A Paco del Toro le tengo ya fichado desde hace algún tiempo, y si alguien podía pensar que por un casual en “Pink, el rosa no es como lo pintan” podía existir una gotita de provocación, sensacionalismo o exageración voluntaria, basta ver esta película del año 1993 para darse cuenta de que todo el discurso de del Toro es genuino. Esto le convertiría en un individuo verdaderamente peligroso de no ser porque, aunque allí en México su mensaje podía calar entre centenares de fanáticos, lo cierto es que, siempre que rueda una película, es el candidato ideal para pitorrearse de él. Porque, sea cual sea la temática social que aborde en sus films, siempre va a prevalecer la moralina, el consejo y, sobre todo, el panfleto evangélico, que es al final la razón de ser de las películas de del Toro. No las rueda por amor al cine, sino por hacer llegar su mensaje al mayor número de espectadores posible. Por evangelizar. Y yo lo agradezco porque, en el fondo, lo único que logra es provocar la hilaridad de ateos recalcitrantes y de cinéfilos inquietos que buscan su obra, única y exclusivamente, mofarse de su mensaje, a veces homófobo, a veces machista, siempre evangélico y deleznable en cualquier caso, ergo gracioso a rabiar. O sea, unas risas.
Así, “SIDA, síndrome de muerte”, con un mensaje que, pizca más o menos, viene a decir que el SIDA es una especie de castigo divino por abusar de una sexualidad que dios nos regaló con el fin de que fuera usada en el santo matrimonio, nos cuenta la historia de un individuo que se pasa más de tres tercios de la película viviendo de puta madre, asistiendo a fiestas y seduciendo a señoritas con las que más tarde se acostará, hasta que en la recta final de la película, tras un chequeo médico, descubrirá que, de alguna manera, es portador del SIDA, con las consecuencias e infecciones a terceros que ello acarrea. Empieza pues el drama, hasta que otro paciente con SIDA que está ingresado en el mismo hospital que él, le explicará que esta enfermedad, como todo en la vida, es cosa de dios, y que por lo tanto es una oportunidad de oro para, lo que le quede de vida, se la dedique a adorarle, cosa que nuestro protagonista hará sin mayores tapujos. Comienza entonces su dicha y su felicidad… hasta que muere. Entonces el espectador comprende que este enfermo de SIDA, tras volverse siervo de dios, ha entrado en el reino de los cielos.
Hay que tener dos huevos muy gordos para hacer esta película. Realizada toda ella en tono ultra-dramático y culebronesco, no está mal rodada, se le ve a del Toro bastante oficio y las interpretaciones son sosegadas, por lo que no es especialmente risión como cabía esperar. Aunque la hilaridad llega, al menos, en las escenas en las que nuestro protagonista descubre que tiene el SIDA y se lo comunica a sus seres queridos. Ahí el drama se torna exageradísimo, las sosegadas actuaciones se vuelven sobreactuaciones a la mexicana (esto es, muy escandalosas y excesivas) y en definitiva, obtenemos un poco de lo que buscamos cuando le vamos a dar al play.
Por lo demás, la película está casi entretenida y de deja ver, por muy reiterativa y machacona que sea a la hora de hacernos presagiar lo perniciosos que pueden llegar a ser los placeres de la vida.
Dentro de una categoría a la que podíamos llamar “sidaxploitation” y en la que los mexicanos son los reyes, “SIDA, síndrome de muerte” no es tan divertida y alucinógena como esa locura titulada “Trébol negro: SIDA, maldición desconocida”, pero sí es una estupenda candidata para ser vista a la vez que uno se lleva las manos a la cabeza.
Como los mexicanos son como son, lanzaron una edición videográfica, al margen de la oficial, en cuya caratula no dejan atisbar ni una gota de drama con el fin de hacer pasar el film por una cinta de acción bajo el título de “De sangre asesina”, que tiene una mala leche que flipas. Adjunto pues ese cartel junto al original.
viernes, 8 de marzo de 2024
SIDA: SÍNDROME DE MUERTE
Victor Olid