Y ahora esa obsesión se
acrecenta con el descubrimiento de las tiras cómicas de su creador, Segar, y de Bobby London, quién magistralmente
continuó con el trabajo de Segar en los ochenta, modernizando a los personajes
y utilizándoles como portavoces de sus protestas hacia unos editores que eran
más tontos que la madre que los parió, y cuya estrechez de miras contribuyó al
despido de uno de los más grandes dibujantes de Popeye, y cargarse así una
obra maestra del cómic contemporáneo y
quedarse tan panchos. Pero eso es otra cuestión mucho más larga de la que
quizás les hable en otro momento. Pero si gustan, “Kraken” está editando esas
maravillas en España ahora mismo. Del autor que más dibujó a Popeye, Bob
Sagendorf, poco he visto, y lo poco que he visto tampoco era muy
sugestivo, como tampoco lo es lo de su
actual dibujante en prensa, Hy Eisman. Me gustan, sí, pero lo de Segar y London
es que me vuelve loco.
Al margen de esto, que yo soy consumidor de Popeye hasta
límites insospechados, me resistía a volver a ver la famosa película de RobertAltman. Es unánime, todos la vimos de pequeños esperando una cosa, y recibimos
otra, en el recuerdo, bastante aburrida. Así que en plena fiebre “Popeyera”,
considero que es un buen momento para recuperarla y ver como afecta el
visionado a mi mediana edad, y sin volver a
haberla visto desde que era un infante. “Popeye” es una cosa muy rara,
muy bizarra, y he llegado a la siguiente conclusión; o bien mi amor hacia el
personaje me ha hecho perder toda objetividad, o bien “Popeye” es una película
muy buena pero muy poco indicada para el
público infantil.
Como fuere, “Popeye” cuenta la historia de un marinero rudo
y tuerto, que en busca de su padre perdido, llega a un lugar llamado Puerto
Dulce, y se amoldará a esa fauna a las mil maravillas. Conocerá a Rosario
(Olivia) de a cual se enamorará, a Pilón que come hamburguesas, a Perendengue
que las cocina, y a Brutus, el pretendiente de Rosario, al cual se la
levantará y se convertirá en su acérrimo enemigo. Hasta adoptará a un bebé que
habla al que llama Cocoliso; y por supuesto, encuentra a su padre. Es así de
sencillo. No hay más, eso es lo que cuenta.
Lo que pasa, es que la película, y por eso no me gustó de
niño, es una extravagancia de tomo y lomo; sin embargo, es lo más fiel que hay
a las primeras tiras de Segar a las que antes hacía referencia, ya que en ellas
se basa, a pesar de que cuando se rodó, el concepto de Segar y sus años 30,
estaba ya bastante desfasado. El Popeye al que estaba acostumbrado todo el
mundo, posiblemente fuera en de los dibujos animados de los años 50 y 60, o
bien, el de los 80 de la factoría Hanna Barbera. Entonces, si buscamos ese
Popeye, está claro que no lo vamos a encontrar en esta película. Es más, la
película es rara hasta si la comparamos con las tiras de Segar. Pero eso no es
malo en absoluto.
En definitiva, que me ha gustado, y mucho.
La película está considerada uno de los grandes fracasos de
Hollywood, pero este fracaso es relativo. Relativísimo, porque la película tuvo
un coste de 20 millónes de dólares de la época, y recaudó en taquilla cerca de
sesenta. Pero para las expectativas de los directivos de Paramount eran de
sobrepasar los 100, por lo tanto, al no alcanzar esas cifras, relegaron la
película al ostracismo. Nuestro país era un fiel reflejo de la medianía de
taquilla, y siendo una película distribuida por Disney, que tenía los derechos
de explotación para Europa, 426.000 espectadores no están mal, pero no son nada del otro mundo.
Todo esto viene dado por la falta de cabeza y el exceso de
coca de “El chico que conquistó Hollywood”, Robert Evans. La adaptación al cine
del musical “Annie” era un proyecto acariciado por los grandes estudios. En
concreto, los derechos del mismo se los disputaban Universal y Paramount, para
los que trabajaba Evans. Tras una ardua lucha para conseguirlos, se ve que el
mejor postor fue Universal, quienes se quedaron con los derechos y produjeron
uno de los musicales más célebres de los 80.
Evans, caprichoso y testarudo como pocos, que quería
quedarse sin si musical de moda con el que hacerle la competencia a “Annie”, y
sabiendo que Paramount tenia un buen número de personajes de cómic y de ficción
en su poder, congregó una reunión con los ejecutivos para ver con cual de todos
esos personajes podían realizar una superproducción. En cuanto alguien dijo
Popeye, Evans ya no se lo pensó más. Se puso manos a la obra con la producción
de esa cinta. Los derechos del personaje pertenecían a la King Factures
Sindicate a efectos televisivos, radiofónicos y editoriales, pero, Paramount
conservaba los derechos de explotación del personaje para cines y teatros, con
lo que era totalmente lícito hacer una película con el personaje, que no solo
se valdría de su fama para triunfar, sino que además, serviría para darle un
empujón de audiencia a la serie que sobre el personaje estaba en aquellos
momentos en televisión “La hora de Popeye”, los míticos dibujos animados de
Hanna-Barbera, con los que nos criamos todos los cuarentones. Así pues, el tema
del papeleo fue sobre ruedas.
