La anécdota personal (si no, no sería yo y este blog no sería este blog) es que recuerdo perfectamente haber visto en su día la última imagen, la del algodón de azúcar flotante, en la vitrina de un cine siendo chaval e imaginarme toda suerte de cosas extrañas. Lo que no sé es qué cine era aquel, ni qué cosas extrañas son las que cruzaron mi mente calenturienta, pero eso, aquí y ahora, importa un comino.
Nótese aquí arriba la presencia de una jovenzuela y
monísima Meg Ryan pre-horribles operaciones de estética.