Dentro de la industria Peruana, que emerge cual Ave Fenix al
igual que todas las cinematografías latino-americanas que facturan películas
como churros gracias a los avances de la tecnología digital, y lejos de las
muestras más underground provenientes de zonas de la serranía peruana, surge,
muy hija de su tiempo, una película que ha causado cierto impacto y polémica en
el mundo de las redes sociales. Rodada con un teléfono móvil —un buen teléfono
móvil— y poco más de 4000 euros de presupuesto, sale a la palestra esta “Sin
vagina, me marginan”.
Se trata de la propuesta de Wesley Verástegui, economista de
profesión, fan de Pedro Almodóvar, que siendo guionista desde bien joven y
habiendo tonteado con la escritura durante muchos años, decide liarse la manta
a la cabeza y financiarse esta película. Nada nuevo lo de los bajos
presupuestos —o presupuestos
inexistentes— en esto del cine peruano. Y nos ofrece una comedia de temática
LGBT, en la que mirando muy de cerca aquellos títulos transgresores de los
primeros ochenta de Almodóvar y cierto toquecito escatológico a lo John Waters,
y con la precariedad técnica a la que nos tienen acostumbrados las
cinematografías emergentes, que nos cuenta, en algo parecido a una road movie,
la historia de Barbie y Microbio, dos transexuales y prostitutas de profesión,
que tendrán que ingeniárselas para conseguir los 30000 dólares que la primera
necesita para hacerse un cambio de sexo. Y como no se les ocurre otra cosa,
acaban secuestrando a la hija de un ministro, lo que hará que se les complique
la cosa.
La gracia del asunto es que tras conseguir la película en
redes sociales un índice de viralidad notablemente alto, una distribuidora se
puso en contacto con Wesley con la firme intención de dirstribuir la película
para su estreno en salas. Sin embargo, y como diría Steve Martin en “Hombre
muerto no paga”, Perú es un país en el que escriben problemas con v y si les
corriges, te matan. ¿Qué quiero decir con esto? Que la distribuidora se echó
finalmente para atrás y la película acabó por no estrenarse, debido a las
constantes quejas de las asociaciones de padres que consideraban que el título
era pernicioso para sus hijos menores.
El caso es que en las redes está recibiendo la repercusión
que merece, porque, hacer en Perú, un país con muy poquitos años de cine a sus
espaldas, un país dónde existe una mitología que gira en torno a Jarjacha, el
demonio del incesto, que castiga a padres y hermanos que mantienen relaciones
con sus hijas o hermanas, una película
donde los protagonistas son dos transexuales alocadas que no paran de decir
tacos durante toda la película, dónde lo más flojito que dicen es “hija de la
gran puta” y donde se hace un reivindicación sin complejos, no solo de la
transexualidad, sino de todo el colectivo gay, es una osadía que hay que tener
en cuenta. Aunque en su discurso se sirva de los más despreciables tópicos que
provienen, en cualquier caso, de la novedad que supone a todas luces el
realizar cine allí.
Entonces, de factura amateur —la edición es la cosa más
tosca que he visto desde las películas serranas— con una duración de poco menos
de una hora, resulta que la cinta es divertida, disfrutable y políticamente
incorrecta a rabiar, amén de mostrarnos la ciudad tal cual es, con el
predominio de los colores azules en los edificios y los desconchones de las
paredes que nadie se ha preocupado ni se va a preocupar de restaurar.
Una manera de demostrar que no hace falta ser un genio
(Wesley Verastégui no lo es ni de coña) para hacer una película pobre sin
apenas dinero para realizarla. Pero es que con la tontería, me doy cuenta que
el cine pobre tiene alma, tiene entidad propia, y tiene las armas suficientes
como para que nos detengamos ante él más allá de la mera anécdota.
Con todas sus coherentes (y necesarias) carencias,
verdaderamente, recomiendo “Sin vagina, me marginan” cuyo canchondeo empieza
desde el título mismo, que a su vez ha sido su cruz y su San Benito.