Soy de los que piensa que en momento actual la comedia USA,
capitaneada por aquellos otrora chicos Apatow, está en plena forma, No le pongo
ni un punto ni una coma. Sin embargo me basta con visionar una comedia del
montón de los años 80 para darme cuenta, que aún siendo estupendas las
actuales, comparadas con todas aquellas películas no son más que puta mierda.
Sirva como ejemplo una película pequeña, del montón, que fracasó en taquilla
como esta “Bad Medicine”, traducida al castellano para su estreno en cines como
“Los matasanos”y que servía para cambiar a Steve Guttemberg de ambiente —que no
de registro— tras el mastodontico éxito de los dos primeros títulos de “Loca
academia de policía”. Mientras que la comedia actual, por alocada que sea,
trata por todos los medios de funcionar en un entorno creíble, las de los 80
pecan de todo lo contrario; son surrealistas y absurdas, y abundan las
situaciones en las que es imposible creerse algo. Y ahí radica su virtud y,
vive dios, que no está entrando en escena en ningún momento la nostalgia. En el
caso de la que nos ocupa, desde el primer fotograma ya es graciosa.
Un estudiante de medicina al que sus padres han programado
la vida para que sea médico desde el día en el que nació, no es capaz de
ingresar en ninguna universidad de medicina debido a sus malas calificaciones,
así que, contra su voluntad, su padre consigue que ingrese en la universidad de
Madera en Latino América. Una vez allí,
no solo los estudiantes extranjeros son tratados de forma dura, sino que son enviados
a un pueblo donde no hay hospitales con el fin de que hagan prácticas de la
manera más precaria posible; como el
decano no se quiere gastar ni un duro en estas prácticas, los envía sin
medicinas, motivo por el cual los estudiantes diagnostican enfermedades que no
pueden tratar sin mediciamentos. A su vuelta a la facultad, una de las
estudiantes, sensibilizada, decide liar a nuestro protagonista para robar
medicamentos y volver al pueblo a tratar las enfermedades de los lugareños,
motivo por el cual el decano les declarará una guerra abierta.
Realmente entretenida y divertida, con un ritmo y un vaivén
de gags que propician que vista a día de hoy, aunque anticuada en el estilo,
posee un carisma a prueba de balas y concluimos el visionado con una sonrisa de
oreja a oreja y con dos o tres gags que perdurarán en la memoria. Amén de un
reparto simpático y eficaz de la comedia de la época que no sobrevivió con
honores a la misma; Además de Gutemberg tenemos a un descacharrante Alan Arkin,
un Curtis Armstrong recién salido de “La revancha de los novatos”, una
estupenda Julie Hagerty que despuntaba tras sus apariciones en “¡Aterriza como
puedas!”, un principiante Gilbert Gottfried que no terminaría de despuntar en
el cine y, haciendo de latino, el recientemente fallecido Taylor Negron con un
rol secundario al que nos acostumbraría (y se acostumbraría) durante toda su
carrera.
El film, inspirado en una novela de corte autobiográfico
escrito por el Dr. Steven Horowitz y titulada “Calling Dr. Horowitz”, tuvo
problemas de producción de todo tipo y no llegó a estar terminada el día en el
que se supone que debía estrenarse, por lo que se estrenó meses más tarde
suponiendo un pequeño fiasco financiero. Todo apunta, no obstante, a que
tampoco hubiera funcionado de haber llegado a las salas a tiempo, y si así
hubiera sido, tampoco se hubiera librado de la controversia que generó el
tratamiento que en la película reciben los personajes latinos, apareciendo
todos de la forma más estereotipada posible, siendo retratados como poco menos
que salvajes y haciendo alarde de un racismo que si en los 80 fue criticado,
hoy directamente hubiera sido condenado. Pues ¡qué paradoja! lo más gracioso de
la película es precisamente ese racismo
estereotipador del que hace gala.
Curiosamente, y por abaratar costes, la película, que
transcurre literalmente “en algún lugar de centro américa”, presumiblemente
México, fue rodada nada menos que en
Murcia, en la localidad de Lorca donde, adecentando algunas calles con atrezzo
para hacer parecer a Lorca un pobretón poblacho mexicano, no se preocupan en
disimular otros aspectos meramente españoles como puedan ser las míticas
cabinas telefónicas de de Telefónica,
los luminosos de las farmacias o los taxis españoles. Porque los productores
debieron pensar: “México, España… La misma mierda, nadie se dará cuenta”. De
hecho nadie se da cuenta, ni de la película misma que muy pocos la recuerdan
ya. Y eso que, aunque en su estreno en salas españolas pasó inadvertido por
mucho Murcia que apareciera en pantalla, sin embargo, era una cinta habitual de
la CBS Fox que distribuía su material en los videoclubes de todo el país.
Muy graciosa.
Dirige, entre los cuatro o cinco productos televisivos con
los que se ganó la vida, Harvey Miller, cuya otra película para cines, además
de esta, fue “Un asesino muy ético”, que está más ninguneada incluso que esta.