La premisa principal de “Un hombre y su cámara”, película amateur que ha causado cierto interés en los circuitos eminentemente artísticos, no es ni original, ni arriesgada, ni novedosa, pero sí tremendamente resultona: Al joven y reputado documentalista Guido Hendricks, se le ocurre grabar una película con su cámara de vídeo casera. Cuando este está en la calle, durante los primeros minutos, vemos que graba con ella cualquier cosa; desde el suelo de asfalto hasta un gato que corretea por ahí. Lo natural, lo que grabaríamos todos si nos dejas en medio de la calle con una cámara de vídeo. Pronto se detiene en la presencia humana que hay a su alrededor. Se afana en grabar a un hombre que trabaja en su jardín. Cuando este se percata de que hay un individuo grabándole le pide explicaciones, el director opta por no decir ni palabra y seguir filmándole, por lo que se genera una reacción por parte del caballero que es filmado. Justo en ese momento, y yo diría que sobre la marcha, Hendricks decide continuar la película que ha salido a grabar manteniendo esa tónica. Así, se dedicará a tocar al timbre de todas las puertas del vecindario y, estando en completo silencio y sin reaccionar, registrará en imágenes todas las reacciones de los inquilinos de los hogares en los que irrumpe cámara en ristre. Estas reacciones van desde el desconcierto hasta la violencia, pasando por gentes que comprenden que este individuo se trae algo artístico entre manos e interactúan como buenamente pueden, incluso dejándole pasar al interior de sus casas.
El resultado de “Un hombre y su cámara” es curioso. Las distintas reacciones de los lugareños que son filmados sin permiso y sin saber por qué, llegan a generar hasta desasosiego en el espectador —según la calidad de las reacciones—, y como experimento es algo que está bastante bien. Pero no es una genialidad. Considero que esa idea, que estoy seguro viendo los derroteros que toma su película, Hendricks improvisó según grababa, se le podría haber ocurrido a cualquiera que tenga un mínimo gusto por las cámaras de vídeo (no ya por el cine, porque esto no tiene por qué ir ligado en demasía al cine…). Pero si esta misma película la hubiéramos hecho usted o yo, la elite cultural no hubiera ni reparado en ella. Hay que ser un director prometedor y galardonado como Guido Hendricks (holandés para más señas) para que los gacetilleros digan cosas como “parece un sketch de “Jackass” —cierto— cuyo director busca algo más profundo que unas carcajadas” o que es recomendable para aquellos que “tengan un interés teórico del documental como forma”. Mis cojones.
Pero sí, me ha hecho gracia esta película, primero por lo casero de todo el asunto, segundo porque pese a que Hendricks cuente con el beneplácito de las elites del arte incluso antes de darle al rec, no ha soltado en las muestras y los festivales una película precisamente fácil —“Un hombre y su cámara”, con sus desenfoques y traqueteos, se pasa por los huevos cualquier formalidad ética o estética—, incluso, hay alguno por ahí que no sabe que decir sobre la propuesta porque al final no es más que un puñetero vídeo casero. Y eso asusta.
Sin más, si sienten curiosidad, véanla. Pero no es ni la genialidad, ni la provocación de la que hablan por ahí los dos o tres plumillas que la han visto. Es, como su título indica, un hombre trasteando con su cámara.