Con el mega-éxito de “Vicios Pequeños” era cuestión de
tiempo que se intentara repetir este con una secuela y, compartiendo el mismo
equipo actoral y técnico de “Vicios Pequeños”, muy mal se tenía que dar para
que no terminara la cosa igual de bien. Pero esta “La jaula de las locas”
comete el error de sacar a los protagonistas de su zona de confort, por lo que
meterlos en una trama casi de espionaje, no termina de funcionar. Eso, sumado a
la controversia que en su momento generó el hecho de que Albin apareciera en un
momento de la película con la cara pintada de negro al estilo “coon”, y
considerarse una secuencia racista, acabaron de hundir la película en el
fracaso.
En España ambas películas de “La cage aux folles” son
populares sin llegar a ser megataquillazos, pero, mientras que “Vicios
pequeños” logró llevar a los cines a más de medio millón de espectadores, “La
jaula de las locas” no consiguió llevar ni la mitad.
Sin embargo, es una cinta absolutamente concebida para lucimiento de las cualidades actorales
de Michel Serrault que se encuentra como pez en el agua pasando de travestí
afeminado a varonil limpia cristales en un mismo plano, por lo que si te gusta
el actor, da gusto verle. Por otro lado, peor amparado resulta Ugo Tognazzi
cuyo personaje, que se colocaba por montera la primera película, aquí no está
muy lúcido.
Lo peor de la película es que es muy aburrida teniendo todas
las papeletas para no serlo. Y es que, aunque los diálogos continúan siendo
obra de Francis Bever y la dirección de Edouard Molinaro, la historia esta vez
la firma Jean Poiret, autor de la obra original que, quizás, no supo hacer una
buena historia para el cine. Y que estos personajes, Renato y Albin, no desprenden
ni la mitad de carisma ni gracia que en la primera parte.
Un
poco mala. Pero, aún así, pasados cinco años, se rodó una nueva secuela