Cuando una panda de inútiles tras las cámaras, jovenzuelos
aficionados al cine de terror se ponen a invertir todos sus ahorros en hacer
películas de su género favorito, todo se ve emponzoñado precisamente por la
amalgama de conceptos, el mucho querer abarcar del fan que aunque tenga bien
estudiado el cine de terror, aunque tenga unas nociones de dirección solventes,
acaba queriendo recrear en su película todo aquello que le gusta convirtiendo
todo su material en poco menos que una puta mierda. Máxime, cuando por una
cuestión de inseguridad incluye en su película las consabidas dosis de humor para acabar justificando su inutilidad diciendo que es que su película
en realidad es una comedia. Desesperanzador del todo.
Y si dentro de estas nuevas generaciones de realizadores del
terror barato podemos tener cosas medio decentes dentro de esta vertiente
homenajistica como pueda ser “All Through The House”, la mayoría de estas
nuevas películas deambulan entre la pantomima burda y la ensalada de conceptos
mal entendidos.
“The Editor” homenajea, sin orden ni concierto, el “Giallo” italiano con su fotografía colorista y su banda sonora y el cine de terror
setentero —de estudio— con sus títulos
de crédito y su estética recargada. Y todo mal, porque ni recrea bien el
“Giallo”, ni el cine de terror setentero. Es más, ambientada en los
setenta, con esos actores ataviados con
sus pelucones, sus patillas y sus bigotazos, exagerados hasta la extenuación
yo diría que involuntariamente, sin afán de hacer comedia con el maquillaje y
el vestuario, resultan cargantes y absurdos. Además de tener la película una
cadencia ágil y una edición muy de ahora que casa muy poco con el tipo de cine
que intenta recrear. Todo esto no serían más que minucias con las que el espectador talludito
y maniático (servidores) podría convivir de no ser porque, aparte de todo
esto, “The Editor” es un coñazo de tres pares de pelotas. Apaga y vámonos.
Por otro lado decir que, seguramente de una forma casual,
esto es una puesta al día gamberra y cafre de la atmosférica “Berberian Sound
Studio” de Peter Strickland.
Tenemos a un montador de “Giallos” que debido a un colapso
nervioso pierde los dedos de una de sus manos. Justo en el momento en el que
está trabajando en una película de terror de Serie Z, alguien comienza a
asesinar a los miembros del equipo cortando, además, los dedos de una mano a
sus víctimas, justo los mismos que le faltan al montador por lo que la policía
comienza a sospechar de él. De mientras, el delirio y la sin razón hacen acto
de presencia en la vida de este currela del séptimo arte.
Tras este pastiche se encuentran los Canadienses Adam Brooks
y Matthew Kennedy, guisándoselo y comiéndoselo ellos solitos (escriben, dirigen
y hasta protagonizan), formando un colectivo llamado “Astron 6” bajo el que
perpetran una serie de películas con ese tufo postmodernista que tanto me
cabrea y que funciona a nivel local entre el fandom más desprejuiciado, aquel
que consume cine de terror sin ningún filtro, que les ríen las gracias a estos
realizadores mediocres, con muy poco que decir, a parte de demostrar una y
otra vez lo muchísimo que les gusta el cine de terror. Sinceramente, el terror
barato, casi mejor si no lo hacen fans.
En la galería de clichés, decir que la protagonista femenina
es Paz de la Huerta, mala actriz hasta la exasperación, recauchutada y fea (eso
si, con un buen culo) que se está convirtiendo poco a poco en musa de este tipo
de productos. Vista también en “Nurse 3D”.
Más clichés; Udo Kier, como en todo
buen producto de tercera, tiene su cameo, así como estos aprendices de Rob Zombie cuentan con piezas exclusivas de Claudio Simonetti en la banda sonora y
un cartel diseñado por Graham Humphreys— suyo es uno de los más llamarivos carteles de “Posesión Infernal”, entre otros muchos— para
hacerse respetar entre la caterva de aficionados que les dorarán la píldora.
Un coñazo.