“The only house in town” pertenece a la tanda de últimas películas que dirigió Ed Wood antes de fallecer alcohólico perdido y en la miseria. Pero además tiene el honor de ser uno de esos títulos de su filmografía que permanecían perdidos y que eran tan buscados por los estudiosos del director, hasta que por fin apareció para decepción de estos, lo pudo ver todo el mundo, y entonces comprender por qué Wood ostentaba el título del peor de todos los tiempos.
Durante los años 70 Wood se ganaba la vida escribiendo novelitas de bolsillo y rodando cine porno de bajo coste y, precisamente esta película, al igual que otra inmediatamente anterior de 1971, “Necromania”, parecen estar inspiradas en una de sus novelas, más concretamente la que medio comparte título con esta película, “The only house”.
La verdad es que “The only house in town” poco o nada tiene que ver con ese libro, porque se trata de un porno soft muy tosco rodado en un día (hay fuentes que aseguran que en realidad fueron tres) y que, para más inri, está inconcluso. Cuenta la leyenda que para esa única jornada de trabajo, Wood fue a su puesto completamente ebrio y sin tener muy claro qué hacer, motivo por el que rodó un poco de película e inmediatamente fue sustituido por Raul Sesnick, productor de la cinta y cámara de la misma que se encargó de terminar lo que en realidad es un batiburrillo de imágenes de porno suave sin sentido alguno. Se supone que existe una sinopsis al respecto sobre un grupo de hippies psicópatas que pretenden asesinar a la joven que los delató a la policía (¿) Si ya de por sí es confusa, imagínense la película, en la que en un plano mal iluminado vemos como un grupo de hippies entra en una casa y, con un sonido tan pésimo que es indescifrable, parecen discutir para, en menos de un minuto, decidir violar a una chica que va con ellos. Mucho griterío, mucho aspaviento para, la siguiente media hora de película, ser el espectador testigo de un único plano en el que todos simulan tener sexo con todos mientras escuchamos las indicaciones del director (a saber si es la voz de Wood o de Sesnick) que, incluso, en alguna ocasión, son discutidas por los actores. Cuando el operador de cámara se aburre, hace un zoom a la pared o al techo, y luego vuelve a encuadrar el tedioso folleteo que lleva al espectador a desesperase. A esa larga escena inicial hay que añadirle la intervención de Uschi Digard —quien años después aseguró no recordar haber participado en esta película— que se dirige a cámara en un momento dado en plan "gatekeeper", para luego pasar a un par más de desangeladas escenas de folleteo y finalizar la película abruptamente. Una mierda. De no ser porque hay constancia de que es una producción genuina, casi parece un film construido a base de descartes. E incluso llegó a tener un estreno comercial de algún tipo, porque, durante el mismo, apareció una reseña muy positiva en "Wild Screen Reviews", que en realidad estaba firmada por el propio Edward D.Wood Jr. bajo pseudónimo. También firmaría la película bajo el alias de Flint Holloway.
Poco más que decir. A parte de la curiosidad que la mera existencia de esto pueda suscitar, yo no creo que semejante sucesión de imágenes pseudo pornográficas hubieran tenido mayor interés si detrás de ellas no estuviera un mítico, en decadencia y completamente alcoholizado Ed Wood —por cierto, se especula con que, en aquellos días, escribió una novela titulada “Sex life of the Alcoholic” que tiene que ser algo verdaderamente demencial, pero de la que en realidad no hay pruebas de su existencia— que pueda darle algo de fuste al conjunto. Si hubiera sido una película dirigida por “Don Pepito”, lo más probable es que al aparecer el celuloide en 2014 hubiera alimentado las llamas de cualquier horno incinerador de celuloide caducado.
Aunque solo dura 50 minutos, el visionado de esto ha sido un autentico suplicio que no ha salvado ni las dos amigas gigantes adheridas al torso de Uschi Digard. Un espanto.