Antes de entrar en esta cosa marciana que es “Movie Madness” (cuyo visionado es lo más semejante a mirar a través de un calidoscopio negro. Realmente la reseña de lo que es la peli se podía resumir en dos líneas), me gustaría hablar de su principal artífice, Phillip Penza, que me parece un tipo tan interesante como poco diestro a la hora de ejecutar cualquiera de sus producciones.
Penza, natural de Brooklyn, afroamericano, no dista mucho de cualquier cineasta adscrito a una corriente que, según moda y temporada, se estila mucho en nuestro país; la del cine “independiente”, o como los modernos lo llamaron hace no demasiado, películas “low cost” (termino que como no devino en nada, pronto pasó de moda, gracias a dios). Hablando en plata; Phillip Penza es productor, guionista y director de películas semi-amateur de bajísimo presupuesto que no interesan a nadie. Pasa que Estados Unidos es muy grande y un tipo de las calles como él, sabe monetizar y sacar beneficio de su material. Nada raro, hay individuos como Sean Weathers que también se dedica a eso, por no hablar de Dustin Ferguson o el calvo, Shawn C. Phillips, que económica y evolutivamente están varios peldaños por debajo de Penza, y son distintos tanto en fondo como en forma.
Phillip Penza en realidad es un ex soldado del ejército de los Estados Unidos, además de boxeador y preparador físico. Montó negocios en torno al fitness y, de rebote, tomó contacto con lo audiovisual a raíz de aparecer en programas de la ABC en calidad de entrenador deportivo. Pero claro, vio las cámaras, cómo realizaban los programas y demás, y quedó enamorado del medio, lo que le llevó a plantearse una carrera audiovisual y/o creativa. Así que, su primer impulso, fue escribir novelas.
Un productor de cine y televisión, David A. Rosemont, coincidió una vez con Penza, y este le instó a que leyera una novela que había publicado no hace demasiado, “My name is nobody”. Un folletín semi autobiográfico en torno al mundo del boxeo. Rosemont no solo la leyó, sino que le dio feedback positivo al respecto. Y no, no decidió producir la película; tan solo sirvió de percutor para que el propio Penza decidiera hacerlo por su cuenta , poniendo en marcha así "Little Books, Little Films", productora bajo la que el hombre da rienda suelta a su mediocridad en forma de novelas y películas muchas veces guerrilleras. El modus operandi consiste en filmar con cámaras de gama media, muchas veces teléfonos móviles, equipo humano reducido y planes de rodaje adaptados a las necesidades de sus “estrellas”. El montaje suele ser de lo más discretito y, la música, de librería, libre de derechos. Una vez que Penza finaliza una película, la estrena a sala llena en algún cine local. No se amedrenta si no la consigue, y estrena en restaurantes si es preciso, y, una vez ha estrenado (acto este que solo le sirve para dar bombo y platillo a su película en ciernes en las redes sociales) la mueve por toda plataforma de streaming a la que le dejen subirla, además de colgar alguna de ellas en su web de manera gratuita. Y así el hombre, además de con sus otros negocios, va tirando.
Antes de embarcarse en la producción de estos "films", Penza tuvo la oportunidad de realizar un programa de entrevistas sobre estilos de vida saludables, donde se incluían a varias celebridades. De este modo, contactó con gente como Lorenzo Lamas o Eric Roberts, que no solo se unirían a los repartos de sus películas sino que, en alguna ocasión, incluso le ayudarían a financiarlas (como es el caso de Lamas, que co-produce aquella de la que les voy a hablar a continuación). Famosos venidos a menos como Vivica A. Fox (salía en alguna de Tarantino) también formarían parte de su elenco habitual, Pero, sobre todo, hizo buenas migas con la leyenda del rap Big Daddy Kane con el que trabajaría codo con codo en la mayoría de sus películas en calidad de co-productor, actor, e incluso de co-director. Es decir, que Kane y Penza, formaron tándem en esto del "cine" de bajo presupuesto, cosa que no deja de llamarme la atención porque, puedo entender que Big Daddy Kane, al igual que Lorenzo Lamas, estén en horas bajas económicamente hablando, pero meterse en embolados de este calibre que, obviamente, no les puede reportar mucho, es un acto de amor o de ingenuidad ¿Qué necesidad tiene Big Daddy Kane de firmar y financiar estas cosas? ¿Qué necesidad hay de hacer una serie de películas tan horrorosas?
Como sea, el caso es que estas celebridades en decadencia le permiten a Penza tener un cartel más o menos interesante con el que vender sus películas, unos créditos en los que aparecen como protagonistas pero, luego, sus actuaciones se reducen a lo mínimo, cinco o seis minutos en pantalla, con el grueso del largometraje compuesto de actores amateur cuyas interpretaciones desafían las leyes de la lógica.
