En un último intento por incentivar el cine folclórico en plenos 90 (esta es de 1993) y para que la ranciedad nos salga hasta por las orejas, se recupera para el cine a Rocío Jurado que regresaba tras un montón de años sin aparecer en una película, aunque en general, incluso en sus tiempos de bonanza, se había prodigado mas bien poco en el medio. Su intervención en esta “La Lola se va a los puertos” le valió un premio Yoga a la peor actriz.
Por supuesto, y pensado quizás que se jugaba sobre seguro, se devuelve al cine a la Jurado con un remake de la película del mismo título de 1947 dirigida por Juan de Orduña concebida al servicio de Juanita Reina, que a su vez estaba inspirada en la obra homónima escrita por los hermanos Machado. “La Lola se va a los puertos” es un clásico total y absoluto de nuestro folclore del que se han adaptado incluso zarzuelas.
Para esta revisión por todo lo alto se contó con los talentos de actores como Pepe Sancho o Paco Rabal, del mismo modo que se contó con la prestigiosa pluma de Joaquín Oristell para escribir parte del guion, y la dirección de Josefina Molina, reputada realizadora televisiva que a principios de los 90 estaba disfrutando de una carrera cinematográfica con títulos exitosos y alabados por la crítica como puedan ser “Esquilache” o “Lo más natural”.
Ambientando la acción en los años 20 —la obra original está ambientada en mil ochocientos y pico— y como excusa para insertar el mayor número de canciones posible, tenemos a la tal Lola que se gana la vida por los tablaos tocando flamenco con su guitarrista Heredia. Pronto un potente terrateniente, Don Diego, se encapricha de Lola y la contratará para que cante en la fiesta de compromiso de su hijo, en la finca de la que es dueño. Una vez allí, este potentado la propondrá quedarse allí a cantar en exclusiva para él y, si se tercia, echarle algún que otro polvo de vez en cuando. Como al guitarrista Heredia le ha salido un contrato de 6 meses para irse a tocar la guitarra él solo, la Lola acepta quedarse con el hacendado con la idea de sacarle hasta el tuétano, sin intención de sucumbir a sus deseos sexuales. La cosa se complica severamente cuando el hijo de Don Diego se enamora perdidamente de la Lola, esta le corresponde, y se arma el cristo cuando tanto a Don Diego como a la prometida del hijo de este les entra la pelusa y luchan cada uno por lo suyo.
Un auténtico folletín para público de otras épocas, tristón y decadente, que no se sostiene a pesar de que el elenco principal esté ahí echando todo el resto. Hasta a las señoras de 90 años les pareció tosca y anticuada.
Por supuesto la película supuso un fracaso de taquilla —el pasado éxito de Isabel Pantoja en el género con “Yo soy esa” no fue más que un espejismo— que no llegó a congregar más de 160.000 espectadores cuando las expectativas de público eran bastante altas. Y ahora sí, con este fracaso podemos decir que estamos ante la última película para lucimiento de una folclórica del sigo XX… a no ser que me deje alguna por ahí de después. El último clavo del cochambroso ataúd.
Desde luego, lo que me resulta del todo curioso es este resurgir del cine folclórico en plenos años 90, década en la que aunque aún existían las estrellas de la canción ligera, el éxito masivo de este género ya era residual. Pero que no se diga que no lo exprimieron hasta la última gota.
Como curiosidad, decir que leí una reseña norteamericana de “La Lola se va a los puertos” que resaltaba el cante jondo de la Jurado para la película, lamentaba que esta no hubiera cultivado más el flamenco en lugar de la canción ligera y que esta película permaneciera inédita en Estados Unidos puesto que le parecía esencial su visionado si se era un estudiante de flamenco o un aficionado yankee. Como El Pollito de California ¡Ea! Y quizás tenga razón y sea una buena película para el aficionado americano. Yo, como no soy aficionado, ni americano, tuve que limpiar la grasaza de mi pantalla de TV al terminar.