Y teniendo siempre presente que estas películas de Paul
Naschy, aunque pintonas, son lo que son, si es cierto que trabajando con paupérrimos
presupuestos, los resultados suelen ser nefastos notoriamente; no tengamos en
cuenta, que directores como Aured, podían ser nefastos, también, rodando con
grandes presupuestos, pero eso sería otra cuestión.
A lo que voy es que, sin ningún tipo de duda, esta “El
enigma del Yate”, siendo como es, un coñazo de órdago cutre y chabacano, creo
que el guión es bastante digno –obra de Luis Murillo, novelista y guionista
habitual de Sebastián D´Arbó- y que si se le hubiera echado un poco de dinero a
la producción, podría haber quedado una película más que digna. Pero esto,
debió costar poco más que 300 pesetas del año 83.
Dos matrimonios de clase social alta, deciden alquilar un
yate durante sus vacaciones, con el fin de desestresar a una de las mujeres,
que no quiere practicar sexo con su pareja, debido a un trauma de la infancia.
Poco antes de zarpar, esta mujer se queda sola en el Yate
con la mala suerte de que un individuo entra en él con la intención de violarla,
pero muere a causa de un par de tiros que le da esta mujer con su revolver.
Cuando llegan su marido y el matrimonio amigo, comprueban que, en realidad,
dónde ella dice que hay un cadáver, no hay nada, por lo que la -acusada-
posible enfermedad mental de la protagonista, resulta un punto a favor en la
trama, en la que veremos morir a nuestros protagonistas (ya, ya se que son solo
cuatro…) y nunca intuimos quien puede ser el asesino, o si es todo producto de
la imaginación de nuestra protagonista. El desenlace es del todo edificante e
inesperado para el espectador, a la par de bien resuelto.
Pues está muy bien el argumento, pero como ya les digo, en
esta ocasión, la falta de presupuesto si que ha mermado el resultado final.
El principal problema de la película, es que quiere
mostrarnos un ambiente de lujo y exceso, matrimonios adinerados que toman
marisco y alquilan yates, pero como el dinero de la producción es muy poco, no
hay manera de disimular la pobreza, por lo que los lugares en los que cenan, y
el yate en cuestión (diminuto en un plano general, pero con tres camarotes,
cocina y cuarto de baño en el interior… a lo mejor es que nuestros
protagonistas tienen la virtud de menguar cuando acceden al interior del Yate y
Aured olvidó contárnoslo…) son una chapuza chabacana, que el espectador es
incapaz de asociar con la riqueza que el guión pretende describir.
Los tempos muertos de la película son criminales, así como
las actuaciones, ya que, seamos serios, la protagonista, Silvia Tortosa (“Play
Boy en paro”, “La Hoz y el Martínez”) estaba muy, muy buena, pero su talento
como actriz era un tanto limitado. Claro que con el resto del reparto, te cagas
también.
Sin embargo, todas estas carencias quedan suplidas por una
trama interesante y bien resuelta, lo que no deja de ser meritorio porque con
los pocos escenarios con los que se contaba, y el número tan pequeño de
actores, la verdad es que la película se puede ver tranquilamente, a pesar de
la chabacanería y el cutrerío. Fíjense, incluso me atrevo a decir, que yates que no se mueven porque están sobre una plataforma aparte, yo diría que
estamos ante una de las mejores películas de Carlos Aured. Lo cual, tampoco es
decir mucho.
Rodada justo cuando murió el cine “S”, es la vuelta al género por parte de su
director, que se finiquitaría un par de años después con aquella simpática
ponzoña titulada “Atrapados en el miedo”, que según las bases de datos sería su
ultima película, sin tener presente que un buen número de planos de “Empusa”,
los rodó él solito.
Junto a la Tortosa en el reparto tenemos a José María Blanco
(“Hola… Señor Dios”) José Campos ( “Visanteta, estate quieta”) y la espantosa
actriz Montserrat Torras, de exótico aspecto, pero capacidades actorales tan
escasas, como escuetos los títulos de su filmografía.