Remontémonos a los años 50. Un canal de televisión encarga a
Welles un mediometraje sobre el personaje creado por Miguel de Cervantes. El
canal, con la cinta a medio rodar, decide que ese material es una mierda y
aborta el proyecto, pero Orson Welles, sobrevalorado director clásico y
excelente actor en filmes europeos de
serie B, obsesionado con España y su cultura popular, decide seguir con el
proyecto, pese a que ningún estudio quiere respaldarlo y tiene que
autofinanciarse él mismo.
Y aunque influyentes amigos como Frank Sinatra aportan
cantidades para su financiación, Orson, como bien le contaba a Ed Wood en la
fábula homónima de Tim Burton, cada dos por tres se quedaba sin un duro, con lo
que paraba el rodaje.
La película, además, era del todo rara e inconexa… no había
guión, los actores improvisaban y trasladaba a los protagonistas a la época
contemporánea (es decir, los 50), por lo que la cosa parecía ser un alocado
“spoof” en el que vemos al Quijote yendo al cine o atacando a una joven que va
montada en una vespa.
Pasan los años, y
pese a que los actores van envejeciendo, Welles rueda los fines de semana
material para su proyecto, sumando horas y horas de metraje, y acumulando
película de 16 mm., 35 mm., gastando ingentes cantidades de dinero, para una
obra que casi seguro jamás verá la luz. La obra de un loco.
En plenos ochenta, Welles no ha terminado la película y el
material acumulado es un caos, y poco más que una porquería – a juzgar por el
reciente visionado- que antes de fallecer queda en manos de la mujer de Welles.
Una vez muerto Orson Welles, entra en escena Jess Franco y
hace con el material de este lo mismo que ha hecho Antonio Mayans con el
material que Franco dejó filmado antes
de morir para “Revenge of the Alligator Ladies”: completarlo y estrenarlo.
Para ello, y con la ayuda de un productor, Franco compra el
material que está en poder de la señora Welles. Como ahora le pertenece, decide
montar el largometraje, obviando absolutamente
los anteriores montajes de Welles, lo que se traduce en mayor
incoherencia y un uso de los filtros y las transiciones de video absolutamente
demencial (y muy Franquiano), a la que añade imágenes clásicas del propio
Welles, en sus estancias (misteriosas, raras y desperadas) en nuestro país.
Aprovechando que la prensa en este país la dominan una panda
de ignorantes indocumentados, que existen porque de todo tiene que haber en
este mundo, y sabiendo del amigo Franco, únicamente, que trabajó con Welles
como segunda unidad en “Campanadas a medianoche”, se crean unas expectativas
que no se cumplen y durante su estreno en el festival de Cannes la película
sufre abucheos y silbidos, puesto que el académico público del festival no
está acostumbrado a las extravagancias de Franco.
Bien, vista la película, he de decir que, efectivamente, he
flipado con las transiciones de vídeo noventeras, los insertos y demás
parafernalia, y el enloquecido y torpe montaje de Jess Franco (según los
créditos, ejecutado por Lina Romay…), pero también, hay que decir que todo el
material filmado por Orson Welles es una mierda.
El tío Jess se limita a montar con cierto orden y dotándolo
todo de un ritmo frenético que, para nada, es propio de su cine, un montón de
planos que junto a un doblaje no muy acertado en la sincronía y una voz en off
que nos va explicando lo que no está rodado y no podemos ver, van construyendo
una historia lo más parecida a la del Quijote que se pueda montar, teniendo en
cuenta los anacronismos y el montón de filtros y gilipolladas que mete Franco,
creo intuir, que porque a la vez que monta, experimenta con el programa de edición.
Ergo, Jesús Franco, de manera siempre sui generis, lo que
hace es coger una cinta muy añeja y dotarla de cierta modernidad. El resultado
es una ful, pero porque lo que rodó Orson Welles también lo es, no por el
montaje de Franco, que no es para nada ortodoxo, pero sí muy eficaz. Y desde
luego, dejando en el revoltijo impronta de “auteur”, porque a pesar de las
velocidades, efectivamente, se nota que tras ello está Jess Frank.
Bueno, una curiosidad y una buena muestra de la cara dura
del tío Jess, que se lo debió pasar pipa montando aquello.
No pasa nada por echarle una ojeadilla.