“Los fantasmas no pueden… hacerlo”, la última película del tándem formado por el matrimonio Derek (John y Bo), es también una de las consideradas —cómo no— peores películas de la historia del cine. Y con total justicia, no solo porque efectivamente es una mala película de principio a fin, sino que, en un alarde de megalomanía, John Derek, no contento con escribir y dirigir para completo lucimiento de su esposa Bo, se atreve también a montar… y aquí es donde la película se convierte en un descacharrante artefacto digno de tener en cuenta. Porque el director de fotografía es bueno, los encuadres están medidos y la factura técnica general es la propia de una película hollywoodiense de gama media; pero el montaje es lo más amateur que podrás ver en un film de recorrido comercial. De hecho, es tan torpe que no comprendo cómo consiguió pasar cualquier tipo de criba en una reunión de toma de decisiones, en el caso de que la hubiera.
A ese desastre técnico añadan un argumento demencial, escrito por alguien casado con una mujer muy hermosa, pero 30 años más joven que él, al que ya no se le pone dura; obtenemos una de las películas más grotescas de la historia. Y lo curioso es que, gracias a dios, “Los fantasmas no pueden… hacerlo”, quizás por encontrarse adscrita al género del drama romántico, no ha encontrado una legión de atolondrados fans del cine malo que la reivindiquen a día de hoy. Tanto mejor.
Un matrimonio de multimillonarios disfruta de sus vacaciones en la nieve, cuando al marido le da un infarto de miocardio. Se recupera, pero las posibilidades de continuar con salud son escuetas, así que decide pegarse un tiro, sembrando así la desolación sentimental de su esposa. No obstante, la relación de amor entre este hombre ya metido de lleno en la tercera edad y una joven lozana de no más de 30 años es tan pura, que el fantasma de él se le aparecerá a ella a los pocos días de morir. Y en esas apariciones, el matrimonio mantendrá largas conversaciones. La recién viuda continuará su vida normal de viajes y lujo, cuando deciden elegir a un joven efebo al cual el marido poseerá con el fin de regresar a la vida y hacerle el amor a su esposa, porque, por lo pronto, los fantasmas no pueden hacerlo… Así pues, urdirán un plan para asesinar al galán y que el fantasma del anciano pueda poseerlo.
Una absoluta locura con diálogos que parecen escritos por un niño de diez años y una planificación del todo incompetente. En definitiva, un delirio de lo más reivindicable.
Protagonizada por Anthony Quinn, además de por Bo Derek, lo cierto es que, aunque ambos tienen unas cuantas secuencias juntos, el 90 % de la aparición de Quinn en pantalla, como fantasma, está rodada sobre un fondo negro que, en montaje, John Derek distribuye a lo largo del metraje para que interactúe con ella. Un recurso chabacano y barato que pasaríamos por alto si se incluyese en una o dos secuencias… ¡pero es que lo hace durante todo el largometraje! con lo cual tenemos aquí una ensalada se planos inconexos donde el concepto de raccord no existe. Este es asesinado secuencia tras secuencia, igual que la narrativa que va un poco despendolada en según que momentos. Nos enteramos de lo que sucede porque el argumento es más simple que una cartilla Rubio, pero el espacio tiempo no es tenido en cuenta en la concepción de esta película. Eso sí, hay una secuencia absurda en la que Bo Derek baila bajo la lluvia de manera erótica, dejando que la ropa mojada resalte sus atributos. No es que esté en demasía bien rodada (nada en la película lo está), pero sí que está fotografiada y coreografiada con el suficiente gusto como para que la Derek la incluya en un video book en el caso de que lo tenga. Si ella sale guapa (que no lo sale porque está colorada como un cangrejo toda la puta peli), el resto importa una mierda.
Por supuesto, y como cabía esperar desde un principio, la película fue un fracaso mayúsculo que puso fin a la obra conjunta de John y Bo Derek, y casi a la carrera de la sex symbol. Después de esto, y aunque protagonizó un par de films menores, la actriz se prodigó poco en pantalla.
Por otro lado, “Los fantasmas no pueden… hacerlo” no pasó inadvertida para la gente de Golden Raspberry, que otorgó a nada menos que cuatro premios razzie a la peor película, peor dirección, peor actriz protagonista y peor actor secundario para ¡Donald Trump! De hecho, no era raro ver al ex-presidente de Estados Unidos haciendo pequeños papeles en el cine a finales de los 80 y primeros 90; apareció en “Solo en casa 2” o “Una pandilla de pillos”, así como su efigie fue altamente parodiada en “Gremlins 2”, pero aquí aparece con un papel destacado, con diálogos, que Trump soltaba poniendo morritos, dicen los estudiosos que emulando a Mussolini. La verdad es que te mueres de risa al verlo y al escuchar las frases que recita.
Bo Derek era un ícono cinematográfico y sexual en todo el mundo, en el año de producción de esta película, 1989, quizás un poco menos, pero eso no fue óbice para que “Los fantasmas no pueden… hacerlo” se lanzase en nuestro país con todos los honores, con un póster bastante más erótico de lo que es en sí la película, en cines de estreno (y no de barrio o de sesión doble, que ya estaban desapareciendo) donde fueron a verla 137.000 espectadores. Bastante poco para 1989, pero una cantidad considerable para cualquier película que se estrenara hoy en día, incluso antes de la pandemia.
Como fuere, el festival de risas que me ha proporcionado la película ha sido generoso, amén que, con toda la tontería, y como suele pasar con todas las películas de los Derek —mejores o peores—, está francamente entretenida. Por lo demás, es un desbarajuste tan enorme, tan desorbitado, que no entiendo como no se le procesa culto alguno. Desde aquí, la reivindico como “mala pero divertida”, muy fuertemente.