Natos y Waor representan a esa juventud suburbial de nacidos en los 90 y 00, atolondrada y rebelde por igual, con la que conectan a través de sus canciones de corte tristón y callejero que les ha llevado a estar en lo más alto, siendo el único grupo de rap que ha llenado el Palacio de Vistalegre (por lo que resulta paradójico que la cosa se titule “Underground Kings”) con un aforo de más de 11.500 personas en su mayoría jóvenes de su misma generación o posteriores (Kase. O metió 15.000 en el antiguo Palacio de los Deportes, el actual WiZink Center, pero claro, lo ha logrado tras casi 30 años de carrera).
Lo curioso es que, mientras los rappers de la generación de los 90, que pese al contenido absolutamente lerdo de sus raps, tienen una gran influencia de la escuela americana de la que son coetáneos —básicamente, forjaron la escena a raíz de consumir el rap de la golden era—, esta generación que da sus primeros pasos alrededor de 2003, se desarrolla en un entorno cuya concepción del hip-hop poco o nada tiene que ver con la de las generaciones anteriores. Provenientes del movimiento punk, con las batallas de gallos como escuela donde formarse y una estética muy alejada a la del b-boy, Natos y Waor parecen hacerle un corte de mangas al hip-hop de toda la vida, componiendo canciones de corte intimista, o lúdico, que parecen opuestas a las del rap estilístico nacido en España en los 90.
Natos y Waor, a diferencia de los puretas, aparecen cuando ya hay un rap español establecido en el mercado, cuando ya existen incluso estrellas del rap que no desmerecen, en cuanto a número de seguidores, de las del pop más cotizadas y, en definitiva, cuando ya el rap se ha convertido en una tendencia musical que, mezclándose peligrosamente con la música electrónica y derivando en subgéneros como el trap, no necesariamente tiene por qué verse ya asociado al hip-hop. Natos y Waor nacen cuando ya no existe el underground, o mejor dicho, cuando el mercado está tan saturado de referencias que el underground se torna invisible. Paradójicamente, surgen en un periodo de transición en el género y, con su sede en casas ocupa, llegan al mainstream desde la marginalidad más estricta: sus maquetas son confeccionadas de manera casera y no cuentan ni con instrumentales propias, robando estas de Youtube o recurriendo a aquellas de uso libre concebidas para tal fin. Graban sus demos, las mueven por redes sociales y, sin premeditarlo, lo van petando progresivamente de manera que pasan de llenar pequeñas salas a estadios.
Esta generación, al no verse condicionada por los dogmas del hip-hop y el rap más convencional, desarrolla una escena más auténtica que la que le precede y con un público menos sectario que, no siendo estrictamente hip-hopero, les ha llevado a crecer hasta convertirse en números uno. Al margen de eso, Natos y Waor son más macarras, honestos y genuinos, dando un rap menos ortodoxo que conecta a la perfección con hordas de adolescentes sin pajolera idea de quién es Rakim (ni les interesa), que en su vida han oído hablar de KRS-One, pero siguen a Natos y Waor allá donde vayan. ¿Qué han generado Natos y Waor? Una escena de verdad, no como la de los 90, sin duda, mucho más impostada. Al margen de eso, dudo bastante que conecten con las generaciones anteriores. A un señor de mi edad (47 cuando escribo esto), loco por el rap yankee de los 90, es más probable que le genere hostilidad que otra cosa. Personalmente, no aguanto la música de Natos y Waor ni un minuto, pero entiendo el cambio de tercio que representan, la idiosincrasia de esta generación y hasta me caen mejor que los otros señores de mi edad que, intentando mantener lo que han conseguido, o rabiosos por lo que alguna vez tuvieron y hoy han perdido, se aferran a una vida pública como emcees que, a veces, roza la más brutal vergüenza ajena.
Por otro lado el documental “Underground Kings”, que narra la ascensión del dúo a lo más alto, no deja de ser otra muestra de un ego desmedido, como lo puedan ser “Dentro del círculo” sobre la elaboración del disco más exitoso de Kase.O, “Tengo que volver a casa” sobre las correrías de ToteKing o “Blackbook” que cuenta la historia de SFDK. Curiosamente, y siendo Natos y Waor más soberbios y descarados que esos otros rappers de geriátrico, afrontan un documental sobre ellos mismos de una manera mucho más humilde. “Underground Kings” es más cercano y no tiene la grandilocuencia que trae consigo “Dentro del círculo”, máxime cuando Kase.O es un emcee que lleva la humildad y el buen rollo por bandera, pero en su documental no parece predicar con el ejemplo. Diríase que Natos y Waor también llevan una gestión de la fama más sana que los otros vejestorios.
El documental, en sus dos horas largas de metraje, se compone de una larga entrevista a Natos y Waor que, combinada con otras a sus padres y gente de su entorno, cuenta la historia del grupo desde los inicios, antes de que el rap irrumpiera en sus vidas, con abundante material de archivo para ilustrar su discurso y pocos aspavientos o artificios. Y el espectador es testigo de su espectacular ascenso desde el subsuelo hasta las grandes ligas.
Con pocos medios y pocas florituras técnicas —poco más que planos estáticos con dos cámaras— se consigue algo muy difícil, que un ladrillo de dos horas compuesto prácticamente por dos cabezones parlantes, genere el interés del espectador gracias a la fluida narración de sus dos protagonistas.
Por lo demás, dirigiendo a pachas el propio Waor junto a Adrian Groves, su estructura es de lo más formal. Estos tienen alguna noción audiovisual, pero su bagaje viene precedido más por su amor a la música que al cine (realizan videoclips, que al fin y al cabo es para lo que se han formado) y, en resumidas cuentas, con lo que saben hacer les sobra y les alcanza. Se trata de un documental con fines promocionales, no competitivos en festivales.
Llama la atención asimismo, el ver a viejos raperos de las generaciones anteriores opinando sobre Natos y Waor ante la cámara. Dudo que conecten con la música de los recién llegados, pero como son números uno les conviene estar cerquita, no sea que se les acabe el chollo, así que, por supuesto, les dejan demasiado bien en sus declaraciones. Casi se les ve el plumero.
Con pocos medios y pocas florituras técnicas —poco más que planos estáticos con dos cámaras— se consigue algo muy difícil, que un ladrillo de dos horas compuesto prácticamente por dos cabezones parlantes, genere el interés del espectador gracias a la fluida narración de sus dos protagonistas.
Por lo demás, dirigiendo a pachas el propio Waor junto a Adrian Groves, su estructura es de lo más formal. Estos tienen alguna noción audiovisual, pero su bagaje viene precedido más por su amor a la música que al cine (realizan videoclips, que al fin y al cabo es para lo que se han formado) y, en resumidas cuentas, con lo que saben hacer les sobra y les alcanza. Se trata de un documental con fines promocionales, no competitivos en festivales.
Llama la atención asimismo, el ver a viejos raperos de las generaciones anteriores opinando sobre Natos y Waor ante la cámara. Dudo que conecten con la música de los recién llegados, pero como son números uno les conviene estar cerquita, no sea que se les acabe el chollo, así que, por supuesto, les dejan demasiado bien en sus declaraciones. Casi se les ve el plumero.