“Movie Madness” sería una de estas películas de Phillip Penza. Junto a él, en la producción tenemos a Lorenzo Lamas y a Antonio Hardy (verdadero nombre de Kane), en la dirección figura el propio Penza codo a codo con Kane y, en el reparto, a todos ellos, además de otra vieja leyenda del rap, Christopher “Play” Martin de Kid –n- Play. Sus nombres salen en primer término en los títulos de crédito, pero tienen que pasar 48 minutos para que Lorenzo Lamas haga acto de presencia. Seguidamente aparece Kane, y luego desaparecen hasta llegado el final que vuelven a salir otro momento. El papel de Christopher Martin se reduce a cameo de menos de un minuto, insertado ahí con calzador para justificar su presencia. Le habla al teléfono sobre una serie de negocios en un único plano que, imagino, iría igual de bien aquí que en cualquier otra película de la casa.
Entonces, la cosa va de dos individuos que, ataviados de una forma muy extraña (vestidos de mujer, mascaras de carnaval y peluca), secuestran un cine (en el que están proyectando una película del propio Penza) y allí, organizan una masacre disparando a sangre fría a todo aquel que les lleva la contraria. Los criminales no tienen una motivación aparente para hacer hacer eso. Cuando ejecutan a casi toda la platea, deciden poner fin a sus vidas suicidándose. Pronto la policía (Lamas y Kane) irá al lugar de los hechos para averiguar que ha pasado. Y fin. Esa sería la sinopsis, pero, nada más comenzar, el espectador es testigo de una trama semigangsteril en la que uno de los protagonistas negocia algo relativo al cine donde van a suceder los hechos, en un arco que nunca llega a finiquitarse o a tener relación con la trama principal. Así mismo, a modo de epílogo (y después de otra escena anterior que ya servía de epílogo…) tenemos unas imágenes rodadas en plan guerrillero, probablemente con el móvil, en las que los hombres enmascarados interactúan con los viandantes (uno de ellos le da limosna a un mendigo, en lo que parece una acción real filmada a hurtadillas…) o se nos muestra la Torre Eiffel de arriba abajo y grabada con zoom desde lo lejos. Una forma como otra de alargar metraje o de aprovechar un viaje a París. Nada nuevo por otro lado. Nos lo sirven en el montaje de manera onírica y no desentona mucho, pero es tan cutre… y no solo cutre, es que no tiene absolutamente nada que ver con lo que estamos viendo, por mucho que los que se dan paseos por París sean los dos individuos que se cargan al cine entero.
Otra cosa digna de reseñar es que, una vez entran en el cine y comienza la función, todo se desarrolla a oscuras, por lo que más de un 70% no se ve… Como aquellas antiguas cintas VHS mal telecinadas, solo que esta vez, con los adelantos digitales, se debe a la absoluta incompetencia de la producción. O quizás esa mierda es una elección estética, váyanse a saber.
Pero la guinda del pastel llega justo al final, antes de dar paso a los créditos volvemos al patio de butacas y vemos, con la imagen en negativo, todo los cadáveres repartidos por los asientos y cómo un individuo apunta con una recortada hacia nosotros los espectadores, y dispara. Entonces, Phillip Penza rompe la cuarta pared y, dirigiéndose a nosotros, aparece soltando un discursito anti violencia, acusándonos de haber disfrutado de esta durante el visionado, en lugar de ser mejores personas con nuestros congéneres. También insta a que, si somos testigos de una de estas catástrofes humanas, en lugar de utilizar nuestros móviles para grabar, lo usemos para llamar a emergencias. Todo muy moralista, con un tufo evangélico-cristiano que tira de espaldas y no exento de vergüenza ajena. Además de hipócrita, porque menudo discursito se suelta después de haber hecho una película en la que solamente hay muerte y disparos, se sitúa el resto del reparto detrás de él, incluidos Kane y Lamas, y citan un lugar real en el que ha ocurrido alguna de estas matanzas, a saber; el 11 de Septiembre, la maratón de Boston, Columbine… o el cine donde un zumbado disfrazado del Joker se lió a tiros durante la proyección de “El caballero oscuro”. Para mear y no echar gota.
Todo esto hace a Penza sumamente fascinante. Pero claro, ver una película suya supone un sobre esfuerzo. Supongo que iré consumiendo algunas poco a poco (además en todas sale Big Daddy Kane que ha debido cogerle el gusto a la mierda, porque, después de estas experiencias con Penza, le podemos ver metido hasta el cuello en otras producciones similares de otros realizadores baratos), pero sin demasiada fruición porque, al final, no son más que la mierda que podría hacer cualquiera de ustedes con un par de contactos, un par de actores en decadencia, y un par de cámaras y móviles de última generación: la nada más absoluta. No obstante, si les puede la curiosidad, Penza es responsable de títulos como “Real Blood”, “Boyz from the streetz” o “Water”.
Quizás el amigo aparezca de nuevo por aquí en el futuro. Pero no les aseguro nada.