Añeja producción de la Toho en su mejor época, en la que se aprecia un gran cuidado con las maquetas y los efectos especiales respecto a otras de sus coetáneas, aunque, lógicamente, los dos señores disfrazados de mono que aparecen en la película, no gozaron del carisma y aceptación del publico nipón de los que si gozaron Godzilla y demás monstruos japoneses. Por eso no son tan populares.
El caso es, que aún haciéndome gracia los Kaiju Eija, no es un género que me entusiasme, puesto que al fin y al cabo, vista una, vistas todas (rollos nucleares, científicos buscando explicaciones tontas a cosas que no tienen ningún sentido, señores disfrazados destrozando maquetas y lucha final entre dos monstruos), y esta “La batalla de los simios gigantes”, no varía mucho, la verdad, pero para una tarde de domingo tonta, nos alcanza.
Conocida en algunos países como “Frankenstein´s monsters” (???) –no confundir con “Frankenstein conquers the World”- Nos cuenta la historia de un simio gigante que tras una lucha encarnizada con un pulpo, vuelca un barco. Pronto sale a la superficie y destroza las ciudades. Un científico yankie experto en simios gigantes, quien crió uno en su laboratorio hasta que lo soltó en las montañas, mantiene la teoría de que este nunca atacaría a los humanos y tampoco podría vivir en el agua, por lo que llega a la conclusión de que el simio malo debe ser otro. Pronto se descubrirá el pastel, y el bien se alzará ante el mal. Bueno, ya saben… un Kaiju entretenidillo, nada del otro mundo en el que el mono verde se las tendrá que ver con el mono marrón, destrozarán muchas cosas, el ejercito les hará de las suyas y todo acabará bien.
Pero claro, a mí casi me llama más la atención algunos aspectos secundarios de la película, como las respuestas y reflexiones que suelta el científico americano Dr. Smith, interpretado por Russ Tamblyn, que se parece un poco a Greg Kinnear pero con cara de pánfilo. El delirio. Sin ir más lejos, hay una escena en la que un periodista le pregunta si es posible que se haya despertado de su letargo un simio gigante, a lo que responde, tras pensárselo unos segundos: “posiblemente”. Gestos, contundencia y doblaje, convierten esa interpretación en un chiste súper gracioso. O como cuando un científico japonés advierte que habrá que proteger a la población, y acto seguido suelta una sonora carcajada. Cosas de los Kaiju.
Poco más que añadir.
Dirige Ishiro Honda (o Isidro Honda, como le llamaba Carlos Pumares), que es al cine de la Toho, lo que Terence Fisher al cine de la Hammer.