Robert Evans, no era muy listo, pero no muy inteligente, y
contratando al historietista Jules Feiffer para que escribiera el guion, pensó
en películas exitosas del estudio, y se acordó de “Cowboy de medianoche”, por
lo que quería a su director, John Schlesinger, y a la estrella de la película,
Dustin Hofman (¿) como director y protagonista, respectivamente, se su
adaptación de Popeye.
Feiffer, conocedor de los cómic, lógicamente, escribió un
libreto que adaptaba fielmente el universo creado por Segar, al mismo tiempo
que introducía elementos propios de los cortometrajes para cine de la factoría
Fleischer. Así, tenemos en la película personajes primigenios de “Thimber
Teather” –que es como se llamaba la tira de Popeye en su momento- como puedan
ser Castor Oyl, hermano de Olivia, o su primer novio, Ham Gravy, o detallitos
como el hecho de que a Popeye no le gusten las espinacas, y tenemos una fuerte
presencia de Brutus, como en los dibujos animados de Fleischer, mientras que en
la tira cómica este aparecía tan solo de pasada.
Aunque Schlesinger no era el director adecuado, finalmente
se contrató a uno que tampoco lo era demasiado, por su condición autoral;
Robert Altman. Robert Evans estaba hasta
los cojones que Altman llevara varios fracasos de taquilla seguidos desde que
rodó “Nashville”. Y estando de farra una
noche, se lo encontró en un bar, alicaído, borracho, enfarlopado. Evans ante
tan patética imagen, tuvo una idea; para que Altman volviera a estar en primera
linea, debería dirigir un éxito comercial, y como “Popeye” estaba concebida
para que fuera eso mismo, contrató a Altman para dirigir la película. Es entonces
cuando entran en casting Robin Williams como Popeye, Shelley Duvall como
Rosario (Olivia) y Paul Smith –el clon de Bud Spencer- com Brutus. Y sin duda,
es el mejor casting que puede tener una película. A mí no se me ocurre ninguno
mejor que ese.
Disney que entró en proyecto porque estaba en su momento de
mayor decadencia y quería hacer películas de imagen real que enganchara a un
público más o menos adulto, puso toda la carne sobre el asador.
Previo al inicio del rodaje, se construyó en Malta un enorme
plató que representaría el pueblo donde transcurrían las tiras de “Thimble
Theater”, Puerto Dulce. Un plató que, un tanto abandonado, aún permanece en el
lugar dónde se construyó, y que supone una de las atracciones turísticas de la
zona
Una vez iniciado el rodaje todo eran problemas, sobretodo
entre productor y director. Evans se presentaba en el rodaje y no hacía más que
increpar a Altman, que llevaba cinco fracasos a sus espaldas, que si no
convertía esta película en un éxito, estaba acabado. Y Rober Altman pedía que
se le dejara hacer su trabajo y que no tocara los cojones.
Es muy probable que el tono Bizarro y enrarecido de la
película, más que una cuestión estilística, sea debido a los excesos
lisérgicos, ya que la cocaína circuló
por ese rodaje como en pocos. Altman y Evans la consumían con avidez, lo que
originó que en uno de sus constantes enfrentamientos, acabaran a puñetazos, a
hostia limpia, mientras que Robin Williams y Shelley Duvall, estaban más
centrados en esnifar entre toma y toma que en interpretar sus, por otro lado,
ensayadísimos papeles. Paul Smith, que no tenía los mismo hábitos que las
estrellitas, no consumía ningún tipo de drogas, motivo este por el que fue
ninguneado. Evans llegó a decirle que si llega a saber lo soso que era, hubiera
contratado a ese actor Italiano al que
suplantaba –refiriendose a Bud Spencer- pero que por el caché de aquél, tendría
tres Paul Smiths haciendo nada.
Por otro lado, Altman no se hacia con la dirección, estaba
tan drogado que cuando había muchos actores en plano, no sabía bien lo que
hacer. Los técnicos también le daban a la cocaína cosa mala, y todo era un
pifostio de tres pares de cojones. Por eso es una película tan extraña.
Cundo se estrenó, aunque dobló su presupuesto, no fue
suficiente para Evans, con lo que declaró a la película y a su director, non
gratos.
La película tampoco recibió críticas halagueñas, y en
general, se prodigó como uno de los grandes fracasos de la historia del cine.
Vista ahora, yo creo que ni tanto ni tan calvo. La verdad es que está muy bien,
y todo ese halo de rareza, yo creo que la convierte en una película única, más
cercana a cierto cine de autor Europeo ( “Sweet Movie” tiene algunas
similitudes estéticas) que al cine comercial americano, y sin embargo, su
estética le viene muy bien al universo Popeye.
Robert Altman, por otro lado, recuperaría el prestigio
perdido poco a poco, y con los años.
También, y como todos esos films que Hollywood se empeña en
marginar y etiquetar de fracaso –Ya sea “Isthar”, ya sea “Howard, un nuevohéroe”, ya sea “Cuatro Fantásticos” (esta hundida en el fango más por parte de
los fans)- se trata de una película injustamente olvidada. Y lo que son las
cosas, teniendo en mi psique durante años y años la percepción de que “Popeye”
era una basura infecta, hay que ver cuanto me ha gustado verla la otra noche.
Mucho, de hecho.