e incluso Luis Buñuel en 
“Belle de Jour” —y en las antípodas de todo ello, trabajó incluso con Lucio Fulci— así que le contrataron. El resultado de su actuación es como si pusieran un mueble al lado de Alfredo Landa, y este le soltara sus frases de diálogo a lo inerte. Aunque por otro lado, tenemos a clásicos de la escena de comedia española como Doña Isabel Garcés, Margot Cottens o Adrián Ortega, que nunca están mal.
En cuanto a las labores de dirección de Ramón Fernández,  correctas, sin estridencias.
La película, como ya les he venido diciendo, es un ladrillo, lo gracioso que pudiera tener se quedó en 1970, pero sólo por histórica, por tener una entidad propia y el ostentoso récord de ser la nº 1 en taquilla del cine español durante 31 años —ninguna película española lo ha sido durante tanto tiempo— bien merece que le echemos un ojillo aunque sea de soslayo.
Por otro lado, incluso a día de hoy, bate récords de audiencia en televisión cada vez que se emite, así que José Frade aún debe estar frotándose las manos.