Con el pepinazo que supuso “E.T. El Extraterrestre” todavía caliente en el imaginario popular, y con el niño prodigio del cine español Lolo García a punto de convertirse en un señor de 40 años —en realidad cumplía 11—, la productora de Miguel Ángel Gil, Impala, deprisa y corriendo confecciona una película a la medida del niño que encandiló a media España con “La Guerra de papá” y “Tobi”, que a su vez es el enésimo exploit del clásico de Spielberg. Para darle además un toquecito ibérico, que mejor que ambientar todo en un entorno musical con un intérprete de canción ligera —interpretado por Manuel Tejada y con la voz de Francisco— , que con canciones escritas ex profeso para la película, ameniza los tempos muertos de la misma con unas tonadillas insoportables destinadas a un público adulto, en lo que a priori se supone es una cinta infantil.
Un niño llamado Cuny que se encuentra muy solo debido a que su mamá falleció, y su papá es un crooner de éxito que incluso hace giras por Estados Unidos, una noche recibe la visita de una nave espacial en la terraza de su casa. De esa nave saldrá una niña extraterrestre de la que se hace muy amigo y con la que luego coincidirá en clase.
Cuando le cuenta esta aventura a su padre y a su mejor amigo, “El Probe”, (un niño probeta repelente hasta la extenuación), lógicamente no le creen, piensan que es un chaval muy fantasioso. Cuny poco a poco se va enamorando de la niña y cuando esta se tiene que ir a su planeta, Cuny enfermará. El crooner, investigando, descubre que la niña de la que su hijo se ha hecho amigo y que asegura que viene de las estrellas, es en realidad una niña que murió tiempo atrás, y que Cuny se ha estado relacionando con su espíritu.
“Las fantasías de Cuny” es una muestra de la decadencia de, por un lado, el cine infantil que ya comenzaba a dar sus últimos coletazos en nuestro país y, por otro, Lolo García que a estas alturas de su carrera ya ha perdido la gracia y frescura de cuando era un bebé y le quedan dos telediarios para abandonar el mundo del cine y dedicarse a sus estudios, convirtiéndose con el tiempo en un gran economista alejado de la farándula. Esta película no podía funcionar de ninguna de las maneras. Pero, aunque en un principio la cosa sea poco atractiva para aquel 1984, no sería de recibo un boca a oreja, porque la película es un folletín melodramático largo y aburrido que provoca el desasosiego del espectador más joven y las ganas de suicidarse del adulto, traduciéndose todo esto en un número de espectadores paupérrimo, apenas 108.000, que pasaron por taquilla la semana de su estreno. Además, todo lo referente al extraterrestrismo de la niña, lo de que falleció tiempo atrás y todas esas vainas, son verdaderamente inquietantes. Me recuerdo viéndola de niño en el cine, y no comprendiendo un carajo y sufriendo mal rollo.
Un par de efectos especiales para la nave espacial más o menos resultones y alguna escena de acción rodada al estilo chorizo western que el director practicó durante años, no compensan los eternos, insustanciales y absurdos diálogos de los que se compone el grueso de la película, máxime cuando, al no haber sonido directo en aquella época, los dos niños protagonistas están doblados por la misma actriz de doblaje, Matilde Vilariño, fallecida este año.
Un auténtico tostón cuyo reciente visionado confirmó las sospechas que tenía de que, ni tan siquiera cuando era niño, gustándome como me gustaban las películas de Lolo García, este bodrio logró convencerme.
Acompañan en el reparto a Lolo García y Manolo Tejada, una Isabel Luque un tanto envejecida e irreconocible, que lejos de mostrar cacha como hacía en las películas de Ozores, aquí casi parece una mojigata.
Dirige la cosa Joaquín Romero Marchent, que tuvo tiempos mejores en el pasado con sus westerns (tampoco demasiado mejores) y que firma con esta su última película para la gran pantalla. Regresaría a la dirección de manera eventual en los 90 para hacerse cargo de la secuela de “Curro Jiménez” para la televisión.