Es posible que muchos de ustedes, queridos y pacientes lectores, se pregunten cada mañana al despertar cómo es posible que una maravilla del exploitation mundial como "El Exterminador" -la uno- aún no haya aparecido reseñada en este humilde blog. Bien, la respuesta es tan sencilla como esto: Porque ya la escribí para el fanzine de una pasada Maratón de Cotxeres de Sants, donde se proyectó con gran éxito, y no me gusta escribir las mismas cosas dos veces (al final, sí cayó). De todos modos, no podría hablar de la secuela sin aclarar que el film original me parece una joya absoluta del más demencial trash, la película de justicieros más sórdida, brutal, sucia, sádica y enfermiza de cuantas se han producido desde entonces hasta hoy. Es decir, que me encanta... y lo digo sabiendo de lo que hablo, pues la volví a ver no hace ni una puta semana. Que quede claro que, por comparación, la segunda parte no tiene nada que hacer con su predecesora. Se trata de una fábula de acción ordinaria mucho más standard y "limpia" que, aunque a ratos sacia nuestra sed de violencia, no llega para nada al salvajismo de la que tan sabiamente firmó James Glickenhaus. Nunca habrá otra película como "El Exterminador 1", ni aunque el puto Tarantino se empeñara en ello... pero pelis como "Exterminador 2" las hubo, las hay y las habrá. Vamos, que no tiene nada de especial salvo las horteradas propias de su década. Los ochenta, payo.
Otra diferencia entre ambas, en este caso narrativa, es que mientras en la primera el prota, el buenazo de Robert -mofletes- Ginty, mataba a malos anónimos a diestro y siniestro, en esta segunda -y última- aventura, se encabrona con una banda de delincuentes de estética casi "Mad Maxiana" comandada por el inefable Mario Van Peebles, que por poco no se papea la función entera con patatas interpretando a un mega-malo del copón. De hecho, todos los delincuentes en este film, además de un look horripilante (eran los años del break dance), tienen en común lo mucho que disfrutan matando a inocentes y, encima, se recrean en su agonía y/o muerte entre ofensivas risas burlonas. Fabricados para ser odiados, vamos. El exterminador vivirá un leve romance con una bailarina rollo "Flashdance" y una -también escueta- amistad con un negro que curra de basurero. Naturalmente, ambos terminan hechos añicos y servirán de perfecta excusa para que Ginty pierda el pedal, convierta un camión en un tanque y arrase con todos y más.
Detalles curiosos, si hay algo que achacar a la primera parte es que su FANTABULOSO cartel nos engañó, en la peli el exterminador ni usaba lanzallamas, ni llevaba casco de moto, ni vestía de negro (bueno, en alguna escenita por ahí sí, pero nada destacable). Para la segunda entrega, y conscientes de ello, decidieron actuar al revés, es decir, Ginty no se separa de su lanzallamas (y su casco) ni para ir al lavabo... a pesar de que una pistola o una metralleta serían armas mucho más cómodas... pero no tan cool. Más, a diferencia de muchos otros films de justicieros, en los que los buenos son gente de clase alta y los malos de la baja (retorcido mensaje este), en "Exterminador 2" no se da el caso. Los buenos son tan pobretones como los malos. Robert Ginty está en paro y debe vender su reloj para comer, su amigo es un basurero que trata con los vagabundos y la parienta una go go de un bareto de mala muerte con sueños de grandeza. Un punto a su favor.
El productor del primer film, Mark Buntzman, ejerce aquí de director. Tal fue el estropicio (imagino que económico, al no haber verdadera tercera parte... y sí, las supuestas "Exterminador 3 y 4", así como la referencia a este en el slogan de "Vietnam, Texas", eran un invento de los distribuidores españoles) que nunca más volvió a dirigir. Produce la señera "Cannon", entonces emperrada en rodar secuelas de films de acción ajenos que explotaran los "leiv motiv" de estos, como hicieran con "La matanza de Texas" o "Death Wish".
Entretenimiento puro... descerebrado, sí, tosco, también, pero igualmente disfrutable.