Según las sinopsis oficiales, “El último penalty” trata sobre los escarceos amorosos de un famoso cantante en un pueblo mallorquín. Cuando el pueblo es consciente de que este individuo ha dejado embarazada a una de sus habitantes, obrará en consecuencia a ese acto, mientras el resto lidian con problemas de diversa índole.
Aunque algo de ese argumento se vislumbra al ver la película, en realidad “El último penalty” es un film espantoso en el que uno no se entera jamás de lo que está pasando.
Con un presupuesto de poco menos de dos millones de las antiguas pesetas, tanta es la economía de medios de la que hace gala el director Martín Garrido Ramis, que se resuelve toda ella a base de planos medios.
La cosa es que es evidente que Garrido trata de emular a Berlanga sin el talento ni los medios adecuados para hacerlo, con lo cual, la cosa queda en un batiburrillo de personajes que aparecen y desaparecen, contando lo que les ha pasado sin que la coherencia haga acto de presencia en ningún momento y sin presupuesto para montar los planos secuencia que a Garrido le hubiera gustado, así que, en lugar de ver una cámara siguiendo a unos personajes que hablan, tenemos a una serie de personajes que hablan poniéndose delante de una cámara que permanece ahí quieta como un pasmarote. De vez en cuando le dan un meneillo, pero poca cosa.
La película no tiene la menor importancia. Los más versados en Garrido la vemos tranquilamente sabedores que se trata de su etapa profesional más interesante, la de sus primeros films mallorquines en la época en la que había algo de industria, así como de su segunda película tras “¡Qué puñetera familia!”, y la vemos por puro completismo. Más allá de eso, digamos que es estrictamente para “Garridistas”.
Sin embargo verla cobra una nueva dimensión tras leer el libro de Garrido “¿Cómo hacer una película con 2 duros y no morir en el intento? Diario de una película de película”. Esta especie de diario de rodaje del director —y que a día de hoy permanece inédito y sin una edición a la vista, cosa esta que procuraremos remediar desde Vial Books— es, al contrario que la película, un libro muy bueno, muy explícito. En él, Garrido, con la misma pluma agresiva y provocadora que utiliza cuando escribe ficción, cuenta absolutamente todos los tejemanejes de esta producción que pasó por salas totalmente inadvertida, convirtiéndose el rodaje de la misma en una especie de fiesta de un mes donde el elenco comía, bebía y follaba entre sí, y donde lo de menos eran las jornadas laborales. Garrido no se corta en dar nombres de quién se emparejó con quién durante la filmación, ni en contar con pelos y señales a quién se follaba él, ni en hablar abiertamente de las orientaciones sexuales de los implicados en el proyecto.
Por supuesto, Garrido se exculpa del resultado echando la culpa al ayudante de dirección y jefe de producción, Ricard Reguant, y a un acto de chulería propio de la juventud al querer llevar esta película adelante por sus propios medios en lugar de esperar la disponibilidad del productor interesado, en este caso José Esteban Alenda. En consecuencia, y tras la mano de Reguant que retocaría el guion un montón de veces, la película de Garrido que sobre el papel se titulaba “La eterna España de charanga y pandereta”, pasaría a convertirse en la de Reguant “El último penalty”, título este que poco o nada tiene que ver con el argumento (más allá de que la protagonista quede embarazada “de penalti”) rebautizada así por aquello de la comercialidad y, con “i griega” final en “penalty”, por aquello de “americanizar” el título.
Sin embargo, y tras verla, llego a la conclusión de que es una película 100% Martín Garrido, con los diálogos típicos de sus guiones y el desbarajuste habitual de aquella primera etapa, amén de interpretar siempre al tipo duro, casi como queriendo ocultar algún tipo de complejo. Así que váyanse ustedes a saber…
Desde luego, "El último penalty" no vale nada. No tiene vida, está muerta, es incapaz de generar en el espectador ningún tipo de reacción, ni positiva ni negativa. Pero vista una vez leído el libro, la cosa cambia. Sobre todo porque te sumerge en el ambientillo de un rodaje cutre, barato y chatarrero, con egos más caros que la propia película, y con historias mucho más interesantes detrás de las cámaras que las que vemos delante.
Mención aparte merece el desfile por el metraje de viejas glorias en decadencia como puedan ser Vicente Parra o Paca Gabaldón, ambos tan desaprovechados que en el fondo da lo mismo que estén ahí, o las colaboraciones especiales de una sola sesión como la de Rafaela Aparicio, mezclándose por el set con autenticas inútiles interpretativas como la guapa Lola Forner, o el resto del cast compuesto por amigotes de Martín Garrido a los que apenas pagaba, o las presencias del propio Garrido y Ricard Reguant en roles destacados.
Para acabar de definirla, diré que el tono general es como el de una clasificada “S” a la que le han quitado las escenas de folleteo.
Con todo, el Universo Garrido siempre es interesante.