Parida con el título de “Gungala, la pantera nuda”, estamos ante una de las primeras películas del, según algunos, inventor del “Found Footage” Rugero Deodato. Una muestra cafre y asalvajada de lo que se puede hacer con un montón de imágenes de archivo de safaris y de documentales de animales, un par de tías buenas, y un rubiales con bigotillo con cierto parecido al Pirri, en tiempos en los que Tarzán está de moda.
Desde luego, la película es tan tosca y primitiva, que no deja indiferente a nadie. Una explotación de Tarzán con todas las de la ley, solo que cambiamos al Tarzán mazas de turno por una preciosa muchachita, que para ganarse aún más la simpatía del respetable, se comunica a base de rugiditos.
Un grupo de expedicionarios, acuden a lo profundo de la selva a recuperar un diamante que posee una tal Gungala, una joven salvaje criada en la selva y heredera de una fortuna, a la cual tienen que capturar para poder quedarse con esa herencia. La muchacha es tan bella, que uno de los individuos acaba enamorándose de ella.
“La pantera negra” es la secuela de “Gungala, la vergine della giungla”. No he visto la predecesora, pero esta en cuestión me ha dejado boquiabierto. En primer lugar por los diálogos. Son como para darlos de comer a parte, no solo no tienen sentido, si no que dicen un montón de estupideces todo el tiempo, por lo que no le queda más remedio al espectador que deshuevarse.
Está rodada fatal, desde luego Deodato aprendería a rodar a posteriori, pero aquí, no solo los encuadres son horrorosos, si no que hay momentos que la cámara está incluso torcida. Amén del montaje y la cantidad de tomas de archivo que se aprovechan. Parece que haya un abismo técnico entre esta y su obra maestra “Holocausto Canibal”, que estando maravillosamente rodada, parece lo opuesto a esta.
Por otro lado, me llama la atención el nivel –con mesura- de desnudos que aparecen en la película, no por nada, si no porque se trata de una producción italiana de 1968, y no debían ser muy oportunos en la época aquellos desnudos, al igual que la lascivia que se gasta algunas de las protagonistas femeninas.
También es curioso el uso de los animales. Se supone que están en África, pero Gungala tiene como compañeros, monos, panteras y tigres, pero también exóticos loros, papagayos y flamencos, propios de climas más caribeños que el africano…
Y el trato que en la película se da a los negros que hacen las veces de porteadores, es absolutamente racista. En una escena en la que una tribu comienza a lanzar flechas, los expedicionarios se esconden dejando a sus porteadores al descubierto, muriendo casi todos. Cuando ya están fuera de peligro, uno de los expedicionarios dice algo así como “Menos mal que los negros estaban delante, de lo contrario podíamos haber muerto alguno de nosotros”.
En definitiva, se trata de una peli que por todas estas cosas pasa a formar parte de la extensa categoría de “Malas que son buenas”, y que además cumple a la perfección con su cometido, porque si pasamos por alto estas minucias que he enumerado, resulta que estamos ante una película la mar de entretenida que se deja ver por si sola, si me apuran, se deja ver incluso mucho mejor que aquellas de Tarzán de Johnny Weissmuller, técnicamente muy superiores a la del Italiano.
Como Gungala, Kitty Swan, con cuya ingenuidad, belleza, inocencia y rugiditos, amén de su cuerpecito, hace que se active la libido del espectador masculino (y/o lesbiano) de 2012, casi cincuenta años después de su rodaje. O al menos a mí me pasó.