viernes, 26 de julio de 2019

GAY CLUB

Las trabajadoras de un burdel de pueblo, sito en algún lugar de Andalucía, aprovechando el cierre de este deciden hacer frente al traspaso del local con el fin de convertirlo, junto a sus amigos homosexuales, en una sala de espectáculos orientado al público gay, imitando un poco las corrientes imperantes en ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona. Como era de esperar, todo son impedimentos para estas personas, ya sea por parte de los bancos a la hora de pedir un crédito, como por parte de las fuerzas vivas de la ciudad que pretenden que el garito no se abra por inmoral e intentando colgar al lugar el San Benito del escándalo público. Naturalmente, aunque estos impedimentos frenan la posibilidad de apertura del local, finalmente salen airosos.
Película absolutamente ignota y desconocida que, sin embargo, lleva lustros siendo de culto para el colectivo gay que la lleva reivindicando desde hace tiempo —le dedican pases privados y reseñas en la red—, y cuya principal baza es que, aún tratándose de una película inmersa en la corriente del destape y aún tirando de estereotipo de manera incluso agresiva, es terriblemente respetuosa con el mundo homosexual teniendo en cuenta los tiempos que corrían y, sobre todo, que la mayoría se sus artífices son heterosexuales, comenzando por su director, Tito Fernández, o por los actores Paco Algora o el estupendo Rafael Alonso, cuya interpretación de un gay con muchísima pluma deja tantísimo que desear que al final resulta desternillante. Asimismo, y centrándose gran parte de la película en las actuaciones en lo alto del escenario del “Gay Club” del título, sí que cuenta en su haber con las presencias de destacadas estrellas del music hall gay de aquellos años como el imprescindible Paco España, o el transformista denominado “La otra Lola” cuya performance consistía en hacer un playback de la folclórica.
Al margen de todo esto que es lo que la convierte en una película distinta, la estructura argumental y los gags pertenecen a la idiosincrasia del destape de la época, y paradójicamente, hay más cantidad de desnudos femeninos que masculinos. Y eso responde al hecho de que, siendo como es “Gay Club” una película de ambiente cabaretero y festivo, por mucho rollo gay que se reivindique, por mucho respeto con el que se aborde el tema, por mucha normalidad que exista a la hora de mostrarnos la situación, al final, y al igual que los espectáculos que se podían presenciar en los locales de ambiente gay, la película no deja de ser un producto destinado a heterosexuales. Permisivos y tolerantes, sí, pero heterosexuales.
Por otro lado, sexualidad aparte, otro aspecto curioso que posee este film es la implicación desprejuiciada que se gasta la película a la hora de denunciar —y ridiculizar— a la derecha española, en tiempos en lo que lo más prudente era no tomar partido hacia ninguna tendencia. En ese sentido y por todo lo que “Gay Club” representa, Tito Fernández rodó una película extraña, valiente y distinta, que para más inri y a pesar de lo simple de su argumento, a niveles de entretenimiento funciona perfectamente.
No hizo ni mucho ni poco en cines, unos 205.000 espectadores, pero el motivo del ignotísmo de esta película, más que a su escasa afluencia de público, se debe a su escasa distribución posterior, no apareciendo nunca en el mercado del vídeo y limitándose esta a un par de pases de madrugada, contraprogramados y casi de tapadillo, en algunas de las distintas cadenas televisivas de este país.
Merece la pena echarle un ojillo.