martes, 27 de mayo de 2025

LOS PECADORES

“Creed” es, posiblemente, mi película favorita del presente siglo; una que, con un "Rocky" al filo de la tercera edad, me hizo vivir en el cine una serie de sensaciones que no vivía desde, tal vez, la adolescencia. Por eso tenía a su director, Ryan Coogler, un joven negro nacido el año 1986,  en un altar.
Tras “Creed”, el siguiente paso fue ver su debut, “Fruitvale Station”,  una película sobre la represión policial, híbrida entre el "hood film" y el cine indie de corte social, que confirmaba su talento y demostraba que lo de “Creed” no había sido potra. "Fruitvale Station" se alzaba como una opera prima muy por encima de la media, verdaderamente notable.
Claro, tras esa vuelta de "Rocky" —que es lo que al final fue “Creed”— lo normal es que los estudios se disputasen a tan talentoso director, por lo que "Marvel Studios" requirió sus servicios para las películas de “Black Panther”. Y no me gustaron ninguna de las dos. Me parecieron unos soberanos coñazos. Al margen de subjetividades, en mi fuero interno asumía que Coogler no había perdido ese talento mostrado en sus dos primeras obras. El motivo podía ser, perfectamente, que, siendo dos productos de estudio, los encorbatados señores de "Marvel" no le habrían permitido hacer lo que le diese la gana.
Por eso, una nueva película autoral de Ryan Coogler era lo que necesitaba ver. Además, con un tema fascinante: todo el folclore del blues asociado a la magia negra, rodada en celuloide, con cámaras de 70 mm y en Panavisión, utilizando película especialmente sensible a esos formatos. Cojonudo.
Una vez supe de la existencia de la interfecta, “Los pecadores”, ya no quise saber más hasta verla. Y he tardado porque cada vez es más difícil que una película aguante en cartelera lo suficiente como para, cuando uno decide acudir, se siga proyectando. Ayer, por fin, pude hacerlo.
“Los Pecadores”, de la que además todo quisqui habla maravillas, ha supuesto para mí una decepción mayúscula, y la prueba palpable de que, a lo mejor, Ryan Coogler no es tan bueno.
La cosa va de dos hermanos gemelos, gangsters, que tras unos años viviendo como reyes al servicio de Al Capone en Chicago, deciden regresar a su Mississippi natal con el fin de abrir un local de blues y hacer fortuna con ello.  Cuando por fin lo inauguran, aquello acaba plagado de vampiros que querrán chuparles la sangre.
La decepción se debe a que, si la primera hora viene precedida de una seriedad acojonante, con los dos gemelos reclutando a los trabajadores y bluesman que les acompañarán en su travesía hacia la creación del mejor local del blues de todo Mississippi presagiando una peli de horror buena que te cagas (una hora de metraje que me dejó boquiabierto por su dirección, su diseño de producción, su estética, y en la que puede que veamos al mejor Ryan Coogler), durante la segunda hora, en la que aparecen los vampiros, se me desmorona todo porque lo que estaban viendo mis ojos era muy parecido —demasiado parecido— a “Abierto hasta el amanecer” de Robert Rodríguez. Solo cambia el contexto y la ambientación, pero el planteamiento es exactamente el mismo. Y a partir de que hacen acto de presencia los chupasangres y acorralan a los protagonistas dentro del club de blues, el parecido con aquella posmoderna película noventera es tan evidente, que cuando finalizó “Los pecadores” me quedé a ver los créditos para comprobar si aparecía alguno de “Inspired in the motion picture...” o “Based on characters created by Quentin Tarantino” (guionista de "Abierto hasta el amanecer"). Pero no apareció ningún crédito que justificara la total similitud entre ambas.
Al llegar a casa, busqué reseñas que aseguraran que se trataba de una mezcla entre “Cruce de caminos” (de la que no tiene nada) y el film de Robert Rodriguez, pero no se decía de manera condescendiente o negativa, sino, más bien, como si fuera algo positivo. En ningún momento se acusaba al film de plagio, que es lo que, indefectiblemente, es esta “Los pecadores” —y dando la razón a Seth Rogen en la estupenda serie “The Studio” cuando dice que “los buenos copian, los grandes roban”—. De hecho, todo el mundo parece encantado con ella y se la tilda de lo mejor del año.
A mí, hasta que aparecen los vampiros —que hubiera sido mejor no aparecieran, pero ya que aparecen ¡no conviertas lo que has construido hasta ese momento en una pantomima como has hecho, Ryan! — me estaba pareciendo una peliculón de órdago, con esa ambientación, ese granazo del celuloide y todo el rollo de folclore blusero… para luego mutar en un “Abierto hasta el amanecer” con ínfulas. Porque Coogler es muy consciente del prestigio adquirido y, no solo plagia una película que por estúpida que sea tiene su lugar en la cultura popular, sino que procede con la intención de mejorarla y de que se diga: “esta es la buena”.
En justicia, por lo bien rodada que está y la destreza técnica, que es inmejorable, "Los pecadores" se lleva un cinco pelado; en lo referente a la segunda hora me parece espantosa, espantosa, espantosa.
Pero claro, piénsenlo: Ryan Coogler es un joven talento que flipaba con la saga de “Rocky” y decidió hacer su propia versión / aportación. En 1996, año del estreno de “Abierto hasta el amanecer”, tendría 10 añitos, una edad idónea para alucinar con esa película. Y ahora, igual que tenía el capricho de rodar su “Rocky”, tendría el de hacer su “Abierto hasta el amanecer”, teoría que no carece de sentido.
Esperaremos a la próxima, pero si lleva derroteros similares, me bajo del Coogler.
Por lo demás, tenemos a Michael B. Jordan mostrando palmito, a Delroy Lindo rescatado para la ocasión como lo fue en su momento Fred Williamson, y navajazos, metralletas Thompson, estacazos y degluciones de ajo como para que un 90% de la platea salga flipando del cine.