sábado, 3 de julio de 2021

13 FANTASMAS

1999 fue un año fundamental para el cine de terror. Coincidieron en la temporada de estrenos dos películas tremendamente distintas. Por un lado, el semi-amateurismo de "El proyecto de la bruja de Blair", con sus traqueteos de cámara, la utilización del vídeo como formato y su apuesta por un miedo puro, duro, sin efectos especiales, ni hemoglobina, ni nada. Y por otro una gran producción de estudio, "La guarida", remake del clásico "The Haunting" con actores de primer orden, un montón de guita invertida en impresionantes decorados y unos efectos especiales elaborados, incluyendo CGI. Bien, ¿qué pasó? que la humildad del film independiente de la bruja arrasó, mientras que la aparatosa muestra de terror mainstream pinchó. El público se cagaba de miedo con la primera, pero se pitorreaba de la segunda. Una auténtica lección para los mandamases y ejecutivos de las grandes compañías que entenderían que el terror (y especialmente el miedo), si quería funcionar, tenía que ser sutil, simple y atmosférico. Que el exceso de efectos y grandilocuencia era algo que, por naturaleza, iba en contra de sus mecanismos. Pero la pregunta es ¿se aplicaron la lección? pues no. Ese mismo año, dos integrantes de las altas esferas del entretenimiento como Robert Zemeckis y Joel Silver, se sacan de la manga "Dark Castle Entertainment", una productora especializada en parir terror de lo más mainstream, con la excusa de poner al día (algunas de) las viejas películas de William Castle. Claro, unas mentes creativas tan alejadas del género, y acostumbradas a manejar guita y tirar de grandilocuentes escenas de acción y aventura, solo podía dar como resultado producciones de terror donde encontrábamos absolutamente todo lo que había fallado en "La guarida", con ideas visuales de esas tan recargadas e imposibles, y tan insistentes, que te sacaban de la película e imposibilitaban cualquier atisbo de crear atmósfera. Títulos como "House on Haunted Hill", "Barco Fantasma", "La casa de cera" o esta "13 Fantasmas".
El padre de una familia humilde, que vive con el trauma de haber perdido a la madre en un incendio, recibe de inesperada herencia una enorme y extravagante mansión construida a base de paredes de cristal y estrambóticos mecanismos de relojería. Acuden para retozar por ahí, desconociendo que al antiguo dueño del lugar le gustaba cazar fantasmas chungos. Muy malotes. Como los que hay encerrados en el sótano y que, no por casualidad, saldrán de sus celdas con ganas de llevárselo todo por delante, comenzando con un abogado -¡cómo no!- que sufre una muerte de lo más espectacular y truculenta y que, al final, se erige como el único momento realmente meritorio de "13 Fantasmas".
Vi la película original de William Castle hace muchos años y no la recuerdo. Pero me consta que el parecido con este remake es escaso. Solo en lo superficial. Destaca la coñeta de las gafas especiales para ver a los fantasmas. En la de Castle eran unas que el público también se ponía y, según el color elegido, las presencias pasaban de invisibles a visibles. En el caso que nos ocupa, únicamente se valen de ellas los personajes del film. Como gran producción que es, y teniendo claro a estas alturas que todo excesivo dispendio monetario en un caso así se vuelve contra la finalidad de la película, los diseños de las almas en pena son espectacularmente barrocos y, en algunos casos, un poco ridículos. Tampoco la mansión es moco de pavo.
Pero ninguna de esas excentricidades puede superar en capacidad de agotamiento a la interpretación de Matthew Lillard, cuya tendencia a la sobreactuación -algo a lo que ayuda esa cara tan "cartoon" que gasta- en "13 Fantasmas" estalla de manera totalmente descontrolada. Le siguen el siempre eficaz Tony Shalhoub, la más o menos sexy Shannon Elizabeth -que en aquella época se había convertido en la fantasía pajillera de adolescentes yankis gracias a su papel + topless en "American Pie"- y F. Murray Abraham añadiendo unas gotas de categoría... sin lograrlo del todo.
El resultado es una película que te deja físicamente agotado al terminar, especialmente gracias a muchas de las salidas estéticas que se impusieron entonces y que, por fortuna, duraron poco (flashes cegadores, micro-aceleraciones, montaje sincopado, etc, etc). No diré que no sirve para una tarde de máximo sopor. Sobre todo el arranque, que siempre suele estar muy bien en todo producto Hollywoodiense. Luego bostezas unas cuantas veces hasta que llegas al clímax, que te despierta a puñetazos, y se acaba.
Puro "fast food", etiqueta que, pal caso, encaja como un guante.