Se ha estrenado recientemente, con más pena que gloria, un biopic sobre Whitney Houston cuya frase promocional reza: “Del escritor de “Bohemian Rapsody”. Esa es su baza fuerte, su gancho: el guionista de uno de los biopics más exitosos de los últimos años porque por lo demás hay poco que promocionar. Y no me extraña, más teniendo en cuenta que la protagonista, la actriz que da vida a la Houston, Naomi Ackie, se le parece tanto como un huevo a una castaña.
Recientemente visionada esta “I Wanna Dance With Somebody” (título demasiado largo para no haber sido traducido, por cierto) en un cine para mí solo (debido posiblemente a que la vi en una matinal en nochebuena), no pude entrar de lleno en la película precisamente porque la Ackie no es la Houston. No me transmite nada. De hecho, me tiro toda la película pensando en lo mucho que se parece esta chica a Angela Bassett, porque a esta sí que se parece. Y así no hay forma de conectar con la historia.
¿La peli? Se deja ver, tampoco voy a decir que es un zurullo, pero se rige tanto por los clichés del biopic que casi acaba pareciendo una broma: Dos horas y media en las que se nos cuenta —fatalmente ambientada— el auge y caída de Whitney Houston, haciendo una parada ya sea recreando un vídeoclip, ya sea recreando una actuación, en cada uno de sus éxitos más reconocibles, sumando a eso la concepción en el estudio de sus canciones más emblemáticas, como en “Bohemian Rhapsody” o “Rocket Man” o “Streight Outta Compton”. Todo ello con un presupuesto medio que hace que la película no acabe funcionando del todo y pasando de puntillas por los pasajes más escabrosos —y bien conocidos— en torno a su brutal y destructiva adicción al crack. Todo eso se muestra de manera muy sutil, tanto, hace parecer que las adicciones de Whitney, que eran terminales, casi carezcan de importancia.
Sin embargo, es una película muy de nuestra época, muy hipócrita y complaciente con el “buenismo” imperante en nuestros días, y si bien no vemos una clara decadencia en los pasajes dedicados a su drogodependencia, tampoco vemos ni una sola escena en la que Bobby Brown la maltrate, cosa que es vox populi que también sucedía. Eso sí, la película insinúa, desde el minuto uno, la relación homosexual que la Houston mantenía con su asistente creativa, Robyn Crawford, sacando así a Whitney del armario cuando esta toda su puta vida había permanecido dentro. Ahora hay que visibilizarlo, claro. Como se degrada con el crack no, como Brown le curtía el lomo tampoco, pero su lesbianismo sí. De hecho aquí no hay sutileza, se nos muestra a capón, con toda normalidad… tampoco se jacta de ello, aunque la artista en vida ocultó ese detalle celosamente. Probablemente se fue con el secreto a la tumba, pero la película nos lo anuncia, decidiendo por alguien que ya no puede decidir. Solo por colgarse algún tipo de medallita. El concepto “woke”, ya saben.
Como fuere, la película tiene un serio problema de ritmo y va desgranando la vida de la Houston a toda leche, sin centrarse en profundidad en ningún aspecto y haciendo que dos horas y media de metraje se queden cortas. Como si faltaran mogollón de momentos en esta biografía. Pero, sin más, como ya he dicho se deja ver.
Obviamente no es el primer material autobiográfico sobre la vida de Whitney que llega a las pantallas, tenemos por un lado el sensacional documental de Netflix titulado “Whitney” y el biopic telefílmico para Lifetime, dirigido por la anteriormente citada Angela Bassett, titulado exactamente igual: “Whitney”.
Lo curioso del asunto es que, siendo esta la versión mainstream de la vida de Whitney Houston, resulta infinitamente mejor el telefilme al que acabo de hacer referencia, verdaderamente entretenido e interesante, y que, igual de blanco que la película recién estrenada, al menos tiene más chicha. “I Wanna Dance With Somebody” no es una superproducción, y en la línea de otros biopics recientes como el de Aretha Franklyn, “Respect”, apenas llega a los 50 millones de presupuesto. Bien, pues el telefilme de Lifetime, que no habrá ni sobrepasado los 10 millones, hace a esta película parecer barata. Si han de ver solo uno de estos biopics, vean el de la Bassett.
Por lo demás, “I Wanna Dance With Somebody” no tiene lo que vulgarmente se llama un reparto de campañillas, pero la presencia de Stanley Tucci interpretando al productor musical Clive Davis, le da algo de empaque al conjunto, porque Tucci está de cojones.
Dirige la orquesta Kasi Lemmons, directora negra y actriz que con un par de películas menores en su currículum, se hace fuerte con series televisivas donde dirige capítulos de “Luke Cage” o “Women of the movement”, hasta llegar al título que nos ocupa del que, en adelante, no se va a hablar demasiado. Qué lástima que un personaje tan potente como Houston no tenga un biopic al menos tan grande como sus éxitos.