Rara es la vez que a los dos minutos de ver una peli, corro al ordenador a escribir la reseña. Cuando lo hago, es porque lo que acabo de ver me ha gustado de verdad, y siento el irrefrenable deseo de comunicárselo al mundo entero... bueno, o a los habituales de este blog. La peli de la que os paso a hablar, es de esas.
Tom Shankland, director de la lograda "WAZ", firma una historia perfectamente encuadrable dentro del subgénero de los niños chungos que tanto de bueno ha aportado al género de nuestros amores desde que aún no existía el color. La cosa va de que, por motivos inexplicables (y bien que hacen no contando nada), los críos comienzan a volverse muy muy agresivos. Este marrón pilla de pleno a los integrantes de una reunión familiar en fiestas navideñas. Se va a liar muy gorda.
Shankland sabe que los niños pueden llegar a ser muy inquietantes (yo suelo llamarlos "pequeños tumores con piernas", pero esa es otra historia), aspecto este que exprime totalmente a lo largo de los escasos -y agradecidos- 80 minutos que dura esta pequeña joyita, es en los primeros 30 cuando más se dedica a ello, logrando algunas secuencias realmente terroríficas, de implacable tensión.
El estallido del drama es a lo grande, sin pizca de humor, pariendo momentos de puro y duro impacto, algo a lo que contribuyen de sobras los excelentes actores. El realismo es la clave, así como cierta tendencia a la sutilidad, que cuando es salvajemente destruida (cosa que se da poco), el shock resulta total y absoluto (ya saben, los excesos nunca son buenos). Por otro lado, la idea de unos padres desesperados que han de acabar con sus propios hijos porque estos se convierten en auténticos psicópatas en miniatura tiene una fuerza inusitada nada desaprovechada por el realizador, sin concesiones pero, al mismo tiempo, sin caer en vulgaridades.
Un auténtico puñetazo a tus sentidos, potente y muy recomendable.